Los aplausos también son una pasión breve: la música es otra. Son esfuerzos del espíritu, intensos pero instantáneos. Toda mi preparación, todo mi trabajo, mis notas sobre la interpretación de los Nocturnos, los ensayos de varios meses y mi propia vida convergieron de repente en ese escenario: la tensión cedió, se derramó en una agradecida ovación, se impuso el tiempo y la sala comenzó a vaciarse.
Sólo el silencio perdura.
Por fin algo, un pétalo.
En esta lenta semana antes de Navidad, tras varios intentos inútiles de hablar con Verónica, la doctora Arcos, gabinete psicológico tal de la calle cual; tras varias horas de espera cerca de su consulta; incluso tras recibir el mensaje de que se hallaba «ausente», de viaje; después del sábado del concierto, con Lázaro más invisible que de costumbre, la casa solitaria y fría y el retorno del ocio de las clases: por fin.
Hoy, al regresar, busqué afanosamente en el buzón y encontré un pétalo.
He pensado que no hay salidas, porque ninguno de los dos desea escapar. Eso he pensado mientras me dirigía a pie esta tarde helada hacia el Retiro, para el ritual de la rosa. ¿Hablar? ¿De qué sirve? Nadie habla de la intimidad: se hace o no, pero la conversación se posterga, o se sobrentiende. El silencio preside los momentos de sinceridad, aquellos en los que un hombre cierra todas las puertas y deja de pensar para empezar a sentir. Sin embargo, durante los días pasados, quise hacerle saber algo mediante las palabras. Por fin deslicé esta nota con cuidado, bajo la puerta de su habitación:
«En nuestro concierto ya no hay aplausos. Déjame seguir en el silencio contigo.
»Nada ocurrirá, te lo prometo: no te amo; no me amas; no te deseo; no me deseas.
»Pero amamos y deseamos lo que tú sabes evocar en mi inspiración, como una melodía desprendida de ti que nos necesitara: a ti como un instrumento, a mí como intérprete. Amo lo indefinible que tú produces.
Tú amas lo mismo. Hacemos música, Lázaro, ¿comprendes?
»Déjame en esa música, en esa oscuridad, en ese silencio puro.»
Y hoy, un pétalo, por fin.
Sobran las palabras: deberían oírse, no escribirse, e incluso así, tan sólo como gemidos, jadeos, roces, alientos. Trenzar así una melodía.
He llegado al parque.
Recorrí la vereda conocida, junto a los árboles.
Hasta verla.
Sentada en un banco, con las piernas cruzadas, el cabello blanco ocultando su rostro
No veo la flor: la guardará junto a ella.
¿Cómo expresaré el amor sin palabras?
(En la partitura: último acorde, en si bemol menor, durante todo el compás. Silencio.)