Ya lo había dicho antes, recordó Burden. En los primeros días de la búsqueda de Melanie Akande, él había mencionado haber visto a una muchacha negra el lunes.
– ¿Recuerdas si fue el lunes cinco de julio por la tarde? -preguntó Burden, ilusionado. Pero si había sido el lunes ya no lo recordaba.
– No lo sé, no sé ni el día ni la hora. Sí recuerdo que hacía calor. Me quité la camiseta para tomar un poco el sol y entonces apareció aquella vieja bruja y me dijo; pillarás un cáncer de piel, jovencito. Yo le contesté: vete a tomar por el culo, vieja burra.
– ¿Crees que la chica del otro lado de la calle quería entrar en la oficina de la Seguridad Social?
– Si quería entrar, ¿por qué no cruzó la calle? -replicó Danny, sin dejar de escarbarse las cutículas-. Sólo tenía que cruzar la calle.
– Pero tú no la viste cruzar…
– ¿Yo? No, no la vi. Pero es lógico, sólo tenía que cruzar.
– No la cruzó -afirmó Rossy, aburrido-. Dame uno de tus pitillos, Dan.
Diana Graddon le había preguntado a Vine media hora antes y en este mismo lugar cuando estaban a punto de subir en el coche del policía:
– ¿Le molesta si fumo?
– Si no le importa, espere a que lleguemos a su casa.
Diana encogió los hombros y apretó los labios. Vine estaba fascinado por el parecido con Annette Bystock. Podían haber sido hermanas. Esta mujer era unos años más joven, más delgada que Annette, menos voluptuosa, pero tenían el mismo pelo ondulado oscuro, las mismas facciones marcadas, la boca grande, la nariz fuerte y los ojos redondos y oscuros, sólo que los de Annette habían sido castaños y los de ella eran azul gris.
Vine le preguntó sobre Snow y ella no intentó negar la relación, aunque mostró una gran sorpresa.
– ¡Eso fue hace diez años!
– ¿Por casualidad fue usted la que le presentó a Annette Bystock?
Nuevas muestras de sorpresa. Diana se quedó pasmada.
– ¿Cómo lo sabe?
– Supongo que la relación no duró mucho -replicó Vine, que era experto en esquivar esa clase de preguntas.
– Un año -dijo Diana Graddon-. Descubrí que tenía hijos. El menor sólo tenía tres años. Es curioso como de pronto lo recuerdas todo. No había pensado en esto desde hacía años.
– ¿Pero usted no cortó la relación?
– Comenzaron las peleas. Mire, yo tenía entonces veinticinco años y no entendía por qué tenía que acomodarme a que él viniera una hora por la tarde y después no tener noticias suyas durante una semana hasta que llamaba para un polvete, y si te he visto no me acuerdo. A veces salíamos pero muy de pascuas a ramos. Tampoco lo quería de forma permanente, me refiero a que yo no pensaba en el matrimonio ni nada parecido. Era joven pero no tonta. Me imaginaba el panorama, vivir con un tipo que tenía que mantener a tres hijos y a una esposa, y para colmo una esposa bastante posesiva. -Cogió aliento y Vine, mientras aparcaba delante de la casa en Ladyhall Road, se preguntó si le interesaba mucho esta historia cuando ella añadió-: Vino una tarde en la que estaba Annette. Yo sabía que vendría porque siempre llamaba primero, pero pensé, ¿Y qué? Por una vez tendremos una reunión de amigos, pasaremos un rato juntos sin sexo de por medio, vamos a ver qué le parece, aunque podía imaginármelo. Es curioso cómo vuelve todo, ¿no? Annette no sabía quién era él o… bueno, lo que éramos el uno para el otro, no sé si me entiende. -De pronto se le ocurrió una idea desagradable-. ¿No querrá decir que él lo hizo? Quiero decir, que él la asesinó.
– ¿Podemos entrar en la casa, señorita Graddon? -dijo Vine, con una sonrisa.
– Ah, sí, desde luego. -Abrió la puerta. Helen Ringstead no estaba en casa. Fueron a la sala de estar-. Me refiero a que él y Annette apenas si se conocían. No creo que volvieran a verse.
Así que no lo sabía…, a Vine le pareció divertido. Por odioso que fuera Snow, había que reconocerle el mérito de que sabía cómo apañárselas. Vine iba a formular otra pregunta pero no fue necesario.
– Él cortó nuestra relación al cabo de poco tiempo -prosiguió Diana-. Me dijo que su esposa estaba enterada de lo nuestro. Una conocida de ella nos había visto juntos en un restaurante en una de aquellas veces, se pueden contar con los dedos de una mano, en que me llevó a cenar. Aquella mujer le había oído pronunciar mi nombre. Él se lo había confesado todo, se había puesto a su merced, al menos fue lo que dijo.
– ¿Fue entonces cuando le comentó a Annette que estaba a la venta el apartamento de enfrente?
– Sí, más o menos. Hacía poco que se había divorciado. Todavía éramos amigas. -Diana Graddon encendió el cigarrillo que Vine le había negado en el coche. Le dio una chupada muy larga-. La cuestión es que no sé por qué dejamos de serlo. Cualquiera hubiese pensado que nos pasaríamos el día una en casa de la otra, siendo como éramos vecinas, pero en cambio nos distanciamos, y pienso que fue cosa suya. Se volvió retraída. Y lo que es más, no pienso que tuviera un amigo desde que se separó de Stephen. Pero no deja de sorprenderme que usted sospeche de Bruce.
Vine no lo había dicho. Estaba maravillado por el montaje de engaños y traiciones de Snow. Por mucho que como ser humano deplorara el comportamiento de Snow, como hombre admiraba su picardía. Annette no se había enterado de su relación con Diana y ésta ni siquiera había sospechado la relación Snow con Annette, y si no había conseguido mantener el secreto de Diana con su esposa, en cambio había podido convencer a Carolyn durante nueve años de la inviolabilidad del matrimonio. ¿Le había preocupado el traslado de Annette a Ladyhall Gardens? ¿O le había dado la excusa perfecta para mantener la nueva relación a un nivel de simple intercambio sexual, repetido continuamente? A todas luces era peligroso agasajar a una amiguita en un restaurante y una indiscreción ir a su casa, en cambio de esta manera evitaba meterse en mayores honduras.
Pero ¿qué le había dicho a Annette? ¿No confíes demasiado en Diana porque conoce a mi esposa? ¿O incluso, ella es muy capaz de contárselo a mi mujer? Los mejores mentirosos se ciñen a la verdad hasta donde les es posible.
– Me refiero a que Bruce hubiese tenido que conocerla -insistió Diana-. Entonces hubiese tenido un motivo, ¿no le parece? Créame, le hubiese visto si alguna vez hubiese aparecido por aquí y no le vi. Veía a todos los conocidos de Annette, hubiese visto a cualquiera que viniera a visitarla. -Diana vaciló, tosió. El cigarrillo tembló entre sus dedos-. Es curioso, pero me tenía fascinada. Me pregunto por qué. No sé por qué se lo pregunto, usted no es un psicólogo, pero me pregunto si un psicólogo no diría que fue porque ella…, bueno, ella me rechazó.
Vine, que conocía los métodos de Wexford, esperó en silencio. No era psicólogo pero sabía lo que hacían los psicólogos. Instalaban al paciente o al cliente, o cómo lo llamaran, en un diván y escuchaban. Una palabra pronunciada a destiempo podía ser fatal. Escucharía, aunque no supiera qué escuchaba. Tampoco lo sabía Freud, pensó.
– Supongo que estaba resentida. Me decía a mí misma, ¿quién se cree que es, tratándome de esta manera? Algunas veces la veía llegar acompañada por aquella muchacha bonita, la que trabajaba con ella en la oficina de empleo, y también era amiga de Edwina No-sé-cuantos. Pero, sabe, no venía nadie más. Bueno, vi a su prima por aquí un par de veces, una tal señora Winster. No recuerdo el primer nombre. Joan, Jean, Jane. Ni un sólo hombre cruzó el umbral de su casa, era como un convento. La verdad es que pensar que Bruce entrara allí es como para echarse a reír. -Sonrió ante lo absurdo que hubiese sido-. ¿En qué anda metido ahora? ¿Aparte de asesinar mujeres que no conoce? -La sonrisa dio paso a la carcajada.
Vine aflojó los hombros, desencantado. Ella no sabía nada. Aquí no sacaría nada. Había pensado en contárselo todo con la intención de que la incredulidad, después la comprensión del engaño y la cólera posterior, le hicieran irse de la lengua. Pero ¿y si no sabía nada? Dispuesto a marcharse, comentó al pasar: