10
– ¿No de asesinato? -preguntó Zack en el cuarto de interrogatorios.
– Vamos a ver, ¿cómo se llama? -replicó Wexford, sin hacerle caso-. ¿Zachary? ¿Zachariah?
– ¿Oiga, de qué va? No, coño. Me llamo Zack. Había un cantante que le puso Zack a su hija y a mi madre le hizo gracia. ¿Vale? Quiero saber si me están acusando del asesinato de aquella mujer.
– Díganos cuándo entró en el apartamento, Zack -dijo Burden-. Fue el miércoles por la noche, ¿no es así?
– ¿Quién dice que entré en el apartamento?
– No me dirá que ella fue a su casa para llevarle la radio como un regalo de cumpleaños.
Fue un golpe de efecto por parte de Wexford, no una deducción astuta. Si hubiese sido diciembre en lugar de julio hubiese dicho: «regalo de Navidad». Zack le miró aterrorizado, como si se encontrara delante de un clarividente con poderes sobrenaturales comprobados.
– ¿Cómo sabe que el miércoles era mi cumpleaños?
Wexford consiguió evitar la risa con verdadero esfuerzo.
– Muchas felicidades. ¿A qué hora entró en el apartamento?
– Quiero llamar a mi abogado.
– Sí, es lógico. Yo haría lo mismo en su situación. Lo podrá llamar más tarde. Quiero decir, más tarde podrá buscar uno y llamarlo. -Zack le miró con suspicacia. Wexford añadió-: Hablemos del anillo.
– ¿Qué anillo?
– Un anillo con un rubí que vale dos mil libras.
– No sé de qué me habla.
– ¿Ella estaba muerta cuando le quitó el anillo del dedo?
– ¡Yo no le quité el anillo del dedo! ¡No lo tenía en el dedo, estaba sobre el tocador! -Una vez más había picado-. ¡A la mierda!
– Será mejor que comience por el principio, Zack -le recomendó Burden-. Cuéntenoslo todo. -En silencio agradeció que la conversación se estuviera grabando. No había manera de negar lo dicho.
Zack intentó discutir un poco más antes de ceder. Por fin preguntó:
– ¿Qué saco si les digo lo que encontré allí y lo que vi?
– ¿Qué le parece si le llevamos ante el juez mañana en lugar del viernes? Sólo tendrá que pasar una noche en el calabozo y el sargento Camb le traerá una Coca Cola sin cafeína para que duerma tranquilo.
– No me venga con chorradas. Me refiero a que si lo que le diga le sirve para encontrar al asesino…
– Me lo tendrá que decir de todas maneras, Zack. No querrá que le acuse de obstrucción a la justicia además de robo con allanamiento y nocturnidad.
Zack, que como sabía Wexford por el ordenador tenía un impresionante prontuario de delitos menores, conocía bien las consecuencias de esos cargos.
– Eh, de allanamiento nada y de nocturnidad tampoco. No estaba oscuro. Y no forcé ni rompí nada para entrar.
– Es un decir -señaló Burden-. Supongo que pasaba por allí, vio la puerta abierta y entró.
En el rostro de Zack apareció una expresión de astucia mientras ladeaba la cabeza. Había algo siniestro en él, algo llamado maldad. Entornó los párpados.
– No me lo podía creer -comentó mucho más tranquilo-. Moví la manija y la puerta se abrió. Me quedé asombrado.
– No lo dudo. Llevaba las herramientas sólo por si acaso, ¿verdad? ¿Qué quiere decir con eso de que no estaba oscuro?
– Eran las cinco de la mañana, ¿no? Hacía una hora que había amanecido.
– Se levanta con el alba, ¿eh, Zack? -Burden sonrió-. ¿Siempre se levanta tan temprano?
– El niño me despertó y no pude volver a dormirme. Salí a dar una vuelta con la furgoneta para despejarme. Iba despacio, respetando el límite de velocidad, ¿vale?, y la puerta principal estaba abierta, así que decidí parar y echar un vistazo.
– ¿Quiere hacer una declaración, Zack?
– Quiero a mi abogado.
– Le diré lo que haremos. Usted declara y después nosotros le traemos la guía y se busca un abogado en las páginas amarillas. ¿Qué le parece?
Zack se vino abajo sin previo aviso. Cedió de imprevisto. La truculencia dio paso a la mansedumbre.
– Lo que quiera -contestó y lanzó un sonoro bostezo-. Estoy muerto. Nunca puedo dormir a gusto, el chico no me deja.
Sobre las cinco de la mañana del viernes, nueve de julio -declaró Zack Nelson-, entré al apartamento 4 del 15 Ladyhall Avenue, Kingsmarkham. No llevaba herramientas ni forcé la puerta o la cerradura. Llevaba guantes. La puerta principal estaba sin llave. No estaba oscuro. Las cortinas estaban echadas, pero veía el interior. Vi un televisor, un aparato de vídeo, un reproductor de discos compactos y un radiocasete, y me llevé éstos objetos del apartamento, en dos viajes.
Regresé al apartamento y abrí la puerta del dormitorio. Comprobé sorprendido que había una mujer en la cama. Al principio pensé que dormía. Algo en su actitud provocó mis sospechas. Era por la forma en que le colgaba el brazo. Me acerqué pero no la toqué, porque vi que estaba muerta. Sobre el velador había un anillo y un reloj. No los toqué, sino que salí del apartamento a toda prisa, asegurándome de cerrar la puerta.
Cargué el televisor, el vídeo y el radiocasete en la furgoneta que me había prestado el padre de mi novia y regresé a casa. Me dedico a la venta de aparatos electrónicos de segunda mano. Tenía otros equipos rescatados del incendio de una fábrica, así que incluí éstos con los otros. El radiocasete se lo vendí al señor Bob Mole por la suma de siete libras. El televisor y el aparato de vídeo están actualmente en mi casa en el 1 Lincoln Cottages, Glebe End, Kingsmarkham.
– Me gusta el detalle de cerrar la puerta al salir -comentó Wexford después de que se llevaran a Zack a uno de los dos calabozos que había en la comisaría de Kingsmarkham-. Al menos explica por qué la puerta estaba cerrada cuando usted fue allí. Si alguien del Servicio de Empleo lee la crónica de las actuaciones de mañana en el juzgado, Zack perderá el subsidio de paro. El Courier le describirá como negociante en artículos electrónicos.
– No le hará falta allí donde va -señaló Burden.
– No, pero sí lo necesitarán Kimberley y Clint. Es lo que ocurre en casos como este. ¿Les cortan el salario social a los familiares? En cualquier caso, no le condenarán a más de seis meses y sólo cumplirá cuatro-. Wexford vaciló-. ¿Sabe una cosa, Mike? Hay algo extraño en todo esto, algo que no me gusta.
– ¿Cómo que encontró la puerta abierta y el apartamento a su libre disposición? -preguntó Burden. Encogió los hombros-. ¿Cómo que no se llevara el anillo?
– Sí, aunque no exactamente. La puerta principal de la casa casi siempre está abierta y sabemos que Ingrid Pamber dejó la puerta de Annette sólo con el pestillo. Dijo que le dio miedo llevarse un anillo y un reloj que estaban junto a un cadáver, y le creo. Lo que me preocupa es su aparente desconocimiento previo de los apartamentos y sus ocupantes. Según su relato, se coló sin molestarse en cerrar la puerta. No podía dormir, pero no salió a dar un paseo a pie, sino que cogió la furgoneta. Da la casualidad de que llevaba guantes. ¿Con el calor de julio? Afirmó que no llevaba herramientas, pero ¿cuánta gente hay que tiene amigos descuidados y dejan las puertas sin llave durante toda la noche?
– Allí sólo hay dos apartamentos -señaló Burden-. No tenía nada que perder. Lo único que debía hacer era intentar con la puerta de Annette y después subir las escaleras y probar con la de los Harris. Si las dos estaban cerradas, mala suerte.
– Ya lo sé. Es lo que dice él. Pero ¿no es sorprendente que encontrara una puerta abierta a la primera?
– Quizá no era la primera.
– Él dice que sí. De modo que llegamos a la siguiente cosa extraña. Si lo que dice es cierto, no tenía manera de saber si había alguien o no en el apartamento. ¿Qué debemos pensar? ¿Qué al ver -y recordar, calcular, deducir- que estaban echadas todas las cortinas del apartamento uno, y después descubrir que la puerta principal estaba abierta, decidió que no había nadie en casa? En el supuesto de que nadie duerma con la puerta principal abierta, pero que quizá habían salido sin cerrarla. No es muy lógico.