Cuando se acabó, después de oírlo todo, Wexford bajó a la planta baja donde el padre de Sophie le esperaba en el cuarto de entrevistas número uno en compañía del agente Pemberton. Parecía arrepentido. Su rostro había recuperado el color normal. Los veinte minutos de espera habían sido suficientes para que lamentara su mal comportamiento. Un hombre que le ha pegado a otro hombre siempre se siente estupefacto cuando descubre que el otro es policía.
Riding se levantó en cuanto entró Wexford y comenzó a disculparse. Con mucha elocuencia explicó las razones de su comportamiento. Eran las excusas de un hombre que siempre había podido comprar o librarse de las dificultades gracias a la labia.
– Señor Wexford, no sabe cuánto lamento lo sucedido. No hace falta que le diga que no le habría pegado a su agente de haber sabido que era policía. Le confundí con un miembro de la manifestación.
– Sí, no me extraña.
– Esto no tiene por qué ir más lejos, ¿no es así? Si mi hija hubiese sido sensata y hubiese subido al coche, después de todo, ya había participado en casi todo el recorrido de esa manifestación estúpida, si lo hubiese hecho, no habría ocurrido todo esto. No soy un padre severo, adoro a mis hijos.
– El trato que dispensa a sus hijos no nos concierne -afirmó Wexford-. Antes de que diga nada más es mi deber advertirle que cualquier cosa que diga quedará registrada y podrá ser presentada como prueba…
– ¡No pretenderá acusarme por haberle pegado a ese tipo! -le interrumpió Riding, furioso.
– No -contestó Wexford-. Le acuso de asesinato, inducción al asesinato e intento de asesinato. Y cuando termine iré al cuarto contiguo y acusaré a su hijo de violación e intento de asesinato.
– Sin la declaración de Sophie Riding -dijo Wexford-, dudo que hubiésemos conseguido algo. No temamos ninguna evidencia ni pruebas, sólo un montón de conjeturas.
Burden tenía la cara hinchada como uno de aquellos personajes con dolor de muelas que dibujaban los caricaturistas Victorianos.
– Supongo que la agresión a un oficial de policía es la acusación que menos le preocupa. Es extraño, ¿no le parece? Yo fui el más impresionado por todo aquéllo que contó Mavrikiev sobre cómo alguien puede matar con los puños y encima me toca comprobarlo. Resulta curioso porque ves a todos aquellos personajes en las películas, las del oeste y otras similares, que se zurran a base de bien pero que nunca parecen sufrir las consecuencias, les dan un puñetazo tremendo en la barbilla y se levantan en el acto para seguir machacándose tan frescos. Y después los ves en la escena siguiente sin una marca, todos guapos y elegantes con una chica del brazo, dispuestos a pasar una noche de fiesta en la ciudad.
– Duele, ¿no?
– No es tanto lo que duele. Es la sensación de tener la cara enorme. Y además piensas que nunca más volverá a funcionar. En cualquier caso, me dejó todos los dientes. ¿Así qué, piensa contármelo o no?
– Freeborn llegará dentro de media hora y tendré que contárselo a él también.
– Bueno, puede contármelo a mí primero.
– Le dejaré que escuche la declaración grabada de Sophie Riding -aceptó Wexford, con un suspiro-. Verá que Sojourner se enteró de la existencia de la oficina de la Seguridad Social a través de Sophie. Escuchó los comentarios de Sophie sobre cómo te presentabas allí, firmabas y todo lo demás, aunque no sabía dónde estaba.
– ¿Cuándo ella hablaba con sus padres?
– Y con sus hermanos y la hermana pequeña. Sojourner les servía, iba de aquí para allá, aunque nunca salía de la casa.
– ¿Cómo se las apañaron para que entrara en el país?
– Sophie no lo sabe. No estaba allí, ya iba a la politécnica de Myringham que ahora es la universidad de Myringham, y antes había estado en un internado de la ciudad. Pero había visto a Sojourner en su casa de Kuwait cuando estuvo allí durante las vacaciones y recuerda la llegada de Sojourner. Piensa que la trajeron aquí haciéndola pasar por novia del muchacho. En cierto sentido, ella lo era, si por «novia» entendemos a una mujer a la que se obliga a mantener relaciones sexuales con uno.
– ¿Eso era lo que pasaba?
– Oh, sí. Y me atrevería a decir que también el padre tomaba parte, aunque todavía no lo sé seguro. Escuche a Sophie.
Wexford rebobinó la cinta, apretó la tecla de play, y volvió a rebobinar hasta dar con la parte de la declaración que le interesaba. La voz de la muchacha era suave y plañidera, pero también escandalizada. Sonaba como un grito de ayuda, aunque sin ninguna súplica.
Mi madre me dijo que un hombre kuwaití la había comprado a su padre en Calabar, Nigeria, por cinco libras. Pensaba educarla y tratarla como a una hija pero el hombre murió y ella tuvo que trabajar de criada. Mi madre hablaba como si le hubiéramos hecho un gran favor, cómo si para ella lo mejor en el mundo fuera encontrar «una buena casa» con nosotros. «Una buena casa» es la expresión que usan con los perros que rescatan, ¿no? Creo que ella tenía quince años por aquel entonces.
Nunca pensé mucho sobre esto. Sé que hubiese tenido que hacerlo. Pero no vivía en casa con ellos. Me gustaba estar aquí en Inglaterra. Siempre deseaba regresar a Inglaterra. Cuando estalló la guerra del Golfo regresaron a casa. No fue un problema para mi padre, puede trabajar en cualquier parte, es un gran cirujano pediátrico. Me disgusta reconocerlo, ojalá no tuviera que decirlo, pero es cierto. Adora a los bebés, tendrían que verle con un bebé, y nos quiere a todos, a la familia, a los hijos. Pero en su opinión nosotros somos diferentes, pertenecemos a lo que él llama raza superior. Afirma que algunas personas nacen destinadas a ser leñadores y aguadores. Creo que lo sacó de la Biblia. Para él algunas personas nacen para ser esclavos y servir a los demás.
Supongo que fui muy ingenua. No sabía que aquellos morados que tenía… bueno, los morados, los cortes y todas las otras marcas. En Kuwait me parecía bonita pero no era bonita en Inglaterra. Me licencié y estaba en casa todo el tiempo y todo era misterioso para mí. Nunca vi a nadie pegarle pero veía que tenía miedo de mi padre y de mi hermano. Y de mi otro hermano David cuando estaba en casa, aunque no estaba la mayor parte del tiempo, porque va a la universidad en Estados Unidos. Lo peor, quiero decir, para mí, lo peor fue que pensaba que ella era estúpida y torpe. Casi podía entender a mi madre cuando decía que no estaba hecha para dormir en una cama como la gente.
– Los psicólogos dicen que alguien feo y sucio es un candidato firme a que abusen de él -comentó Wexford mientras apretaba la tecla de la pausa-. Que la fealdad sea consecuencia de nuestro propio abuso no tiene importancia. El razonamiento que ampara esto sostiene que la fealdad merece ser castigada e incluso más todavía que la suciedad y la falta de aseo personal. Llegó un momento en que Sojourner recibía una paliza por la más mínima falta. Trabajaba doce o catorce horas al día pero no era suficiente. Susan Riding en persona me dijo que había seis dormitorios en aquella casa pero eso no significa que tuvieran uno para Sojourner. Ella dormía en un pequeño cuarto junto a la cocina. Todas las habitaciones de la planta baja que dan a la parte de atrás tienen rejas en las ventanas, sin duda para protegerse de los ladrones, pero también muy conveniente si se quiere evitar que alguien se escape.
»Acabo de estar en la casa -prosiguió Wexford-, lo vi. Era el cuarto del perro y ahora, en efecto, tienen un perro metido allí. Susan Riding dijo textualmente que era más «apropiado» que Sojourner durmiera allí, «por si acaso necesitaban que hiciera alguna cosa para ellos durante la noche», dijo «que no hubiese sabido qué hacer con una cama». Escuche otra vez a Sophie.
Esta vez la voz de la muchacha sonó más clara y confiada.
Necesitaba un trabajo, así que hice lo más lógico. Fui al centro de trabajo y firmé, sólo que no era algo lógico para mis padres. Mi padre dijo que era una vergüenza, que aquello era para la clase trabajadora. Estaba más que dispuesto a mantenerme. La educación no era algo sin sentido, dijo, sino que te convertía en una persona mejor. Él me pasaría una mensualidad. ¿Acaso no me había mantenido siempre? Mi madre llegó a decir que me mantendrían hasta que me casara. Discutimos mucho por esto y aquella pobre chica nos oyó. Su inglés nunca fue brillante pero sabía lo suficiente para entender aquéllo. Se enteró de que existía un lugar cercano donde se podía ir y pedir que te encontraran un trabajo y que si no encontrabas ningún trabajo te daban dinero.