– ¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros?
– Tengo entendido que el señor y la señora Khoori son amigos de ustedes -dijo Wexford.
– Los conocemos -contestó Cookie, mirando a su marido.
– Estuvieron en su fiesta.
– Usted también -replicó Cookie-. ¿Qué pasa con ellos?
– En la fiesta, usted mencionó que la señora Khoori tenía una criada que se había marchado hacía poco y que era la hermana de su asistenta.
– Sí, la hermana de Margarita.
Las esperanzas de Wexford se vinieron abajo. Antes de que pudiera decir nada más apareció Margarita con una bandeja con la cafetera y dos tazas. Era imposible imaginar que ella y Sojourner estuviesen emparentadas, y mucho menos que fuesen hermanas. Cookie, que al parecer no se perdía detalle, se apresuró a decirle algo en un castellano fluido y escuchó la respuesta en el mismo idioma.
– La hermana de Margarita regresó a las Filipinas en mayo -tradujo Cookie-. No era feliz aquí. No se llevaba bien con las otras dos criadas.
Margarita sirvió el café y les ofreció la jarra de leche y el azucarero por turnos. Después esperó paciente, con la mirada baja.
– ¿Vinieron juntas? -preguntó Wexford y al ver que Cookie asentía añadió: -¿Con permiso de estancia de seis meses o de doce porque sus empleadores vivían aquí?
– Doce meses. Es un permiso renovable, lo renueva el ministerio de Interior, ¿no es así, cariño? Ellas tienen, ¿qué tienen que hacer, Alexander?
– Tiene que solicitar las renovaciones por períodos sucesivos de doce meses y pasados cuatro años, si quiere permanecer más tiempo, puede solicitar el permiso indefinido.
– ¿Cómo es que ustedes y los Khoori teman a las dos hermanas trabajando para ustedes?
– Anouk fue a una agencia y me lo dijo. Hay una agencia que contrata a mujeres en las Filipinas. -Cookie dijo algo en castellano y Margarita asintió-. Si quiere puede hablar con ella en inglés, lo habla muy bien. Y lo lee. Cuando ella y su hermana llegaron a este país tuvieron una entrevista con el oficial de inmigración y les dieron un folleto donde explicaban sus derechos como, ¿como qué, cariño?
– Personal de servicio doméstico que entra en el Reino Unido de acuerdo con el acta de inmigración 1971 del ministerio del Interior -contestó Dix, otra vez enfrascado en la lectura de Levin.
Antes de irse a dormir, Wexford había leído todos los folletos que le había enviado Sheila.
Le preguntó a la criada:
– ¿Había alguien más trabajando con su hermana aparte de…?
– Juana y Rosenda -respondió Margarita-. Esas dos no eran buenas con Corazón. Ella lloraba por sus hijos en Manila y ellas se reían.
– ¿Nadie más?
– Nadie. ¿Puedo irme?
– Sí, Margarita. Muchas gracias.
Cookie volvió a sentarse y se sirvió café de la cafetera recién hecha.
– Esta mañana estoy un poco espesa. -Wexford nunca lo hubiese dicho-. Corazón tiene cuatro hijos y un marido en paro en casa. Por eso ella vino a trabajar aquí, para enviar dinero a su casa. Margarita no tiene hijos ni está casada. Creo que vino… bueno, para ver mundo, ¿tú qué crees, cariño?
La risa de Dix podía derivarse de la pregunta un tanto imbécil o del artículo que leía. Estiró el brazo y palmeó la mano de su esposa con una garra escamosa de las que normalmente se ven en los museos de historia natural. Cookie encogió los hombros cubiertos de satén verde.
– Sale de paseo, se divierte. Creo que se ha echado un novio, ¿no es así, cariño? No la tenemos encerrada como hacen algunos.
– Como los Khoori -señaló Alexander Dix, después de una pausa, con un efecto devastador.
Burden dejó la taza de café en el platillo.
– ¿El señor y la señora Khoori mantienen encerradas a sus criadas?
– Mi querido Alexander exagera, pero sí, se puede decir que son un tanto restrictivos. Me refiero a que si vives en Mynford Old Hall, no sabes conducir, no tienes a nadie que te lleve, nunca, y además tienes que mantener todo aquél enorme caserón limpio y reluciente, ¿qué puedes hacer? Si vives así, ¿qué puedes hacer si te dejan salir, sino caminar a través del campo hasta los confines más remotos de Kingsmarkham?
Burden miró sin querer a Wexford y el inspector jefe le devolvió la mirada.
– ¿No tienen más sirvientes?
– No que yo sepa -contestó Cookie, indecisa.
– Margarita lo sabría -apuntó Dix-, y dice que no.
– Pero Margarita nunca ha estado allí, cariño. -Cookie frunció los labios y soltó un silbido silencioso-. ¿Están buscando a alguien encerrado en la casa? ¿Una loca encerrada en el desván?
– No exactamente -respondió Wexford, apenado.
Dix captó el tono en la voz del inspector y se apresuró a preguntar muy amable:
– ¿Les podemos ofrecer alguna cosa más? -Miró la mesa y vio que faltaban cosas-. ¿Bollos? ¿Fruta?
– No, muchas gracias.
– En eso caso, tendrán que perdonarme. Tengo trabajo que hacer. -Dix se levantó, un diplodoco muy pequeño sobre sus patas traseras. Saludó a cada uno de los inspectores con una ligera reverencia, y después a su esposa. Quizá hubiera chocado los tacones si no hubiera llevado sandalias-. Caballeros, Cornelia -dijo, respondiendo así a una de las preguntas no formuladas de Wexford.
– Mi querido Alexander está entusiasmado, comienza un nuevo proyecto -les confió Cookie en cuanto su marido salió del comedor-. Dice que estamos a punto de ver el amanecer de un nuevo renacimiento en la construcción de este país. Encontró a un joven maravilloso que formará sociedad con él. Puso un anuncio y esta persona brillante apareció como caída del cielo. -Sonrió feliz-. Bueno, espero haberles servido de ayuda. -Wexford se sorprendió ante el desconcertante hábito de Cookie de ser capaz de leerle el pensamiento-. Sabe, hoy no encontrará a Anouk en casa. Está por ahí en un camión exhortando al populacho a que la vote.
Desde el camino de entrada miraron la casa, una complicada estructura de cristal, paredes de mármol negro y placas que parecían de alabastro delgadas como un papel.
– No se ve el interior -comentó Burden-, sólo se puede ver hacia afuera ¿No le parece que es claustrofóbico?
– Lo sería si fuese al revés.
– Esa mujer. Margarita -añadió Burden, mientras se sentaba al volante-, parece sentirse feliz con su trabajo.
– Así es. No tiene nada de malo que la gente contrate sirvientes siempre que los traten bien y les paguen adecuadamente por su trabajo. Y el acta, Mike, no está mal en su conjunto. De hecho, a primera vista parece muy buena, contempla todas las contingencias. Pero también está abierta a muchos abusos. Los trabajadores domésticos que llegan a este país no reciben la condición de inmigrantes independientes de la casa donde trabajan. No se pueden marchar y no pueden realizar ningún otro trabajo. Es eso lo que buscamos, algo de estas características.
En lugar del camión de Anouk Khoori, se cruzaron con el del BNP cuando circulaban por la calle Mayor. Ken Burton, el candidato, vestido con téjanos y camisa negra -¿no se daban cuenta los espectadores del significado del atuendo?- iba de pie en el lugar del pasajero, proclamando su manifiesto a través de un megáfono. Quizás era de los nacionalistas británicos pero, por alguna sutileza, lo que promocionaba en este encantador y cálido rincón de Sussex era Inglaterra para los ingleses.
Los carteles pegados en los laterales del vehículo no sólo exhortaban al electorado a votar por Burton sino también a participar en la marcha contra el paro que tendría lugar al día siguiente entre Stowerton y Kingsmarkham.
– ¿Estaba enterado? -le preguntó Burden.
– Escuché algunos rumores. Los antidisturbios están preparados.