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– No me hubiesen dejado quedarme -respondió Melanie con una voz casi inaudible. Desconsolada, miró de soslayo a Christopher que acababa de entrar en la habitación-. Mi madre hubiese dicho que era trabajar de criada. Mi padre hubiese venido a buscarme. -Su voz subió de volumen con un punto de histeria-. Usted no sabe lo que es mi casa. Nadie lo sabe. -Dirigió a Christopher una mirada amarga-. No puedo marcharme si no tengo un trabajo y un… un techo. -Sin ningún motivo aparente, le preguntó a Wexford-: ¿Puedo hablar con usted a solas? Sólo será un momento.

Se escuchó un alarido tremendo. Provenía de la planta alta pero podría haber sonado en la misma habitación. Al alarido le siguió un choque violento.

– ¡Oh, no! -gritó Melanie-. Chris, por favor, ve a ver qué hace ahora.

– Ve tú -replicó Christopher, con una carcajada.

– No puedo. Tengo que hablar con ellos.

– Caray, ya estoy hasta las narices. Ni siquiera sé por qué me lié con todo esto.

– ¡Yo sí!

– Pues ahora tampoco me atrae.

– Iré yo -intervino Vine, en un tono severo.

– ¿Quiere que hablemos en otra habitación? -le preguntó Wexford a Melanie.

Entraron en una habitación oscura que al parecer se utilizaba muy poco, donde en un rincón había una mesa de comedor, unas cuantas sillas y una bicicleta. Las persianas verdes estaban cerradas. Wexford le señaló a la muchacha una de las sillas y él se sentó en otra.

– ¿Qué quiere decirme?

– Pensaba tener un hijo -contestó ella-, para que el ayuntamiento me concediera un piso.

– Lo más probable es que le pagaran sólo la cama y el desayuno en algún hostal.

– Eso sería mejor que Ollerton Avenue.

– ¿Lo dice en serio? ¿Tan malo es?

Melanie se relajó de pronto. Apoyó los codos sobre la mesa y le dirigió una mirada casi íntima. La sonrisa forzada la volvió muy atractiva. La transformó en una muchacha bonita y encantadora.

– Usted no lo sabe -respondió-. No sabe cómo son de verdad. Usted sólo ve al médico trabajador y bondadoso y a la esposa hermosa y eficaz. Esos dos son unos fanáticos, están obsesionados.

– ¿En qué sentido?

– Para empezar tienen una educación superior a la mayoría de los que viven por aquí. Mi madre se licenció en ciencias antes de comenzar a ejercer de enfermera y es casi todo lo que se puede ser como enfermera, está especializada en todo. Medicina, psiquiatría, lo que usted quiera, ella lo tiene. Cuando Patrick y yo éramos niños nunca la veíamos, ella siempre estaba fuera en un curso u otro. Nos dejaban con los abuelos y los tíos. Mi padre es médico de medicina general pero también es cirujano, pertenece al Real Colegio de Cirujanos, puede realizar cualquier tipo de intervención quirúrgica, no sólo extirpar un apéndice. Es tan bueno como pueda serlo el padre de Chris.

– ¿Así que tenían grandes ambiciones para usted?

– ¿Está de broma? ¿Sabe cómo llaman a las personas como ellos? La elite de ébano. La crème de la crème negra. Tenían organizado nuestro futuro antes de que cumpliéramos los diez años. Patrick sería el gran cirujano, probablemente un neurocirujano, sí, en serio, para ellos no es una broma. Y a él le va bien, es lo que quiere, tiene vocación. ¿Pero yo? Yo no soy tan brillante, sólo soy normal. Me gusta cantar y bailar, así que me licencié en eso, pero mis padres no lo aguantan porque es lo que hacen las negras que triunfan, ¿lo comprende? Se alegraron de que no consiguiera un trabajo, querían que volviera a los estudios y así tenerme en casa. Estaban dispuestos a que trabajara en una oficina y estudiara administración de empresas por la noche, en casa. No hacen otra cosa que hablar todo el santo día de carreras, cursos de perfeccionamiento, títulos y promociones. Y aunque son demasiado educados para decirlo, reventaban de orgullo cuando se enteraron de que las personas que no quisieron tenerles como vecinos sólo habían hecho la escuela primaria.

»Me voy de casa y a ellos sólo se les ocurre que me fui a vivir con Euan o alguien como él. -Frunció la boca en un gesto de amargura-. Y quizá lo haga ahora. No puedo tener un hijo si no tengo un hombre, ¿no? No dejaría a Chris llegar tan lejos, aunque es eso lo que busca, por mucho que lo niegue. Sólo le gusto porque soy negra. Encantador, ¿no? Tuve que pararle los pies.

– Tenemos que informar a sus padres inmediatamente. No pueden continuar en la ignorancia ni un minuto más. Han sufrido mucho. Nada de lo que hayan hecho justifica esto. Han padecido lo indecible, su padre ha perdido peso, parece un anciano, pero han continuado con su trabajo…

– No me extraña.

– Les diré que está bien y después tendrá que ir a verles. Lleve a los niños, no tiene más alternativa. -Wexford pensó en el desperdicio de tiempo y medios, en el coste de todo esto, en la pena, el dolor y el sufrimiento. En el regreso del hermano desde sus vacaciones por Asia, en su propia vergüenza y justificaciones. Pero se apiadó. Quizá fuera sentimental y sensiblero, pero le daba lástima-. ¿A qué hora llegan los Epson?

– Ella dijo sobre las nueve o las diez.

– Enviaré un coche a recogerla a las seis. -Se levantó, dispuesto a marcharse, pero recordó una cosa-. Un favor se merece otro. Quiero hablar con usted en otro momento. ¿De acuerdo?

– Sí.

– Supongo que fue usted la que habló por teléfono con uno de mis agentes cuando llamamos para preguntar sobre la muchacha muerta.

– Me dio un susto tremendo -contestó Melanie-. Pensé que me habían encontrado.

– Cúrese el dedo. ¿Tiene tiritas en la casa?

– Miles. Es algo imprescindible. Los críos se lastiman continuamente.

Sobre el escritorio había dos informes de Pemberton. Por el primero se enteró de que la zapatería de Kingsmarkham que vendía botas de lona y suela de goma de media caña llevaba un estricto control de las ventas. En los últimos seis meses habían vendido cuatro pares. Una empleada recordaba haber vendido un par a John Ling. Lo conocía porque él era uno de los dos hombres chinos de la ciudad. Otro par se lo había llevado alguien que describió como «la señora de las bolsas», que había entrado en la zapatería con dos bolsas descomunales y que tenía pinta de dormir en la calle. No recordaba a los compradores de los otros dos pares. Wexford echó un vistazo al segundo informe y dijo:

– Quiero que venga Pemberton.

– Se le han subido los colores -comentó Burden, con el teléfono en la mano.

– Lo sé. Es la excitación. Escuche esto. La abuela de Kimberley Pearson murió a principios de junio pero no dejó dinero en herencia, y mucho menos una propiedad. Vivía en una de esas casas del ayuntamiento en Fontaine Road. La señora Pearson, que era su nuera, no sabe nada de que Kimberley recibiera dinero alguno, se refería a dinero de la familia, porque no tienen ni un duro, son más pobres que las ratas. Clifton Court, donde se mudó Kimberley después de que a Zack le enviaran a prisión preventiva, es un bloque de pisos, o apartamentos como los llama Pemberton, vaya a saber por qué, alquilados. Adivine cuál es la compañía propietaria del edificio.

– Corte el suspenso y dígamelo.

– Nada menos que Crescent Comestibles, o en otras palabras, Wael Khoori, su hermano y nuestra candidata al consistorio local, su esposa.

– Se pueden alquilar esos pisos con opción a compra -comentó Pemberton, que entró en ese momento-. Cuarenta libras a la semana y dicen que cuando se haga la transferencia las cuotas de la hipoteca serán por la misma cantidad. Desde luego, no hablé con Kimberley, le pedí a su madre que no le dijera ni una palabra de todo esto. Su madre dice que se mudó a Clifton Court en cuanto enchironaron a Zak, depositó la fianza y se trasladó al día siguiente. Desde entonces ha comprado un montón de muebles.