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– No vuelvas a hacerlo nunca más -repitió, y salió a ocuparse de Mikkelína-. ¡Escúchame bien! Nunca más.

Dio la vuelta a la esquina y se dirigió al lado sur de la casa, y vio al militar al lado de Tómas y Mikkelína, mirando a la chica con cara de asombro. Mikkelína estaba retorcida, alargando la cabeza hacia el sol para ver quién era aquel que los miraba desde arriba. Vislumbró la cara del soldado entre los rayos de sol. El soldado miró a la madre y luego a Mikkelína, acurrucada en la hierba con Tómas.

– I… -dijo Dave, y se interrumpió-. I didn’t know -dijo-. I'm sorry. Really I am. This is none of my business. I'm sorry.

Y luego dio media vuelta y se marchó a paso rápido y ellos se quedaron mirándole hasta que desapareció detrás de la colina.

– ¿Va todo bien? -preguntó la madre, poniéndose en cuclillas al lado de los pequeños.

Se quedó más tranquila en cuanto el soldado se hubo ido, aunque no parecía tener intención de hacerles ningún daño. Levantó a Mikkelína, la metió en casa y la acostó en su cama de la cocina. Los mayores la siguieron.

– Dave no es malo -dijo Símon-. Es distinto.

– Se llama Dave -dijo su madre con la mente en otro sitio-. Dave -repitió-. ¿No es lo mismo que David, si fuera islandés? -se dijo a sí misma, más que hablando con sus hijos.

Y entonces sucedió lo que a Símon le pareció tan asombroso.

Sonrió.

Tómas siempre había sido silencioso y solitario, de carácter frágil, tímido y callado. El invierno anterior y ese mismo verano, fue como si Grímur hubiera visto en él, aunque no en Símon, algo que despertara su interés. Lo trataba como a una persona importante y se sentaba a hablar con él en la habitación, y cuando Símon preguntaba a su hermano de qué habían estado hablando, Tómas no decía nada pero Símon no se rendía y le sacaba que habían estado hablando de Mikkelína.

– ¿Y de qué hablaba contigo sobre Mikkelína? -preguntó Símon.

– De nada -dijo Tómas.

– De algo hablaríais, ¿de qué? -dijo Símon.

– De nada, de verdad -dijo Tómas, pero su cara delataba que estaba intentando ocultarle algo a su hermano.

– Dímelo.

– No quiero. No quiero que hable conmigo. No quiero.

– ¿No quieres que tu padre hable contigo? ¿Quieres decir que no quieres que te diga lo que te dice? ¿Eso es lo que quieres decir?

– No quiero nada -dijo Tómas-. Y deja de hablar conmigo.

Así transcurrieron semanas y meses, y Grímur demostraba de distintas formas lo contento que estaba con su hijo menor.

Símon nunca oía sus conversaciones, pero consiguió enterarse de lo que estaban tramando una tarde, ya muy avanzado el verano. Grímur se estaba preparando para ir a Reykjavik con mercancías del almacén de intendencia. Estaba esperando a un soldado llamado Mike, que le iba a ayudar. A Mike le habían prestado un jeep, que llenarían de mercancías para vender en la ciudad. La madre estaba preparando la comida, también procedente de la intendencia. Mikkelína estaba acostada en su cama.

Símon se dio cuenta de que Grímur empujaba a Tómas en dirección a Mikkelína, y que le susurraba algo al oído y sonreía, como cuando se dedicaba a fastidiar a los niños con comentarios hirientes. Su madre parecía no percatarse de lo que estaba sucediendo, hasta que Tómas se acercó a Mikkelína, se detuvo delante de ella, empujado por Grímur, y le dijo:

– Marrana.

Luego, Tómas volvió con Grímur, y Grímur rió y le dio una palmadita en el cuello.

Símon miró a su madre, que estaba en el fregadero. Tenía que haberlo oído, pero no se movió y al principio su única reacción fue aparentar que aquello no tenía demasiada importancia. Pero vio que tenía en una mano un cuchillito de pelar patatas, y que los nudillos se le ponían blancos por la fuerza con que agarraba el mango. Finalmente se dio la vuelta despacio, con el cuchillo en la mano, y miró fijamente a Grímur.

– No hagas eso -dijo con voz temblorosa.

Grímur la miró y dibujó una sonrisa de burla.

– ¿Yo? -dijo Grímur-. ¿Que no haga qué? ¿Qué estás diciendo? Yo no hago nada. Ha sido el chico. Mi Tómas.

La madre dio un paso en dirección a Grímur, aún con el cuchillo levantado.

– Deja a Tómas en paz.

Grímur se puso en pie.

– ¿Piensas hacer algo con ese cuchillo?

– No le hagas eso -dijo la madre.

Pero Símon notó que ella empezaba a retroceder. Oyó el jeep detenerse delante de la casa.

– Ya está aquí -exclamó Símon-. Ya está aquí Mike.

Grímur miró por la ventana de la cocina y luego de nuevo a su esposa, y aquello alivió por un instante la tensión. La madre soltó el cuchillo. Mike apareció en la puerta. Grímur sonrió.

Cuando regresó por la noche, se abalanzó violentamente contra su esposa. Por la mañana ésta tenía un ojo amoratado y cojeaba. Los niños oyeron sordos gemidos cuando Grímur arremetía contra ella. Tómas fue a gatas hasta la cama de Símon y miró a su hermano en medio de la noche, completamente destrozado, cubriéndose la boca con la mano como queriendo borrar aquello.

– … perdona, yo no quería, perdona, perdona, perdona…

Capítulo 16

Sigurdur Óli se había peleado con Bergthóra por la mañana antes de irse a trabajar. Él no había accedido a sus incitaciones sexuales y cometió la estupidez de explicarle lo que le inquietaba, hasta que Bergthóra se irritó de verdad.

– Oye, espera -le dijo ella-. ¿Es que no nos vamos a casar nunca? ¿Eso es lo que estás diciéndome? ¿Que seguiremos viviendo así, sin más, a trancas y barrancas, sin nada firme entre nosotros, y que nuestros hijos serán unos bastardos? ¿Así para siempre?

– ¿Unos bastardos?

– Sí.

– ¿Estás pensando en una boda por todo lo alto?

– ¿Por todo lo alto?

– ¿Con cortejo por la nave de la iglesia? Con vestido de novia, ramo y…

– ¿Te estás burlando de mí?

– ¿Qué hijos? -preguntó Sigurdur Óli, y enseguida se arrepintió, al ver que el rostro de Bergthóra se ensombrecía aún más.

– ¿Cómo que qué hijos? ¿Es que no quieres tener hijos?

– Claro que sí, no, bueno, sí, quiero decir que aún no hemos hablado de eso -dijo Sigurdur Óli-. Creo que tenemos que discutir el asunto. No puedes ser tú la única que decida si tenemos hijos o no. Eso no es justo, no es lo que yo quiero. Ahora no. No así, enseguida.

– Tendrá que llegar un momento -dijo Bergthóra-. Eso espero. Los dos tenemos treinta y cinco años. No faltan muchos para que sea demasiado tarde. Siempre que intento hablar de eso contigo te escabulles. No quieres hablar del asunto. No quieres hijos, ni quieres boda, ni quieres nada. No quieres nada de nada. Te vas a convertir en un viejo inútil, igual que Erlendur.

– ¿Qué? -Sigurdur Óli se quedó confundido-. ¿Qué quieres decir?

Pero Bergthóra se había ido al trabajo dejándole una imagen espeluznante de su futuro.

Elsa lo recibió y le invitó a tomar el té. Al principio permaneció sentado en la cocina con la mirada clavada en la taza.

– ¿Quieres más té? -preguntó ella.

– No -dijo Sigurdur Óli-. Gracias. Elinborg, la colega que trabaja conmigo en el caso, me pidió que te preguntara si sabes si tu tío Benjamín guardaba un mechón de pelo de su novia, a lo mejor en un pequeño guardapelo o en un frasquito o algo parecido.

Elsa reflexionó un momento.

– No -dijo-, no recuerdo ningún mechón de pelo, aunque en realidad no sé lo que guardaba mi tío ahí abajo.

– Elinborg dice que tiene que estar en algún lado; se lo contó Bára. Estuvo hablando ayer con ella. Benjamín tenía un mechón de pelo que ella le dio una vez que se marchó de viaje, creo.

– No tengo idea de que exista ningún mechón de pelo, ni ningún guardapelo. Mi familia no es demasiado romántica ni lo ha sido nunca.