– ¿Dice que la vio por última vez la tarde del lunes?
– Sí, yo me marchaba para ir a la casa de mi amigo en Pomfret. -Le sonrió de soslayo, complacida ante la oportunidad de decirle que Snow tenía un sucesor-. Siempre era un poco incómodo, ya se lo puede imaginar, Annette y yo nos esquivábamos, pero dio la casualidad de que nos vimos, yo cuando salía y ella cuando entraba en su casa. Nos saludamos y entonces recordé que me había olvidado el suéter, así que entré a buscarlo.
»Al salir -prosiguió Diana-, no tardé ni un par de minutos, ella ya había entrado; había una muchacha delante de la puerta, me refiero a la puerta de entrada a Ladyhall Court. Sin duda, Annette debió entrar en su apartamento y se fue directamente a la sala de estar para abrir la ventana. Se asomó, vio a la muchacha -por cierto, una muchacha negra- y la muchacha se acercó a la ventana y le dijo algo y entonces… bueno, aquella fue la última vez que vi a Annette.
19
¿Cuál es el camino a donde dan trabajo? Ella se lo preguntó a Oni en un lenguaje oscuro porque algo en Oni le decía que esta mujer también era nigeriana.
Sojourner hizo lo que le dijeron y caminó, hacia el sur por la calle Mayor, asustada de su perseguidor, pero llegó sana y salva a la oficina de la Seguridad Social. En vez de entrar, esperó en la acera de enfrente, mirando el edificio. ¿Por qué no cruzó la calle, como señaló Rossy, y entró?
– Los hombres -dijo Wexford-. Tenía miedo de los hombres. Sí, de acuerdo, sé que Rossy, Danny y los demás no nos asustan, pero ni usted ni yo tenemos diecisiete años ni somos una muchacha negra ignorante. Tenía el miedo metido en el cuerpo y sentía una profunda desconfianza hacia los blancos. Alguien le había pegado, estuvo a punto de contárselo a Oni cuando los niños iban a salir de la escuela.
– Las mujeres tienen más miedo a los hombres que a las demás mujeres. Sí, es así, Mike, le guste o no. Y allí estaba aquella pandilla, uno de ellos sólo con los pantalones, sentados en las escaleras, casi cerrando el paso. Y para colmo, cuando llega una mujer y le dice algo a uno de ellos él le grita, le dice vaya a saber qué, la trata de vieja burra, o quizás algo peor. Él le dijo a usted que la trató así.
Ya había comenzado la búsqueda casa por casa. Con un plano de la parte norte de Kingsmarkham delante, Wexford comenzó a tomar consciencia de lo mucho que había crecido la ciudad desde su llegada. En la zona norte habían edificado verdaderas mansiones. En la parte céntrica habían derribado las casas viejas, como en Ladyhall Avenue, y cada una había sido reemplazada por una docena de casas más pequeñas y algún bloque de pisos. El barrio en que le tocaba votar en las elecciones municipales había sido antaño toda la ciudad; ahora sólo era una parte de la misma. Dejó de estudiar el plano cuando Burden le comentó:
– Así que Sojourner se queda en la acera de enfrente, ¿para qué? ¿Espera que los chicos se vayan?
– O que salga alguien. Ve que los clientes entran y salen pero no ve a nadie después de las tres y media. No hay firmas los lunes y los consejeros de nuevas solicitudes tienen la última cita a las tres y cuarto. Por lo tanto, cualquiera que salga a las cuatro y media tiene que trabajar allí.
– ¿Sugiere que siguió a Annette a su casa?
– ¿Porqué no?
– ¿O sea que escogió a Annette por casualidad?
– No del todo -respondió Wexford-. Casi todos los demás que trabajan allí van en coche y aparcan en la parte de atrás. No salen por la puerta principal.
– Stanton no va a trabajar en coche -señaló Burden-. Tampoco Messaoud. Su esposa lo usa durante el día.
– Son hombres. Sojourner no seguiría a un hombre.
– De acuerdo, ella sigue a Annette por la calle Mayor, doblan por Queen Street que la cruza… -Burden explicaba el recorrido como si Wexford no tuviese el plano sobre la mesa-, bajan por Manor Road y llegan a Ladyhall Gardens. En aquel momento Diana Graddon la ve. O, mejor dicho, ve a Annette y cuando sale por segunda vez ve a Sojourner delante de la puerta de Ladyhall Court.
– Para ser precisos, ve a Annette asomada a la ventana hablando con Sojourner. ¿Annette la dejó entrar en la casa? ¿Sojourner quería entrar?
– Annette debió decirle que si buscaba trabajo, o quería el paro, tendría que volver a la oficina de la Seguridad Social al día siguiente, el martes. Quizá le dijo que preguntara por ella y le dio su nombre, pero no la dejó entrar. No era muy dada a permitir que la gente entrara en su casa.
– ¿Qué le dijo Sojourner que impulsó a Annette a preguntarse si debía comunicárselo a la policía?
– ¿Piensa que fue eso? ¿Fue Sojourner que se lo dijo, aunque no sabemos qué? Esto fue veinticuatro horas, más de veinticuatro horas, antes de que Annette llamara a la prima Jane el jueves por la noche.
– Lo sé, Mike. Estoy especulando. Pero mírelo de esta manera. Sojourner le dijo algo a Annette que no le gustó o le hizo sospechar. No sabemos qué fue, es probable que se lo fuera a decir a Oni pero no lo hizo, algo sobre el hombre que le pegaba o quizá dónde vivía. No obstante, sabemos que Sojourner no siguió el consejo que quizá le dio Annette, que volviera a la oficina de la Seguridad Social al día siguiente.
– Al ver que no aparecía, ¿no cree posible que Annette se inquietara? Quizá quería discutir lo que fuese con Sojourner antes de dar ningún paso. Pero en aquel momento Annette se sentía mal. Se fue a su casa, se metió en la cama, se encontraba tan mal que llamó a Snow para decirle que no le vería al día siguiente, pero le preocupaba tanto que llamó a la prima para comentárselo.
– En cuanto a por qué pienso que eso que debía saber la policía provino de Sojourner, bueno, ella murió aquella noche, ¿no es así? la asesinaron aquella noche. No pudo ir a la oficina de la Seguridad Social porque estaba muerta. Y el hecho de que no se presentara debió aumentar los temores de Annette, sólo que con aquel virus, créame, uno no está para pensar en nadie excepto en uno mismo.
– ¿Así que el lunes por la tarde, Annette se limitó a enviar a Sojourner a dónde fuera que tuviera su casa?
– Se comportó, sin duda, como hubiese hecho cualquier otro en las mismas circunstancias. Probablemente no le dio ningún consejo aparte de recomendarle que fuera a la oficina de la Seguridad Social. Por desgracia, y ahí está lo trágico, Sojourner no tenía otro lugar a dónde ir excepto su casa. No sabemos qué pasó después, pero podemos suponer con bastante certeza que alguien en su casa, el padre, un hermano, incluso el marido o un pariente masculino, la «castigó» por fugarse.
– ¿La persona que pensaba que la perseguía?
– Sí.
– ¿Cómo se enteró él de la existencia de Oni Johnson? ¿Cómo supo lo de Annette?
– Ella se lo dijo.
Burden pareció dispuesto a preguntarle por qué pero no lo hizo.
– Dice que Sojourner «se lo dijo». ¿A quién se lo dijo? ¿Al padre? ¿Al hermano? ¿Al marido? ¿Al novio?
– Tuvo que ser al marido o al novio. Conocemos a todas las personas negras de aquí, Mike, los encontramos a todos, hablamos con todos. Pero quizá tenía un novio blanco.
Mientras hablaba, Wexford no dejaba de pensar en el doctor Akande. A veces le parecía que todos los caminos conducían de regreso a los Akande y que, a la inversa, en cada camino que tomaba encontraba al final a uno u otro de los Akande. Cogió el teléfono y le pidió a Pemberton que subiera.
– Bill, quiero que se ocupe de la familia de Kimberley Pearson y averigüe todo lo que pueda sobre ellos.
Pemberton intento disimular su desconcierto, sin éxito.
– La amiga de Zack Nelson -le ayudó Burden.