– Yo, no -dice ella-. Yo del tranvía. ¡Si vieras lo que sufro pensando que los conduce personal reformista!
Vamos vistiéndonos, al Sol. Star mira mi reloj y se alarma. Son las siete y media.
A las ocho tiene que estar a la puerta de la fábrica de lámparas para evitar el esquirolaje.
– ¿Les pegáis a las esquirolas?
– Yo, no. Pero digo a compañeras de otras fábricas quiénes son y ellas las sacuden.
Yo también tengo que hacer. Entramos por el puente de Segovia. Nos detenemos en un bar, a desayunar. Después de tomar un vaso de café con leche y dos tostadas tenemos hambre aún y tomamos un segundo desayuno. Al pagar veo que me quedan seis pesetas nada más. Si mañana no sale un artículo mío en el diario donde colaboro, mal negocio. Si sale, es que el paro no ha sido completo y que los tipógrafos trabajan. Eso es peor. Bueno. No hay que pensar en ello. Star tiene prisa y se va a su fábrica mordiendo media tostada. Yo, cuando me veo solo, me siento junto a una ventana y saco la carta de mi novia. Oigo a los obreros entrar y salir. Escucho sus impresiones. Alguno lleva nuestro manifiesto en la mano y discute, y lo agita y lo lee en voz alta. La huelga tiene ambiente. Un chofer entra y dice que va a encerrar el coche y que en el centro los sindicalistas coaccionan. Pasa un grupo cantando “La Internacional” con un pedazo de percalina roja en un palo. De pronto se oyen gritos en la calle y la gente vuelve la cabeza en actitud de huir. Los rumores llegan hasta mi. Han apedreado los escaparates de una tienda que se ha atrevido a abrir, y un grupo de huelguistas conduce delante, a empellones y puntapiés, a un esquirol panadero al que cubren de insultos. El dueño del bar manda que echen los cierres y deja una sola puerta entreabierta. Yo no pude leer la carta, pero al fin me abstraigo y saboreo la letra picuda, las tiernas palabras, los lamentos. Como no nos hemos visto ayer, la carta tiene manchas de lágrimas. Son dos pliegos. Me dice que ella es “como yo” en ideas y que en los últimos encargos que ha hecho para su equipo de novia y que importaban once mil pesetas ha procurado que fueran géneros y labores en los que se beneficiaran muchas personas modestas. Bordadoras, costureras, y otras. “Supongo que esto te gustará. Esta tarde, tú me llamas por teléfono. Iremos si te parece al cine. Papá no quiere porque teme a los disturbios, pero con el coche estamos en un instante y cuando tú me llames me dices que hay tranquilidad. Si ocurriera algo como otras veces, puedes esperar a que apaguen la luz para entrar en el cine y después, durante el descanso te bajas un poco en la butaca y te pones a leer y así no te conocerán.” Dos páginas de ternuras. “Tengo miedo de que ahora, con la revolución que dicen que estáis haciendo, me quieras menos. Ya he visto otras veces que antes es la revolución y después yo; es inútil que te diga que soy como tú y que en casa se dan cuenta, porque papá me lo dijo el otro día en broma pero lo pensaba en serio y tú, mi Lucas, crees que no.” Estoy viendo sus ojos inquietos, su pecho convulso y agitado, y sigo leyendo, ajeno a todo. La cafetera exprés silba y me molesta. Instintivamente me levanto el cinturón por si dependía de mi ombligo, y la cafetera ha callado.
Leo hasta el final. La inquietud aumenta en la calle. Llega al cerebro la sangre en largas oleadas. El silencio de afuera y la animación son silencio y animación de domingo, llenos de oquedades. ¡Y esta carta! Arrugo el sobre hasta hacer con él una bola y lo tiro. Me guardo la carta y me dispongo a salir. Un individuo se ha inclinado sobre la escupidera, ha recogido la bola que yo había hecho con el sobre y se la ha guardado en el bolsillo. Entonces yo, que bajo la embriaguez de la carta he perdido la conciencia de lo que me rodeaba, vuelvo a la lucidez y con verdadero espanto me doy cuenta de que… Bueno, en aquel sobre estaba el dibujo del transformador eléctrico y en el otro lado, mi dirección.
SEGUNDO DOMINGO
VII. UN VOTO DE CENSURA. ¡SIEMPRE MAS! EL ASALTO
Llevo la pistola en la caña de la bota. La culata fuera, y atada a ella una cuerda que por debajo del pantalón va a parar al cinto. Rompiendo el bolsillo derecho del pantalón puedo tirar de la cuerda y sacar por allí la pistola. Si llegan las malas vuelvo a dejarla con la nariz metida en la bota y aunque me cachee la policía no la encuentra. Éste es un sistema que no falla nunca.
Han hecho bien en recomendar que no salgan a la calle los compañeros sin armas, porque nos entra un desconcierto de vagabundos, y yo recuerdo muy bien que cuando estaba sin trabajo y andaba por las calles sin rumbo tenía las ideas bastante flojas. Malos tiempos aquellos. Pero aún lo pasaba peor los domingos. Todos se dedicaban a sentarse a la mesa, a levantarse de la mesa, a pasear por los parques, y yo rodaba por la ciudad sin mesa y sin silla. Las casas venían contra mí. Tiempos con cara de perro. Alguna vez, aburrido de mi propio aburrimiento, me ponía a andar de prisa pero las gentes se daban cuenta de que no iba a ningún sitio. Entonces me sentaba en un banco y planeaba un atraco, un robo. ¿Qué puede hacer un hombre que ha venido al mundo con un trapo adelante y otro atrás más que trabajar, robar o mendigar? Trabajo no lo había, pedir limosna no supe nunca. Nadie se extrañará de que yo planeara un robo distinto cada dos horas. Pero ahora estamos a salvo de eso. Los de la Federación de grupos hemos salido hoy dispuestos a buscarle las entrañas al cielo, a ver si tiene ángeles o nubes de incienso y a ver si la bandera del porvenir va a seguir siendo un pañal cagado del niño Jesús.
Hemos aprobado en la reunión de grupos un voto de censura contra Samar. Lo he propuesto yo, y si no se corrige andará mal entre nosotros. No sé si me guardará rencor, pero ya habrá podido ver que nos ha fallado una parte del sabotaje preparado para mañana por su culpa. Había hecho el croquis que se le había pedido y luego lo tiró al suelo en un bar y ya no se puede hacer nada. ¡Con qué sencillez pasan las cosas más importantes! Los transformadores estarán vigilados. Y Samar también. Samar se condujo estúpidamente. Siquiera se le pudo ocurrir vigilar al agente e impedir por cualquier medio que llegara el croquis a la Dirección. Rescatarlo a toda costa. Samar ha dado las señas del agente y tres compañeros han salido a buscarlo, pero supongo que no lo encontrarán. Samar lo creía inútil y se ha marchado, después de citarse conmigo y con el comité de sin trabajo a las diez en una taberna de la Plaza Mayor. Los compañeros parados estarán media hora después en ese barrio y ya veremos lo que se hace.
La huelga va bien hasta ahora. Los socialistas secundan el paro. No hay más que ver el aspecto de la ciudad para comprenderlo. La huelga será general esta tarde. Anoche fue una comisión de nuestros sindicatos a ver a los directivos reformistas y no los quisieron recibir. Hoy éstos han lanzado dos manifiestos que son repartidos por policías diciendo a los trabajadores que no hagan caso a los elementos irresponsables que quieren arrastrarlos al caos. Pero son tan imbéciles que permiten que los repartan los agentes. Un manifiesto como ése en manos de un policía, está enseñando el plumero. Los compañeros de sus mismos sindicatos lo ven con disgusto y sus resultados van siendo nulos. Ya se han retirado todos los taxis. En el centro las tiendas no se atreven a abrir. El ramo de la Construcción ha parado íntegro, incluso los servicios del municipio. Los camareros, también. Artes gráficas, transportes, artes blancas, metalurgia y madera han respondido como siempre. Los choques no han sido tantos ni tan sangrientos. Los mismos patronos tratan al esquirol, como a un esclavo sin dignidad. Los tranvías siguen funcionando en algunas líneas, dedicados a pasear a la guardia civil porque el público no se atreve a ocuparlos. Pero habrá que darles un escarmiento. Obligaremos a la ciudad entera a guardar luto por el asesinato de los tres camaradas. Llego a la Puerta del Sol. En la acera de la izquierda, los sin trabajo del ramo de la Construcción toman el Sol como todos los días. Se ven pocos burgueses por la calle. Abunda más el obrero y se advierte que es huelguista por esa mezcla de desenfado y de recelo con que transita. La calle no es de nadie aún. Vamos a ver quién la conquista. La guardia civil, la de Seguridad, los de Asalto, la policía privada, aguardan en los patios de los edificios públicos y en los destacamentos fijos que tienen media puerta cerrada. En Gobernación hay viseras negras, barbuquejos echados y miradas de águila que se tienden en todas direcciones. Timbres de teléfono, y cintas de telégrafo, aunque fuera de Madrid no hay razón todavía para que ocurra nada. La Regional, sin embargo, ha respondido espontáneamente. Aunque no hay periódicos hemos tenido noticias de que en las dos Castillas las Federaciones locales están reunidas para tratar la cuestión. Ya se sabe lo que eso significa.