– ¿Puedo tomar una copa? La necesito.
– Desde luego.
– Whisky, por favor. He tenido una tarde maravillosa.
– Ya lo veo.
– Tengo trabajo -declaró Neil, después de beber un trago-. Y en mi ramo. Formaré sociedad con un viejo arquitecto, un hombre muy distinguido, y él pone el dinero, estoy…
– Creo -intervino Sylvia-, que es vergonzoso que se lo cuentes a todos antes de decírmelo a mi primero.
Su padre compartía la misma opinión pero no dijo nada. Se sirvió una copa.
– Alexander Dix -dijo, cuando el whisky hizo su efecto.
– Así es -replicó Neil, con su hijo menor sentado sobre las rodillas-. Es la primera y única respuesta a todas las cartas que envié. ¿Cómo lo sabe?
– Dudo mucho que haya más de un rico, distinguido y viejo arquitecto en Kingsmarkham.
– Comenzaremos con un plan un tanto ambicioso para el solar de Castlegate. Un centro comercial, si es que eso no degrada el proyecto. Una cosa muy bella, un aporte para el centro de la ciudad, todo de cristal y dorados, con un supermercado Crescent como eje de todo el conjunto. -Vio la mirada de su suegro y malinterpretó el brillo en los ojos de Wexford-. Oh, no se preocupe, sin medias lunas ni minaretes. La restauración del comercio en el centro de la ciudad forma parte de la política del nuevo consistorio. -Neil le comentó lacónico a Sylvia-. Desde el martes ya puedes dejar de firmar.
– Muchas gracias, pero eso es algo que me toca decidir a mí.
– Podrías decir que te alegras.
– No me interesa formar parte de una sociedad donde la mujer se queda en casa y el hombre regresa al hogar y dice: «tengo un nuevo empleo donde ganaré un dineral», y ella responde, «Ay, que suerte, ¿me puedo comprar el abrigo de piel y el collar de perlas?».
– No está bien usar pieles -opinó Ben.
– No las usaré. No me las puedo permitir y nunca podré.
– Walang problema -dijo Wexford en tagalo.
Robin, con la consola en la mano, apartó la mirada de la pantalla para mirar con pena a Wexford.
– Ya no lo digo más, abuelo. Ahora coleccionó portadas con los autógrafos de gente famosa. ¿Crees que podrás conseguirme el de Anouk Khoori?
23
La manifestación contra el desempleo estaba anunciada para las once de la mañana, los participantes se reunirían en la plaza del mercado de Stowerton con las pancartas y el cortejo se formaría delante del viejo edificio del mercado de Cereales. Se anunciaban temperaturas altas y chubascos tormentosos a partir de mediodía. Wexford se enteró de todo esto en el informativo local mientras se vestía, pero fue Dora, que lo había sabido por Sylvia, la que le informó del recorrido de la manifestación. La marcha cruzaría Stowerton hasta el cinturón de ronda, pasaría por el polígono industrial semidesierto, retomaría la carretera de Kingsmarkham y entraría en la ciudad por el puente de Kingsbrook. El punto final era el ayuntamiento de Kingsmarkham.
Volvió a escuchar el informativo para conocer el ganador de las elecciones para el consistorio. La diferencia entre los liberaldemócratas y los conservadores independientes era tan pequeña que se estaba efectuando un nuevo recuento. Ken Burton era el gran derrotado, su candidatura sólo había recibido cincuenta y ocho votos. Wexford consideró la posibilidad de llamar a Sheila para darle la noticia, pero decidió que no. Seguramente ella tenía sus propias fuentes de información.
– ¿Sabes una cosa? -dijo Dora-. Estamos invitados a comer el domingo en casa de Sylvia.
– Espero que todo salga bien -murmuró Wexford-. Me refiero al trabajo de Neil.
El día era bochornoso, no soplaba ni una gota de viento y el cielo era de un azul velado. Era como a principios de mes, cuando él leía junto a los ventanales y llamó el doctor Akande con la primera mención de Melanie. El aire era caliente, y Burden comentó que era más fresco el vapor que salía de una tetera. En el interior del coche el aire acondicionado enfriaba tanto como el de Mynford New Hall.
Wexford le pidió a Donaldson que lo apagara y abriera una ventanilla.
– Siempre nos apresuramos a descartar lo que dicen los viejos, ¿no es así? -comentó Wexford-. Si tienen la más mínima duda asumimos de inmediato que están seniles, que su memoria ya no vale nada o incluso que desvarían un poco. En cambio, escuchamos a una persona más joven e incluso la animamos mientras intenta recordar. Percy Hammond -añadió-, dijo que se acostó la noche del miércoles, se durmió, pero se despertó, se levantó y «encendió la luz por un instante». La apagó «porque era demasiado fuerte». Creo que todos conocemos esa sensación. Miró a través de la ventana y vio «salir al tipo joven con una caja entre los brazos». «¿O fue más tarde?», preguntó. No le pedimos que pensara en ello, no le dijimos «piense con cuidado, intente recordar las horas», Karen sólo confirmó que tuvo que ser más tarde, que fue por la mañana cuando vio «al tipo joven». La culpa también es mía, lo dejé pasar. Pero la cuestión es, Mike, que el viejo vio a Zack Nelson dos veces.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Burden.
– Le vio a las once y media de la noche, minuto más o menos, del miércoles y le volvió a ver a las cuatro y media de la madrugada. Esto lo tiene bien claro. La única duda es si Zack llevaba la «caja» por la noche o de madrugada. Y la primera vez, el miércoles por la noche, Zack le vio a él. Vio un rostro que le miraba desde una ventana. ¿Comprende lo que quiero decir?
– Creo que si -respondió Burden con voz pausada-. Annette murió después de las diez de la noche del miércoles y antes de la una del jueves. Si Percy Hammond le vio por primera vez a… Pero esto significa que Zack mató a Annette.
– Sí, desde luego. Las puertas estaban abiertas. Zack entró, digamos, a las once y media, y encontró a Annette dormida en la cama. Ella estaba débil, enferma, quizá tenía fiebre. Él buscó algo con qué matarla. Quizá llevaba alguna cosa, un pañuelo, una cuerda. Pero el cordón de la lámpara era mucho mejor. Lo arrancó de la lámpara, estranguló a Annette -que no tenía fuerzas para oponer resistencia-, y se marchó sin llevarse nada. No hay luces encendidas en ninguna parte excepto la farola, nadie le ve, está a salvo, hasta que mira al otro lado de la calle y ve, apretada contra el cristal, la cara del viejo Percy Hammond que le observa.
– Pero entonces, lo último que haría sería volver al cabo de cinco horas.
– ¿Está seguro?
– Lo que menos le interesaría sería llamar la atención sobre sí mismo.
– Se equivoca, es precisamente lo que hizo. Quería llamar la atención sobre sí mismo o alguien quería que lo hiciera. Yo creo que lo que pasó fue lo siguiente. Es una conjetura, pero la considero como la única respuesta posible. Zack estaba asustadísimo. El poseedor de lo que es, y dejémonos de remilgos, una cara siniestra, le ha visto, se ha fijado en él con mucha atención. Le entra pánico, necesita consejo. Se da cuenta de la enormidad de lo que acaba de ocurrir.
– ¿Quien puede aconsejarle? -continuó el inspector-. Obviamente, la única persona, el hombre o la mujer que le ha metido en esto, el instigador que le paga para que asesine. Es plena noche pero eso no tiene importancia. Sin duda le han dicho que nunca llame a esa persona, pero eso tampoco tiene importancia. Va hasta la tienda de la esquina, donde está la cabina de teléfonos. Llama y recibe el consejo de alguien que es mucho más astuto de lo que Zack nunca llegará a ser: regresa a la casa, roba algo, asegúrate de que te vean. Asegúrate de que te vean por segunda vez.
– Pero ¿por qué? No lo entiendo.