Sylvia llevó la voz cantante durante la comida. Se estaba convirtiendo a pasos acelerados en una experta en los beneficios dispuestos por el gobierno para los ciudadanos desocupados y sus familias. Wexford y Dora soportaron una conferencia sobre el subsidio de paro y quién tenía derecho a percibirlo, las diferencias entre el subsidio y el salario social, y las amenidades de algo llamado el «Club del empleo» en el que insistía en hacer ingresar a Neil.
– Tienen todos los periódicos más importantes y te permiten usar gratis los teléfonos, algo que hay que tener muy en cuenta. Además te dan sobres y sellos.
– Parece el paraíso -comentó su padre, con tono agrio-. Alguien me invitó a comer una vez en el Garrick y allí no había sellos gratis.
– Si llevas desempleado más de tres meses -continuó Sylvia, sin hacerle caso-, puedes entrar en un curso de reciclaje. Un RPT quizá sea el más conveniente…
– ¿Un qué?
– Reciclaje para el trabajo. Creo que iré a uno de informática. Robin, sé bueno, y tráeme los folletos del bolso.
– Nitcho vo -dijo Robin.
Wexford, que no se veía con fuerzas de soportar la lectura de aquellos folletos aburridísimos, se inventó una excusa para irse a la sala. Casi todas las cadenas ofrecían programas deportivos pero se negó a mirar el canal de noticias ante la duda de que, por uno de esos misterios, se encontrara viendo su propio rostro en la pantalla. Era pura paranoia pero era incapaz de controlarla. Incluso pensó si no se trataría de una revancha de los periodistas por lo que había dicho anoche referente a que la prensa fomentaba el miedo del público ante la violencia ciudadana.
Todavía se sentía molesto, aunque no tanto, cuando llegó a su despacho a primera hora de la mañana. Los informes del equipo estaban sobre su escritorio y nadie pensaba hacer ningún comentario sobre la foto. Burden la había visto. Él no leía ese periódico pero sí lo hacía Jenny.
– Es curioso cómo te habitúas -comentó Wexford-. Me refiero a cómo el paso del tiempo alivia las cosas. Hoy no me siento tan mal como ayer, y mañana me sentiré mejor que hoy. Si pudiésemos guiamos por esto y no descubrirlo cada vez, si fuésemos conscientes en el momento de que dentro de un par de días nos importará mucho menos, la vida sería mucho más fácil, ¿no cree?
– Ummm. Uno es lo que es y no hay más. No podemos cambiar nuestra naturaleza.
– Que filosofía tan deprimente -Wexford comenzó a hojear los informes-. Jane Winster, la prima, identificó el cadáver. No es que hubiera muchas dudas. Hoy o quizá mañana por la mañana sabremos algo del viejo Tremlett. Vine entrevistó a la señora Winster en su casa en Pomfret, pero no se enteró de gran cosa. No se trataban mucho. Hasta donde sabemos, Annette no tenía amigos y, aunque resulte curioso, tampoco ninguna amiga íntima. Suena como una vida muy solitaria. Ingrid Pamber es la única persona con la que mantenía una cierta relación de amistad.
– Sí, pero ¿qué puede saber la Winster? No veía a Annette desde abril. Esto sería comprensible si viviera en Escocia, pero vive en Pomfret y eso está a cinco kilómetros. No se debían llevar nada bien.
– La señora Winster dijo, y cito sus palabras textuales: «Tengo que pensar en mi propia familia». Se hablaban por teléfono. Annette siempre pasaba con ellos la Navidad y también asistió a la fiesta de los veinte años del matrimonio. No obstante, como usted dice, es una relación un poco distante. -Pasó unas cuantas páginas, haciendo una pausa de vez en cuando para releer algún párrafo-. También visitó a la señora Harris, ¿la recuerda? Edwina Harris, la mujer de la planta alta. No oyó nada aquella noche, pero admite que ella y el marido tienen un sueño muy profundo. Insiste en que nunca vio a ningún amigo visitar a Annette o que Annette entrara o saliera del edificio en compañía de alguien.
– Tampoco los supervisores de la oficina de la Seguridad Social -añadió Wexford-, me refiero a Niall Clarke y Valerie Parker, saben nada de la vida privada de Annette. En cuanto a Peter Stanton, el otro consejero de nuevas solicitudes, el que se parece a Sean Connery de joven, se mostró muy abierto con Pemberton, le dijo que salió un par de veces con Annette. Entonces Cyril Leyton le advirtió que no lo hiciera. No quería «relaciones íntimas» entre el personal.
– ¿Y Stanton le hizo caso?
– No pareció molestarle. Le dijo a Pemberton que no tenían mucho en común, aunque no sé qué significa. Hayley Gordon, la auxiliar jovencita, la rubia, apenas conocía a Annette, sólo lleva un mes en la oficina. Karen entrevistó a Osman Messaoud y a Wendy Stowlap. Messaoud se mostró muy nervioso. Nació y se crió en este país pero le inquietan las mujeres. Le dijo a Karen que no quería ser entrevistado por una mujer, quería, y cito textualmente una vez más, «un agente» y añadió que si Karen le preguntaba sobre una mujer, refiriéndose a Annette, su esposa sospecharía. Sin embargo, no sabe nada de la vida de Annette fuera del trabajo.
– Aparte de Ingrid Pamber, Wendy Stowlap es la única entre el personal que visitó el apartamento de Annette. Vive más o menos cerca, en Queens Gardens. Fue un domingo. Necesitaba alguien como testigo para un documento -no aclaró qué clase de documento-, algo de lo que no quería que se enteraran sus vecinos, así que se lo llevó a Annette. Annette miraba un vídeo y le comentó a Wendy que acababa de comprarse un aparato de vídeo último modelo, de esos que marcas un código. Esto fue hace cosa de unos seis o siete meses. Todo este circunloquio sólo demuestra que tenía un vídeo. Ahora veamos qué dice Barry sobre Ingrid Pamber…
En aquel momento el sargento detective Vine entró en el despacho. No era bajo pero lo parecía al lado de Wexford; Burden también era más alto. Llamaba la atención que tuviera el pelo rojo y el bigote negro. Wexford pensaba que él en su lugar se habría afeitado el bigote. Pero Vine -aunque nunca lo había comentado- parecía disfrutar con el efecto bicolor, en la creencia de que le daba distinción. Era un hombre inteligente, agudo y astuto, dotado de una memoria prodigiosa que atiborraba con toda clase de información, útil y de cualquier otra clase.
– ¿Ha leído mi informe, señor?
– En eso estoy, Barry. La tal Ingrid era la única amiga de Annette, ¿no es así?
– Había alguien más. ¿Qué me dice del hombre casado?
– ¿Qué hombre casado? Ah… un momento. ¿Ingrid Pamber le dijo que Annette le confesó que tenía un asunto con un hombre casado desde hacía nueve años?
– Así es.
– ¿Por qué no me lo dijo el viernes?
Vine se sentó en el borde del escritorio de su jefe.
– Dijo que se pasó toda la noche sin dormir, preguntándose si había hecho bien. Le había jurado a Annette que nunca se lo diría a nadie.
El hombre que llamó a la oficina de la Seguridad Social, pensó Wexford, el hombre que según Ingrid era un vecino.
– Está bien, me lo imagino. Evítenos los detalles de escolar arrepentida, ¿quiere?
– Le solté la historia de siempre, señor -continuó Vine, con una sonrisa-. Annette estaba muerta, las promesas a un muerto no eran válidas, ¿no quería ayudamos a encontrar al asesino? Me dijo algunas cosas y entonces salió con que se lo diría a usted. Me refiero a que sólo se lo dirá a usted.
– ¿De veras? ¿Qué tengo que no tenga usted, Barry? Debe ser la edad. -Wexford disimuló la ligera vergüenza que sentía haciendo ver que leía el informe-. Debemos complacerla, ¿no creen?
– Supuse que diría eso, así que le pregunté si estaña en la oficina de la Seguridad Social. Me contestó que no. Hoy comienza sus dos semanas de vacaciones y no tiene dinero para irse de viaje con el novio. Estará en casa.