Mikkelína sonrió.
– He tenido muchas veces sueños como ése. En los que estoy sana y me muevo libremente y no meneo la cabeza al hablar y soy capaz de controlar los músculos del cuello, sin que se mueva de acá para allá todo el tiempo.
Erlendur dejó la taza en la mesa.
– Ayer me dijiste que le habías puesto a tu hijo el nombre de tu hermano, Símon.
– Símon era un chico estupendo. Era medio hermano mío. No se parecía nada a su padre. O yo no lo descubrí nunca. Era igual que mamá. Alegre y comprensivo y siempre dispuesto a ayudar. No aguantaba que otros lo pasaran mal, el pobre niño. Odiaba a su padre, y ese odio tuvo malas consecuencias para él. No debería haber tenido que odiar a nadie. Pero le pasaba lo que a todos nosotros: pasamos la niñez muertos de miedo. Se quedaba destrozado cuando a su padre le entraba la furia. Le veía golpear a su madre hasta dejarla medio muerta. Yo me tapaba la cabeza con la manta pero él veía todo lo que pasaba, era como si se estuviera armando para el futuro, para cuando fuera suficientemente grande y fuerte para oponerse a su padre, para pelear con él.
»A veces intentaba interceder. Se ponía de parte de nuestra madre y le llevaba la contraria a él. Mamá le tenía más miedo a aquello que a las palizas. No podía ni imaginarse que les pasara nada a sus hijos.
»Un chico tan extraordinario, mi querido Símon.
– Hablas de él como si siguiera siendo un niño -dijo Elinborg-. ¿Ha muerto?
Mikkelína calló y sonrió.
– ¿Y Tómas? -dijo Erlendur-. Erais tres hermanos.
– Sí, Tómas -dijo Mikkelína-. Era distinto a Símon. Su padre lo sabía.
Mikkelína calló.
– ¿A quién llamó tu madre? -preguntó Erlendur.
Mikkelína no le respondió, sino que se levantó y entró en su dormitorio. Elinborg y Erlendur se miraron. Poco después volvió Mikkelína con un papel doblado en la mano. Desplegó el papel, leyó lo que estaba escrito en él y se lo pasó a Erlendur.
– Mamá me dio esta nota -dijo-. Recuerdo el momento en que Dave se la pasó por encima de la mesa, pero no supimos lo que ponía. Mamá no me la enseñó hasta mucho después. Muchos años después.
Erlendur leyó el mensaje.
– La nota estaba escrita en islandés; seguramente alguien que supiera el idioma ayudara a Dave. Mamá la tuvo escondida todo el tiempo y naturalmente yo me la llevaré conmigo a la tumba.
Erlendur miró la nota. Las palabras estaban escritas en letras de imprenta bastante torpes pero muy claras.
SÉ QUE TE MALTRATA.
– Mamá y Dave pensaban ponerse en contacto en cuanto soltaran a mi padrastro. No sé exactamente qué pensaban hacer.
– ¿No pudo buscar ayuda en Gufunes? -preguntó Elinborg-. Allí tenía que trabajar un montón de gente.
Míkkelína la miró.
– Mi madre había tenido que soportar la violencia de su marido durante quince años. La violencia era física, le golpeaba, a menudo con tanta saña que tenía que pasarse muchos días en cama. Y era también psicológica, y esa violencia era aún más terrible porque, como le dije ayer a Erlendur, mi madre se convertía en nada. Había empezado a despreciarse a sí misma tanto como la despreciaba su marido; durante mucho tiempo pensó en el suicidio, pero sobre todo por nosotros, sus hijos, no llevó a cabo la idea. Dave cambió el panorama durante el tiempo que estuvo con ella, y ella jamás habría pedido ayuda a nadie que no fuera él. No le había contado nunca a nadie lo que había tenido que padecer durante todos esos años, y estaba convencida de que las palizas seguirían, en cualquier caso, y que todo volvería a ser como antes.
Mikkelína miró a Erlendur.
– Dave no volvió.
Miró a Elinborg.
– Y nada fue como antes.
– ¿Llamó?
Grímur pasó el brazo sobre los hombros de Tómas.
– ¿A quién llamó, Tómas? No debemos tener secretos entre nosotros. Tu mamá piensa que ella sí que puede tener secretos, pero eso es un gran error. Tener secretos puede resultar peligroso.
– No utilices al niño -dijo la madre.
– Ahora se pone a darme órdenes a mí -dijo Grímur dando un masaje en los hombros a Tómas-. Cómo han cambiado las cosas. ¿Qué será lo siguiente?
Símon se colocó al lado de su madre. Mikkelína se arrastró hasta ellos. Tómas se echó a llorar. Una mancha oscura se extendió por los alrededores de la bragueta de su pantalón.
– ¿Y quién respondió? -preguntó Grímur; la sonrisa había desaparecido de sus labios, así como el tono de burla: el gesto era serio.
Los demás no despegaban los ojos de la cicatriz.
– No respondió nadie -dijo la madre.
– ¿No estaba Dave dispuesto a venir para salvar la situación?
– No -dijo la madre.
– ¿Dónde estará el soplón? -dijo Grímur-. Esta mañana salía un barco. Cargado de soldaditos hasta los topes. En Europa nunca hay soldados de sobra. No los pueden dejar a todos en Islandia, sin nada que hacer que no sea follar con nuestras mujeres. O a lo mejor la han tomado con él. Y es que este asunto era más grande de lo que yo me imaginaba y empezaron a caer cabezas. Cabezas mucho más importantes que la mía. Cabezas de oficiales. No estaban nada contentos.
Apartó a Tómas de un empujón.
– No estaban nada contentos.
Símon se apretó contra su madre.
– Pero hay algo que no comprendo -dijo Grímur, que se había aproximado a la madre, y todos sintieron el hedor de su aliento-. Es que no acabo de entenderlo. No lo pillo. Puedo comprender perfectamente que te entregaras al primer hombre que te mirara en mi ausencia. No eres más que una puta. Pero ¿en qué estaba pensando él?
Casi se tocaban.
– ¿Qué pudo ver en ti?
Puso las manos sobre la cabeza de su mujer.
– Fea como el pecado, putona de mierda.
– Pensábamos que se iba a lanzar sobre ella y que aquella vez la mataría. Yo temblaba de terror y Símon no se sentía mucho mejor. Yo estaba pensando si podría llegar hasta los cuchillos de la cocina. Pero no pasó nada. Sencillamente se miraron a los ojos y, en vez de atacarla, dio unos pasos atrás, alejándose de ella.
Mikkelína calló.
– Nunca había sentido tanto miedo en toda mi vida. Y Símon nunca fue el mismo después de aquello. Empezó a alejarse de nosotros cada vez más. Pobre Símon.
Bajó los ojos.
– Dave desapareció de nuestra vida tan deprisa como había entrado en ella -continuó-. Mamá nunca volvió a saber de él.
– Su apellido era Welch -dijo Erlendur-. Y estamos intentando averiguar qué fue de él. ¿Cómo se llamaba tu padrastro?
– Se llamaba Thorgrímur -dijo Mikkelína-. Siempre lo llamamos Grímur.
– Thorgrímur -repitió Erlendur.
Recordaba aquel nombre de la lista de islandeses que trabajaban en el campamento.
Empezó a sonar el teléfono en el bolsillo de su abrigo. Era Sigurdur Óli, desde la excavación de la colina.
– Tienes que venir aquí -dijo Sigurdur Óli.
– ¿Aquí? ¿Adónde? -preguntó Erlendur-. ¿Dónde estás?
– Bueno, en la colina -dijo Sigurdur Óli-. Han llegado al esqueleto y creo que ya sabemos quién fue enterrado aquí.
– ¿Quién fue enterrado ahí?
– Sí, en la tumba.
– ¿Quién?
– La novia de Benjamín.
– ¿Por qué? ¿Por qué piensas que se trata de ella?
Erlendur se había puesto en pie y había entrado en la cocina para que no le molestaran.
– Sube para acá y míralo tú mismo -dijo Sigurdur Óli-. No puede tratarse de nadie más. Ven y míralo tú mismo.
Y apagó el teléfono.
Capítulo 26
Erlendur y Elinborg llegaron a Grafarholt quince minutos después. Se habían despedido a toda prisa de Mikkelína, que se quedó mirándoles con ojos de asombro desde la puerta. Erlendur no comentó la llamada, se limitó a decir que tenían que ir a la colina, que había aparecido el esqueleto y tenía que pedirle que esperase hasta más tarde para continuar su historia. Era necesario que siguieran hablando.