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Gracias a que duró muy poco tiempo no me aburrí. Y no me convencieron, aunque cuando salía yo me sentía algo republicano. Y no porque sus razones me parecieran buenas, sino porque el aire, y las luces, y los gestos, y todo aquello le enturbiaba a uno los ojos. Por eso le dije al cincuentón aquel del pelo cano qué haríamos con los obispos, como si yo fuera republicano. Los había visto arriba, en una tribuna, y tenía ganas de cazar vivo a alguno. El presidente se escabullía sin contestar. Al salir, en la misma escalinata exterior, le cogí del brazo. Hicieron más fotos. Ya me habrán visto ustedes en la que “Crónica” publicó en la primera página. Luego tuve que dejar al presidente porque subió a un coche.

Frente al Congreso había soldados de infantería puestos a lo largo de la calle, como en las procesiones. Allí estaba Joaquín aburrido como una ostra, dentro de su uniforme nuevo. Es de la quinta del 30 y sirve en Saboya número 6. Me dijo que le liara un cigarro a escondidas y me preguntó si era amigo del presidente y si había dejado las ideas. Yo le dije que no. Que mi objeto había sido enterarme de aquello personalmente.

– ¿Qué tal? -me preguntó con indiferencia.

– No creas -le dije- que está tan mal. Son gentes finas que hacen gestos como en el teatro.

Terminé de liar el pitillo, lo encendí y se lo di a chupar. Luego, me lo guardaba yo. Pasó un buen rato sin que habláramos. De pronto le dije que a pesar de todo tendríamos que pegarle fuego a aquello. Joaquín apoyó el cuerpo sobre el otro pie y dijo que sí con la cabeza. Por el cielo pasaron varios aeroplanos metiendo ruido. La gente empujaba. Un sacerdote se perdía entre unas mozas de vida alegre. Joaquín y yo nos estuvimos divirtiendo viéndolo manotear y sofocarse. Joaquín estaba fastidiado porque no había podido ir con su novia, una guapa chica de Carabanchel Bajo. Bien es verdad que nada tendría que envidiarle a ella Star García, la hija de Germinal, si se vistiera mejor. No es que piense por esto que Star sea muy guapa ni que pueda ser mi novia. Mucho tiene que aprender aún la pobre y no es que me guste darme importancia. Además, que me recuerda una cosa desagradable. En mi calendario, detrás del taco, hay un dibujo en colores con una muchacha de pelo blanco que se le parece mucho. Lleva las faldas todas rizadas y los pechos se le escapan del justillo. Está sentada en un banco y por detrás ha llegado entre los árboles otra tía con peluca y trenza blanca y unos encajes en el cuello, que la quiere besar. Va vestida de hombre y la muy cochina la está abrazando. A mí no me gustan las mujeres con esos vicios. Lo cierto es que Star me recuerda el calendario y éste a Star, aunque nada tengan que ver los gustos ni las costumbres del dibujo con los de mi amiga.

Hoy es sábado y tenemos pleno local de comités. Voy a sacar el papel del calendario. Domingo. Hola. Con tinta roja. ¿A ver el dorso del sábado? “Guzmán el Bueno arroja el puñal sobre la muralla para que el enemigo asesine a su propio hijo antes que entregar las llaves de la plaza.” Y encima con letras grandes pone: “Efemérides patriótica”. ¡Qué idiota ha sido el mundo hasta ahora! Lo mismo podían celebrar el suceso que motivó mi salida de la casa de los padres: “El marido le pega a su mujer antes que permitir la más ligera trasgresión de la moral familiar”. ¡Qué gentes! Familia -palos detrás de la puerta. “Cuanto más le pego a mi hembra mejor sale la sopa”-; Patria -asesinato de un adolescente por conservar la llave de una puerta-; Religión -mentira y suciedad para desviar las pasiones del pueblo en beneficio del usurero y la prostituta-. ¡Qué estúpido es todo esto! Dan ganas de reírse o de pegarle fuego o de ambas cosas juntas. Vamos a sacar otra hoja del calendario. Detrás del “domingo 17” aparece otro papel con un 18 rojo y encima la misma palabra: domingo”. ¿Otro domingo? ¡Bah! Me bastaba con uno. Una vez a la semana me pongo cosmético y veo a Star. Ella me mira también una vez a la semana ladeando la cabeza sin decir nada. Si sigo mirándola sonríe tontamente y se le hacen dos hoyos en la mejilla. ¡Fuera ese domingo falso! A ver, ¿qué sigue detrás? Otro domingo. Domingo 19, y luego otro: Domingo 20. Así, siete domingos seguidos. El calendario se ha vuelto loco. El tiempo no rige. Siete domingos seguidos y los siete con los números rojos como la sangre. Si es una broma tonta del tiempo, va bien con esa estampa de las pelucas blancas. Esos cochinos vicios burgueses no pueden conducir a otra cosa.

PRIMER DOMINGO

II. LOS ALTAVOCES SABOTEAN UN MITIN

El teatro de barrio donde va a celebrarse el mitin está en una calle amplia por donde corren los tranvías. Los cerveceros sacan a la acera su espuma en vidrio tallado. Junto a la esquina que se desdobla en una plazuela hay tres vendedores. Una vieja ofrece pastillas de jabón sobre una pequeña tabla colgada del cuello. El teatro se ha quedado más arriba, con la primera planta confundida entre los árboles. En la construcción de ese teatro trabajó solamente personal nuestro. “Ese crucero del primero piso -dice uno del Sindicato de la Construcción- lleva una viga de 32 que aguanta ocho mil hombres sin enterarse.” Una buena viga, hija de los altos hornos de Vizcaya, templada bajo los martinetes ágiles, educada en las manipulaciones de los compañeros de la metalurgia. Robusta de músculo, no se “enterará” de que se instalan sobre ella unos millares de trabajadores. El eco de los discursos y de las ovaciones llegará a su entraña y la hará vibrar de contento. Ya en los altos hornos oía hablar a los obreros este lenguaje, que es el suyo. No sabe la viga de intereses generales ni de democracia ni parlamentarismo. Todo su universo lo forman los comités de fábrica, los delegados de sección, las cotizaciones; sabe de escisionismo y de expansión de la base, de huelga de brazos caídos, de sabotaje y de boicot. La ayudan en el centro de la sala dos columnas ágiles y redondas que también hablan ese lenguaje. Y las altas vigas de la bóveda, las lámparas ocultas bajo la moldura, en cada repalmar, las puertas y el telón de acero, las butacas de madera, el foso hueco, la pauta de viguerío del segundo piso y los ventanales apaisados, más de barco que de catedral. Todos hablan lo mismo; el tornillo, la tuerca, la luz artificial y el vidrio: máquina, taller, jornal, reivindicación, huelga, motín, ¿qué importa que los domingos por la tarde vaya el juez de instrucción a admirar las piernas de las muchachas del coro? Para el burgués aquello siempre será el teatro. Revista -rodillas y muslos-. Drama -tragedia hogareña a base del Código civil-. Comedia -amable adulterio entre holandas y palabras de hojaldre-. Para las vigas y las maderas, las columnas y los fustes, aquello es una coordinación de fuerzas que forman una bonita combinación parecida a la popa de un barco. ¿Que las lindas muchachas enseñan los muslos? ¿Y qué sería de esos pobres escenarios condenados a la estupidez teatral si de vez en cuando las lindas muchachas no se quitaran la falda para bailar? Madera, hierro y cristal hallan hoy en la mañana soleada su espíritu: el mitin. “¡Contra la represión! ¡Por la libertad de nuestros presos!” El teatro es feliz. Así ríe desde el balconaje combado en vidrios azules.