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– No acabo de entenderla, señora Johnson -dijo Wexford, confuso.

– Se lo estoy diciendo, yo estaba en el cruce antes de que los niños salieran de la escuela, en aquel momento, yo estaba allí, y vino una chica y se paró delante mío, ahí mismo en la acera, delante mío y me habló en yoruba. Me sorprendí tanto que casi me caigo al suelo. No oía hablar yoruba desde hacía veinte años. Mi hermana no lo habla porque es demasiado orgullosa. Pero esta chica es de Nigeria y me dijo en yoruba, ¿por dónde se va al lugar que dan trabajo? Mo fé mò ibit’ó gbé wà. Quiero saber dónde queda.

18

Barry Vine durmió cuatro horas, se dio una ducha fría y llamó a Wexford. El inspector jefe le dijo algo incomprensible en un idioma africano. La traducción fue suficiente para que marchara de inmediato a la oficina de la Seguridad Social.

Ingrid Pamber había vuelto al trabajo después de las vacaciones, y ocupaba la mesa entre Osman Messaoud y Hayley Gordon. La joven enfocó a Vine con el rayo azul de sus ojos y le sonrió como si él fuese el amante que regresa de la guerra. Impertérrito, él le mostró la foto de la difunta Sojourner y otra de Oni Johnson que Raffy había encontrado en el piso de Castlegate. Ingrid reconoció a Oni pero nunca había visto a Sojourner. La indiferencia de Vine a sus encantos y sonrisas irritó a la joven.

– Es la señora de la piruleta, ¿no? La reconocería en cualquier parte. Creo que la tiene tomada conmigo. Basta que se me haga tarde para llegar al trabajo bajando por Glebe Road para que ella se plante en la mitad de la calle con la piruleta y me pare.

– ¿Annette la conocía?

– ¿Annette? ¿Cómo voy a saberlo?

Ingrid fue la única entre todo el personal de la oficina de la Seguridad Social que no le preguntó qué le había pasado a Oni y por qué quería saberlo. Nadie, por mucho que hiciera memoria, recordaba haber visto antes a Sojourner. Fue la supervisora Valerie Parker, la que manifestó en voz alta aquello que quizá los demás no se atrevían a decir.

– Todas las personas negras me parecen iguales.

Osman Messaoud, que pasaba en ese momento junto a ella para ir a sentarse frente a uno de los ordenadores, comentó en tono desagradable:

– Qué curioso. A las personas negras los blanquitos les parecen todos iguales.

– No hablaba contigo -replicó Valerie.

– No, supongo que no. Reservas los comentarios racistas para las otras personas que son como tú.

Una vacilación momentánea. ¿Tenía que levantarse para ser incluido en esa categoría? ¿Debía negar a voz en cuello la acusación? Vine optó por dejarles que discutieran el asunto entre ellos. Niall Clark, el otro supervisor, un sociólogo en ciernes, apuntó:

– No creo que los blancos conozcan a los negros en una sociedad como esta. Quiero decir, en un lugar como Kingsmarkham, una ciudad de provincias. Después de todo, hasta hará cosa de diez años no había negros por aquí. Te dabas la vuelta para mirar si veías uno en la calle. Cuando yo iba a la escuela no había ningún alumno negro. Dudo mucho que tengamos más de tres o cuatro negros que vengan a firmar.

Valerie Parker, con el rostro arrebolado después de la discusión, preguntó:

– ¿Cómo se llamaba?

– Ojalá lo supiera.

– Si tuviéramos el nombre lo buscaríamos en el ordenador. Es probable que haya centenares con el mismo nombre pero quizá…

– No sé su nombre -contestó Vine con la sensación de que nunca llegaría a saberlo.

Incluso sin un nombre, tendría que haber sido fácil identificar y localizar una muchacha negra desaparecida en una ciudad como Kingsmarkham donde predominaban los blancos, pero no lo era. Le habían indicado cómo llegar a este lugar, probablemente había seguido las indicaciones, pero en algún punto del trayecto se había esfumado. O quizás había llegado hasta aquí sin que nadie se fijara en ella. Vine era de la opinión de que no había llegado, pero necesitaba obtener más datos de Oni Johnson antes de seguir esta línea de investigación. De camino hacia la salida pasó junto a la cabina donde Peter Stanton aconsejaba a una nueva clienta. Se trataba de Diana Graddon.

Hasta ahora no había decidido si hablar o no con ella. Parecía innecesario, incluso impúdico. Desde luego la recomendación de Wexford había hecho sonar una campana y había pensado en ello, antes de dormirse y desde el momento que se despertó. ¿Pero qué le importaba a él, o a cualquiera de ellos, si esta mujer había sido una vez la amante de Snow antes de ser reemplazada por Annette Bystock? ¿Era importante en un caso de dos asesinatos y el intento de un tercero? Sin embargo, ahora que la había visto. Vine se sentó a esperar en una de las sillas grises junto a una maceta de plástico con su peperomia artificial.

¿Qué impresión causaba Stanton en las mujeres, mirándolas de esa manera, con los ojos desorbitados? Diana Graddon era una mujer bastante atractiva pero Vine tenía la sensación de que a Stanton sólo le interesaba que fuera mujer y joven. Cogió un folleto titulado «¿Tiene usted derecho al salario social?» y lo leyó para pasar el rato.

Burden no tardó más de veinte minutos en llegar al hospital con la fotografía de Sojourner. Oni Johnson la reconoció en el acto.

– Es ella. Ésta es la muchacha que habló conmigo delante de la Thomas Proctor.

Tuvo que ser el cinco de julio, pensó Wexford. Al anochecer ya estaba muerta. Mavrikiev había dicho que había muerto al menos doce días antes de que la encontraran el día diecisiete. Oni Johnson había hablado con ella unas horas antes de que la mataran.

– ¿Le dijo su nombre? -preguntó Burden.

– No me lo dijo. ¿Por qué iba a hacerlo? Tampoco me dijo de dónde venía, no señor. Me dijo a donde iba, al centro de trabajo, a pedir un trabajo. Eso es todo lo que dijo. ¿Mo fé mò ibit’ó gbé wà?

– ¿Puede describirla?

– Alguien la había golpeado, eso sí que lo sé. He visto gente golpeada. Tenía los labios cortados y un ojo morado, no te lastimas así si te das contra una puerta, qué va. Así que le dije dónde estaba el centro, calle abajo, doblas a la derecha, otra vez a la derecha, entre el Nationwide y Marks y Spencer, y entonces le pregunté, ¿quién te ha pegado?

– ¿Se lo preguntó en inglés o en yoruba?

– En yoruba. Y ella me dijo, bí ojú kò bá kán e m m bá là òràn náà yé e. Que es como decir: «Si no tiene prisa, me gustaría explicárselo».

A Wexford el corazón le dio un brinco.

– ¿Y se lo dijo?

Oni sacudió la cabeza vigorosamente.

– Yo le contesté, sí, tengo tiempo, los niños no salen hasta dentro de cinco, diez minutos, pero entonces, cuando le dije esto, un coche se detuvo justo a mi lado, una madre lo conducía. Venía a recoger a su hijo y yo le dije, no, no puede aparcar aquí, aparque un poco más abajo, y cuando acabé me di la vuelta pero aquella muchacha se había ido.

– ¿Cómo dice? ¿Desapareció sin más?

– No, la veía pero muy lejos, muy lejos calle abajo.

– Dígame cómo iba vestida.

– Llevaba un pañuelo en la cabeza, de tela azul. Un vestido con flores, blanco con flores rosas, y zapatos como los que lleva habitualmente Raffy.

Los policías miraron los pies de Raffy, enganchados en las patas de la silla. Botas de lona de media caña con viras y suela de goma, quizás el calzado más barato que se podía conseguir en la zapatería de más de baratillo de todo Kingsmarkham.

– ¿Recuerda la dirección por la que vino, señora Johnson?

– No la vi hasta que la tuve a mi lado, hablándome al oído. No la vi venir por la calle Mayor, así que quizá vino por el otro lado. Quizá venía de Glebe Lane donde está el campo. Quizá se bajó de un helicóptero en el campo.