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– Es probable que…

– ¿Y que la enterró en la colina al lado de su casa de verano? No lo creo. No acabo de entender por qué pensáis eso. Tiene que haber otra explicación. Tiene que haberla. Benjamín no era un asesino, tenéis que daros cuenta. Os he dejado venir una y otra vez a esta casa y rebuscar en el sótano a vuestro antojo, pero esto ya es ir demasiado lejos. ¿Pensáis que os habría permitido entrar allí si yo, si la familia hubiera tenido algo que ocultar? No, esto es ir demasiado lejos. Lo mejor es que os vayáis -dijo, poniéndose en pie-. ¡Ahora mismo!

– No es que tú tengas nada que ver en este caso -repuso Sigurdur Óli. Él y Erlendur no se movían de sus asientos-. No es que tú supieras algo y nos lo hayas querido ocultar. ¿O acaso…?

– ¿Qué estás insinuando? -dijo Elsa-. ¿Qué yo sabía algo? ¿Estás diciendo que soy cómplice? ¿Vas a detenerme? ¡Me quieres meter en la cárcel! Pero ¿esto qué es? -Miró fijamente a Erlendur.

– Tranquilízate -dijo Erlendur-. Hemos encontrado el esqueleto de un niño junto a un esqueleto grande. Resulta que la novia de Benjamín estaba embarazada. No es tan ilógico pensar que se pueda tratar de ella, ¿no te parece? No estamos insinuando nada. Simplemente estamos intentando llegar al fondo del asunto. Tú nos has prestado una ayuda especialmente valiosa y te la agradecemos sinceramente. No todos han sido tan amables como tú. Pero eso no cambia el hecho de que las sospechas se dirijan especialmente a tu tío Benjamín ahora que hemos llegado hasta los esqueletos.

Elsa clavó los ojos en Erlendur como si fuera un objeto extraño en su casa. Luego pareció relajarse un poco. Miró a Sigurdur Óli y después a Erlendur, y finalmente volvió a sentarse.

– Esto es un error -dijo-. Y lo sabríais si hubierais conocido a Benjamín como yo. No le habría podido hacer daño a una mosca. Jamás.

– Resulta que su novia estaba embarazada -dijo Sigurdur Óli-. Pensaban casarse. Es evidente que él estaba muy enamorado. Su futuro estaba basado en su amor por ella, en la familia que pensaban formar, en la revolución del comercio, en su posición en la alta sociedad de Reykjavik. Fue un golpe terrible. A lo mejor llegó demasiado lejos. El cuerpo de su novia no fue encontrado nunca. Dijeron que se había tirado al mar. Desapareció. A lo mejor, nosotros la hemos encontrado.

– Tú le dijiste a Sigurdur Óli que Benjamín no sabía quién había dejado embarazada a su novia -dijo Erlendur con mucho tacto.

Pensaba que a lo mejor se habían precipitado y maldijo las vacaciones españolas del forense. A lo mejor habrían debido esperar antes de hacer aquella visita. Esperar hasta tener una confirmación.

– Es cierto -dijo Elsa-. No lo sabía.

– Nos hemos enterado de que la madre de Sólveig le visitó más tarde y se lo contó todo. Cuando todo había pasado. Después de la desaparición de Sólveig.

Elsa puso gesto de extrañeza.

– No lo sabía -dijo-. ¿Cuándo fue eso?

– Más tarde -dijo Erlendur-. No lo sé exactamente. El caso es que Sólveig no dijo de quién era el niño. Por algún motivo, calló. No le contó a Benjamín lo que pasaba. Rompió el compromiso de matrimonio y no habló del padre de la criatura. A lo mejor para proteger a su familia. La reputación de su padre.

– ¿A qué te refieres con la reputación de su padre?

– Un sobrino suyo violó a Sólveig estando ella de visita con su familia en Fljót.

Elsa se dejó caer en el asiento y se llevó las manos a los labios, como involuntariamente, en completa incredulidad.

– No te puedo creer -exclamó.

En el otro extremo de la ciudad, Elinborg estaba contándole a Bára lo que habían encontrado en la tumba, y que la hipótesis más probable era que se tratara de Sólveig, la novia de Benjamín. Que probablemente Benjamín se había deshecho allí del cuerpo. Elinborg recalcó que si le explicaba aquello era con la salvedad de que lo único con que contaba la policía en aquellos momentos era el hecho de que él había sido la última persona, de quienes la conocían, que la había visto con vida, y que había aparecido un niño junto con el esqueleto de la colina. Aún tenía que procederse a una investigación exhaustiva de los huesos.

Bára escuchó su relato sin parpadear. Estaba sola como la vez anterior, en su gran casa, rodeada de tesoros, y no dejó traslucir reacción alguna.

– Nuestro padre quería que abortase -dijo-. Nuestra madre quería irse con ella al campo, que tuviera allí el niño y lo diera en adopción y regresara después como si no hubiera pasado nada, y entonces se casara con Benjamín. Lo discutieron una y otra vez entre ellos y luego llamaron a Sólveig.

Bára se puso en pie.

– Mamá me lo contó mucho después.

Fue hasta un gran armario de roble, abrió un cajón, sacó un pequeño pañuelo blanco y se lo acercó a la nariz.

– Le presentaron las dos posibilidades. De la tercera posibilidad nunca se habló. Que tuviera el niño y que pasara a formar parte de nuestra familia. Sólveig intentó convencerles, pero ni papá ni mamá quisieron oír ni una palabra al respecto. Ellos no querían a aquel niño en nuestra casa. No querían saber nada de él. Querían matarlo o entregarlo a alguien. No había más opciones.

– ¿Y Sólveig?

– No lo sé -dijo Bára-. Pobre chica, no lo sé. Ella quería tener el niño, no podía pensar en ninguna otra cosa. Ella misma no era más que una niña. No era más que una niña.

Erlendur miró a Elsa.

– ¿Pudo ser que Benjamín lo considerara un engaño? -preguntó-. Ya que Sólveig se negó a decirle quién era el padre.

– Nadie sabe lo que hablaron en su último encuentro -dijo Elsa-. Benjamín le contó a mi madre lo más importante, pero es imposible saber sí le dijo todo lo que atañía al asunto. ¿De verdad fue una violación? ¡Dios mío!

Elsa miró fijamente a Erlendur y luego a Sigurdur Óli.

– Sí que es posible que Benjamín lo tomara como un engaño -dijo luego en voz muy baja.

– Perdona, ¿qué has dicho? -preguntó Erlendur.

– Que es posible que Benjamín pensara que le había engañado -repitió Elsa-. Eso no quiere decir que la asesinara y la ocultara en la colina.

– Porque ella no dijo nada -dijo Erlendur.

– Sí, porque no dijo nada -convino Elsa-. Se negó a decir quién era el padre. Él no sabía nada de la violación. Creo que eso está claro.

– ¿Podría haber utilizado a alguien para ayudarle? -preguntó Erlendur-. Alguien que hiciera el trabajo por él.

– No te comprendo.

– Alquiló su casa de Grafarholt a un ladrón que además era un hombre muy violento. Eso no quiere decir nada de por sí, pero es un dato.

– No sé de qué me hablas. ¿Un hombre violento?

– Bueno, no, de momento parece que no podemos ir más allá. A lo mejor nos hemos apresurado en exceso, Elsa. Seguramente, lo mejor será esperar el informe del forense. Perdona si hemos…

– No, faltaría más, qué va, gracias por informarme de cómo marchan las cosas. Lo aprecio de verdad.

– Te comunicaremos cómo sigue el caso -dijo Sigurdur Óli.

– Y el mechón de pelo -dijo Elsa- lo confirma.

– Sí -repitió Erlendur-. El mechón de pelo.

Elinborg se levantó. Había sido un día muy largo y quería llegar a casa. Dio las gracias a Bára y le pidió que la perdonara por las molestias que le había ocasionado con su visita a esas horas de la tarde. Bára le dijo que no se preocupara. Acompañó a Elmborg a la puerta y cerró tras de sí. Un instante después sonó el timbre y Bára abrió de nuevo.

– ¿Era alta? -preguntó Elinborg.

– ¿Quién? -dijo Bára.

– Tu hermana -respondió Elinborg-. ¿Era especialmente alta, de estatura media, o baja? ¿Qué estatura tenía?

– No, no era alta -dijo Bára con una débil sonrisa-. Todo lo contrario. Siempre comentaban lo bajita que era. Se la consideraba una mujer pequeña y frágil. Casi como Pulgarcita, decía mi madre. Y era de lo más divertido verla con Benjamín de la mano, porque él era muy alto y destacaba a su lado como una torre.