– Me encanta lo poco formales que sois en Islandia -le dijo Jim.
– ¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? -preguntó Erlendur, sin saber qué era lo que le hacía sentirse como una anciana que hubiera ido a tomar el té.
– Bueno, casi veinte años -dijo Jim asintiendo con la cabeza-. Gracias por la pregunta. Precisamente la Segunda Guerra Mundial es un tema que despierta mi interés. Me refiero a la Segunda Guerra Mundial aquí, en Islandia. Escribí mi tesis de máster sobre ese tema en la London School of Economics. Cuando telefoneaste para preguntar por los barracones esos, pensé que podría ayudarte.
– Dominas estupendamente el islandés.
– Muchas gracias. Mi mujer es islandesa.
– ¿Y qué hay de esos barracones? -preguntó Erlendur para entrar en materia.
– Bueno, no he dispuesto de mucho tiempo, pero he encontrado en la embajada documentos sobre la construcción de barracones durante la guerra. Si hay que buscar más detalles, tú dirás. Pero había algunos barracones donde ahora está el campo de golf de Grafarholt.
Jim cogió de la mesa unos papeles y los hojeó.
– Allí construyeron también un… ¿cómo lo llamáis, un bunker? ¿O casamata de artillería? Un blocao. Un destacamento de la 16ª División de Infantería estaba a cargo del bunker, pero aún no he podido enterarme de quiénes ocupaban los barracones. Creo que allí hubo un cuartel de intendencia. No sé por qué lo instalaron en esa colina, pero había barracones y búnkeres por todas partes, a lo largo de la carretera de Mosfellsdalur, en Kollafjördur y en Hvalfjördur.
– Estamos pensando en la posibilidad de que hubiera desaparecido alguien en la colina, como ya te comenté por teléfono. ¿Sabes si desapareció, o se dio por desaparecido, a algún militar de allí?
– ¿Crees que hay algún indicio de que los huesos que habéis encontrado puedan corresponder a un soldado británico?
– Quizá no haya muchos indicios de tal cosa, pero pensamos que la persona a la que pertenecen los huesos fue enterrada durante los años de guerra, y si había ingleses en la zona lo mejor es excluirlos lo antes posible.
– Lo comprobaré, pero no sé si ese tipo de datos se conservan durante mucho tiempo. Los americanos ocuparon el lugar, como todo lo demás, cuando nos fuimos nosotros, en 1941. La mayoría de nuestros militares salieron del país, aunque no todos.
– ¿De modo que estos terrenos quedaron a cargo de los americanos?
– Lo comprobaré. He hablado con la embajada de Estados Unidos a ver qué dicen. Eso te ahorrará trámites.
– Aquí teníais policía militar.
– Sí, claro. Lo mejor será empezar por ahí. Eso llevará unos días. O semanas.
– Tenemos tiempo de sobra -dijo Erlendur pensando en Skarphédinn, que seguía trabajando en lo alto de la colina.
Sigurdur Óli estaba molestísimo con la tarea que le había encomendado Erlendur. Elsa lo había recibido en la puerta, lo había acompañado al sótano y lo había dejado allí, donde llevaba cuatro horas rebuscando en armarios y cajones y cajas de toda clase, sin saber exactamente qué era lo que buscaba. La mente se le iba una y otra vez a Bergthóra, y no hacía más que preguntarse si cuando llegara a casa volvería a recibirlo con las mismas ganas de sexo de las pasadas semanas. Tenía que preguntarle directamente por qué últimamente se mostraba tan deseosa con él en todo momento, si es que se debía a sus deseos de tener un hijo. Pero entonces se encontraría ante otro problema, del que habían hablado muchas veces sin llegar a ninguna conclusión: ¿no había llegado ya el momento de casarse con toda pompa y boato?
Aquella pregunta ardía en labios de ella y en sus apasionados besos. En realidad, él no se había formado todavía opinión alguna sobre el tema, y hacía lo posible por dilatar la respuesta. Sus pensamientos iban más o menos en esta línea: su convivencia iba bien. El amor florecía. ¿Por qué estropearlo todo con el matrimonio? Todo ese jaleo. La despedida de soltero. El cortejo por la nave de la iglesia. Los invitados. Los condones hinchados en la comitiva de la novia. Ridículo sin límites. Bergthóra no quería casarse en el ayuntamiento. Hablaba de fuegos artificiales y bellos recuerdos de que disfrutar en la vejez. Sigurdur Óli refunfuñó. Pensaba que era demasiado pronto para hablar de la vejez. El problema estaba aún por solucionar y le tocaba a él resolverlo, y no tenía la menor idea de lo que quería, excepto que no quería un matrimonio religioso pero tampoco herir a Bergthóra.
Leyó algunas de las cartas de amor de Benjamín K. y pudo comprobar, igual que Erlendur, su amor sincero y su enorme afecto hacia la mujer que un día desapareció de las calles de Reykjavik y según se dijo se tiró al mar. «Cariño mío. Amada mía. Cómo te echo de menos.»
Cuánto amor, pensó Sigurdur Óli.
¿Era suficiente para matar?
La mayoría de los papeles y facturas estaban relacionados con los Almacenes Knudsen, y las esperanzas de Sigurdur Óli de encontrar algo útil ya se habían enfriado, cuando en un viejo armarito de documentos se topó con un papel donde ponía:
Höskuldur Thórarinsson
Anticipo renta Grafarholt
8kr.
Firm. Benjamín Knudsen
Erlendur estaba saliendo de la embajada cuando sonó su móvil.
– Encontré a un inquilino -dijo Sigurdur Óli-. O eso creo.
– ¿Qué? -dijo Erlendur.
– De la casa de veraneo. Estoy saliendo del sótano de Benjamín. En toda mi vida no he visto nunca un montón semejante de trastos viejos. Sólo encontré un recibo según el cual un tal Höskuldur Thórarinsson pagó una renta de alquiler por Grafarholt.
– ¿Höskuldur?
– Sí. Thórarinsson.
– ¿Qué fecha tiene el recibo?
– No hay fecha. Ni año. El recibo es una factura con el membrete de los Almacenes Knudsen. La nota del alquiler está escrita en la parte de atrás. Firmada por Benjamín. Y también he encontrado facturas de lo que pueden ser materiales de construcción. Todo a cargo de los almacenes, y esas facturas sí que tienen fecha: 1938. Puede ser que se empezara la casa entonces, o que en ese momento ya estuviera en construcción.
– ¿Y en qué año dicen que desapareció su amante?
– Espera, lo tengo anotado.
Erlendur esperó mientras Sigurdur Óli buscaba el dato. Tenía la costumbre de apuntar todo lo que encontraban, algo que Erlendur nunca había conseguido hacer. Oyó a Sigurdur Óli pasar hojas, y luego se puso de nuevo al teléfono.
– Desapareció en el año 1940. En primavera.
– Y Benjamín está construyendo su residencia de veraneo hasta ese momento pero de pronto lo para todo y la alquila.
– Y Höskuldur es uno de los inquilinos.
– ¿Encontraste algo más sobre él?
– No, todavía no. ¿No sería bueno empezar por él? -preguntó Sigurdur Óli con la esperanza de poder escapar del sótano.
– Yo lo buscaré -dijo Erlendur, y añadió, para frustración de Sigurdur Óli-: mira a ver si encuentras entre esos trastos algo más de él u otras personas. Si hay una nota de ésas podría haber otras más.
Capítulo 14
Erlendur pasó un rato considerable junto a la cama de Eva Lind cuando salió de la embajada, dándole vueltas y más vueltas a qué podía decirle. No tenía ni idea. Hizo algunos intentos, sin éxito. En muchas ocasiones, desde que el médico le había recomendado hablarle, había pensado en qué decir, pero sin llegar a ninguna conclusión.
Empezó a hablar del tiempo pero renunció. Empezó a describir a Sigurdur Óli y le contó que últimamente parecía muy cansado. Pero no había mucho más que decir de él. Intentó encontrar algo que contar sobre Elinborg pero también renunció. Le habló de la mujer de Benjamín Knudsen, que decían que se había tirado al mar, y de las cartas de amor que había encontrado en el sótano de su casa.
Dijo que había visto a su madre sentada junto a su cama.