Wexford se mantuvo en sus trece. Presionado -la mano de Anouk otra vez sobre su brazo mientras la acompañaba a la puerta-, le comentó que, como ella sin duda sabía, su voto era un asunto privado entre él y su conciencia. La mujer estuvo de acuerdo, pero como decía su marido, ella era tenaz, formaba parte de su naturaleza enfrentarse a la verdad por desagradable que fuese. A estas alturas, Wexford ya se había perdido pero se las apañó para despedirla amablemente sin olvidar la coletilla de que había sido un placer verla.
Sin duda, los Akande también habían soportado el mismo tratamiento por parte de Anouk, porque cuando Wexford los visitó a la mañana siguiente, Laurette, siempre tan estirada, le comentó su indignación porque la candidata calificaba a las personas negras como sus mejores amigas y afirmaba tener una afinidad especial con ellas.
– ¿Sabe qué me dijo? «Mi piel es blanca -dijo-, pero tengo el alma negra». Lo que tienes es mucha cara, pensé yo.
Wexford no pudo evitar la risa pero fue una risa discreta. El jolgorio no tenía cabida en esta casa. Sin embargo, Laurette parecía haber olvidado la discusión por el incidente de la cánula. Se mostró muy cordial, incluso por primera vez le ofreció algo de beber. ¿Quería un café? ¿O un té?
– La señora Khoori no llegará muy lejos con ese manifiesto -opinó el doctor-. No creo que seamos más de media docena en todo el distrito.
– Dieciocho para ser exactos -dijo Wexford-. Y no familias, sino individuos.
Wexford llegó al hospital y aparcó el coche en la única plaza desocupada, junto al furgón biblioteca. El coche del otro lado tenía un curioso color púrpura que le recordó el auto de los Epson. De pronto, el inspector comprendió aquéllo que le rondaba por la cabeza desde que fue a la casa del jefe de policía. El coche rosa lo conducía un hombre blanco. No había alcanzado a verle el rostro pero sí había visto que el hombre era blanco. Los Epson eran un matrimonio mixto -sin duda algo que Laurette Akande no aprobaba- pero Fiona Epson era blanca y el marido negro. ¿Significaba algo? ¿Era importante? A menudo, él comentaba que todo era importante en un caso de asesinato.
El servicio de biblioteca rodante era una iniciativa privada realizada por voluntarios y el año pasado Dora le había convencido de que donara una docena de sus libros que ella consideraba «superfluos». Se sorprendió al ver que la conductora era Cookie Dix, y se sorprendió todavía más cuando ella le reconoció al salir del furgón.
– Hola -dijo Cookie-. ¿Cómo está usted? La fiesta de los Khoori fue una maravilla. A mi querido Alexander le encantó; desde entonces está mucho más tratable.
Ella hablaba como si fueran amigos íntimos de toda la vida, y él conociera todos los detalles de su, sin duda, problemática vida matrimonial. Wexford le preguntó si necesitaba ayuda para cargar los libros en el carrito.
Aunque era casi tan alta como él, parecía frágil, con los miembros delgados, el rostro delicado y la larga melena negra.
– Es muy gentil de su parte. -Se apartó para que Wexford sacara el carrito de la parte de atrás del furgón-. Odio las mañanas de los lunes y los sábados, pero esta es la única obra digna que hago y si renuncio mi vida sería una pura entrega al hedonismo más incontrolado.
Wexford sonrió con amabilidad y después le preguntó dónde vivía.
– ¿Cómo, no lo sabe? Pensaba que todo el mundo conocía la casa que construyó Dix. El palacio de cristal con los árboles dentro. En lo alto de Ashley Grove.
Una de las monstruosidades de la ciudad, uno de esos lugares que todos los visitantes miran y por el que preguntan extrañados. Wexford la ayudó a cargar los libros en el carrito, le preguntó quién se los daba y quién los seleccionaba. Todos sus amigos le regalaban libros, respondió ella. No debía olvidarse de ella la próxima vez que hiciera limpieza de estanterías.
– Todo el mundo piensa en novelas románticas y policíacas -le comentó ella cuando Wexford se despidió en la entrada-, pero las de terror son las más populares. -Le dedicó una calurosa sonrisa-. Lo que se lleva es la mutilación y el canibalismo. Es la mejor lectura cuando uno está depresivo.
Vine había estado con Oni Johnson durante toda la noche. La mujer dormía con las cortinas cerradas.
– Sé que ya terminó su turno -le dijo Wexford en voz baja-, pero quiero pedirle una cosa. Carolyn Snow ya me ha dicho tres veces que su marido estuvo liado con una tal Diana. Piense en ello y si le suena alguna campana, avíseme.
Al cabo de media hora llegó Raffy. Despertó a su madre con un beso y se sentó a mirar los dibujos de su tebeo. Laurette Akande tenía el día libre y la hermana a cargo era una irlandesa pelirroja que trajo el té. Raffy miró las tazas con suspicacia y preguntó si podía tomar un refresco.
– Lo que me faltaba por oír. Ve tú mismo y sácala de la máquina, jovencito. ¡Habrase visto!
– Me gusta tenerle a mi lado -señaló Oni cuando Raffy salió a buscar su bebida, después de haber cogido las monedas del bolso de su madre-. Me gusta saber lo que hace. -Wexford recordó las palabras de la hermana sobre lo posesiva que era Oni-. ¿De qué hablaremos hoy?
– Tiene mucho mejor aspecto -comentó Wexford-. Veo que le han puesto un vendaje más pequeño.
– Un vendaje pequeño para un cerebro pequeño. Quizás ahora tengo el cerebro más pequeño porque el doctor me lo cortó.
– Señora Johnson, le diré de lo que vamos hablar hoy. Quiero que vuelva atrás unas cuantas semanas, digamos tres, antes del jueves pasado, y me diga cualquier cosa extraña que recuerde. -La mujer le miró en silencio-. Algo extraño o diferente en casa, en el trabajo, cualquier cosa sobre su hijo, si conoció a alguien. No se apresure, sólo piense. Retroceda a principios de julio e intente recordar cualquier cosa extraña.
Raffy regresó con una lata de coca. Alguien había encendido el televisor y el muchacho movió la silla para ver mejor. Oni no podía cogerle de la mano y apoyó la suya en el brazo.
– ¿Se refiere a que si alguien habló conmigo en el cruce? ¿Vino a mi casa? ¿O si vi a algún extraño?
– Así es. Lo que sea.
– Alguien dibujó una cosa en nuestra puerta. Raffy lo limpió. Algo parecido a una cruz con las puntas torcidas.
– Una esvástica.
– Fue el día que llamaron a Raffy del centro de trabajo por un empleo. Fue a la entrevista pero para nada. Después Mhonum, mi hermana, celebró el cumpleaños, tiene cuarenta y dos, aunque no los aparenta, y fuimos al Moonflower a cenar. Tengo otro trabajo, ¿lo sabía? Limpio la escuela, tres veces por semana. Un día estaba limpiando y me encontré un billete de diez libras, los chicos siempre llevan mucho dinero, y se lo di a la maestra. Pensé que me darían una recompensa pero qué va. Son pruebas que nos pone el Señor, ¿lo sabía? ¿Es esto lo que quiere saber?
– Eso mismo -contestó Wexford, aunque había esperado alguna cosa más interesante.
– Todo a partir de principios de julio, ¿no? El domingo vino la señora a mi casa, la señora del pelo largo rubio, pidiendo mi voto en las elecciones del consistorio, pero le dije quizá, que no sabía, que me lo pensaría. Aunque quizás esto fue el otro domingo. Sé que el día siguiente fue lunes. ¿Qué fecha fue el primer lunes?
– ¿Cinco de julio?
Raffy se reía de algo en la tele. Dejó la lata vacía en el suelo. Su madre le pidió que se acercara para cogerlo de la mano. El muchacho movió la silla un poco sin apartar la mirada del televisor. Oni se apresuró a cogerle de la mano aunque para conseguirlo tuvo que estirar el brazo al máximo.
– ¿Qué pasó aquel lunes? -preguntó Wexford.
– Poca cosa. Lo único fue por la tarde y yo estaba en el cruce. Quizá no fue aquel lunes sino el siguiente. Pero estoy segura que fue al día después de que viniera la señora de las elecciones. Pensé, es una pena que Raffy no esté aquí. Él te acompañaría, chica, no te perderías si Raffy te llevara.