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Fue a principios de julio, el uno o el dos, cuando mi hermano Christopher le pidió que le lavara las zapatillas… bueno, le ordenó que las lavara. Eran unas zapatillas blancas. No sé que hizo, pero las estropeó y estaba aterrorizada. Él le dio una paliza. Fue entonces cuando descubrí lo que pasaba. Sé que parece absurdo que no lo hubiera descubierto antes, pero supongo que no quería creer que mi propio hermano fuera capaz de hacer esas cosas. Quiero a mi hermano, o lo quería; sabe, somos mellizos.

Vi a Christopher entrar en su habitación y salir al cabo de unos veinte minutos. Yo hubiera entrado pero ella no hizo ningún ruido, durante toda la paliza no pronunció ningún sonido.

Pero lo supe cuando la vi al día siguiente. Le pregunté a mi hermano y él lo negó. Ella era una torpe, dijo, yo tenía que saberlo, ella siempre lo había sido, no estaba preparada para vivir en una casa civilizada. Hizo un montón de comentarios sobre chozas de barro y dijo que ella no sabía cómo arreglárselas con los muebles, que siempre se daba golpes contra un mueble u otro. Bueno, no me quedé satisfecha, se lo dije a mi padre y lo único que ocurrió fue que se puso furioso. Si usted no le hubiera visto furioso no sabría a qué me refiero. Es algo terrorífico. Me acusó de ser desleal con mi familia, quiso saber «de dónde había sacado esas ideas» y si las había aprendido de mis amigos «marxistas» que había conocido en el centro de trabajo.

Sé que tendría que haber hecho más. Me siento muy culpable al respecto. Pero entonces comprendí que me había negado a ver la realidad, que Christopher también la había violado, una y otra vez, estaban todas aquellas señales que no había querido ver. Lo único que hice fue enviarle aquella pregunta en la reunión y no sirvió de nada.

Ella desapareció al lunes siguiente de la paliza. Mi padre estaba en el hospital y Christopher había ido a Londres nada menos que por una entrevista de trabajo. Supongo que ella escapó y lo mismo pensó mi madre, pero no sabíamos qué hacer, y por la noche mi madre tuvo que ir a la reunión del comité para preparar aquel acto de ¡Mujeres Alerta!

Dejó una nota para mi padre. Yo dije que teníamos que llamar a la policía pero a mi madre le entró pánico. Desde luego ahora comprendo por qué. Yo tenía una cita y cuando regresé sobre las once y media mi madre estaba acostada y Christopher había salido, pero mi padre estaba allí. Me dijo que le había dicho a mi madre que no había ningún motivo para tanto escándalo. Había enviado a la muchacha de regreso a su país, ella era una inútil y a él le ponía enfermo verla rondar por la casa. Dijo que la había enviado de regreso a Banjul en un vuelo de British Airways pero no hay vuelos de la BA a Banjul los lunes, sólo los domingos y los viernes, lo comprobé. Mi hermano no estaba y mi padre nos dijo a mí y a mi madre que él la llevó en coche a Heathrow pero no podía ser porque no había ningún vuelo.

No me creí ni una palabra. No sé por qué pensé que ella estaba en su cuarto. Seguramente le habían dado una paliza cuando regresó y ahora estaría acostada en su jergón. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada. Bueno, ya sabe, en una casa como la nuestra -en una casa como la de ellos- todas las llaves interiores abren cualquier puerta. Busqué otra llave, abrí la puerta y no había nadie. Ella no tenía gran cosa, sólo un par de vestidos viejos que le había dado mi madre y aquellas horribles botas negras de lona de media caña que le había comprado mi madre, las más baratas que venden. Pero no quedaba nada, sólo el jergón y el pañuelo. No sé cómo no lo vieron cuando limpiaron la sangre pero la cuestión es que lo pasaron por alto. Estaba sobre el jergón y el jergón era rojo y azul. Bueno, el pañuelo también era azul y rojo, rojo de sangre.

Lo tengo guardado. Fue una locura quedármelo. Quería tirarlo pero no podía. Incluso entonces no se me ocurrió pensar que pudiera estar muerta. Aquella noche mi hermano no volvió hasta muy tarde. Le oí llegar, debían ser las dos y media o las tres de la madrugada, y a la mañana siguiente se marchó de vacaciones a España, así que no tuve la oportunidad de hablar con él. En cualquier caso, me daba miedo hablarle, éste no era mi hermano, no era el Chris que había estado más unido a mí que cualquier otra persona. Entonces encontré su suéter en el lavadero todo manchado con sangre.

Pensé que quizá mi padre la había llevado al hospital en secreto porque mi hermano se había pasado de la raya. Mi padre es muy influyente, no sabía si podía hacer una cosa así, pero pensé que podía. Lo único que pude pensar entonces fue en mi hermano violándola, en mi hermano violando a cualquiera. Entonces no culpé a mi padre, pensé que quizá sólo protegía a su hijo. Fui con él a la reunión de ¡Mujeres alerta! y escribí aquella pregunta para usted llevada por un impulso. Mi padre no vio lo que había preguntado. Le dije que quería saber si era legal o no llevar un bote de gas paralizante. Pero después no pude ir a verle para explicárselo. No conseguí despistarme ni un minuto.

El jefe Freeborn parecía haber olvidado la foto de Wexford «de juerga» en la portada del periódico. Si las tres semanas que habían tardado en cazar al asesino de las dos mujeres todavía le molestaban, no lo aparentó. Era la amabilidad en persona. Una camarera les sirvió en el rincón de los íntimos, un cuartucho con una mesa y tres sillas en lo más recóndito del Olive y Dove, las tres cervezas que había pedido el jefe. Wexford se sentó en la silla con brazos. Pensó que se la merecía.

– Debe recordar -comenzó-, que ella no sabía nada de los derechos que tenía de acuerdo con el acta de inmigración, ni siquiera sabía que había un acta de inmigración. Sabía que no se le permitía trabajar, pero «trabajar», según le habían explicado hacía mucho, es cuando te pagan por hacer algo y a ella nunca le habían pagado, sencillamente estaba en «una buena casa». Susan Riding la llamaba au pair, o al menos así la llamó cuando hablo conmigo después de la muerte de Sojourner. En honor a la justicia, y supongo que todo el mundo se merece justicia incluida la señora Riding, pienso que ella no sabía gran cosa del destino de Sojourner. La dejaba dormir en un jergón en el suelo en el cuarto del perro porque es esa clase de mujer, de las que dicen que los pobres convertirán el baño en una carbonera si les dejan usarlo. Le compraba a Sojourner los zapatos más baratos, convencida de que era muy generosa. Me pregunto que diría si supiera que la vendedora de la zapatería la describió como la señora de las bolsas que dormía en la calle.

»Pero ella no sabía nada de las violaciones ni las reiteradas palizas, y si lo sospechó cerró los ojos, se dijo a sí misma que no debía dejar volar la imaginación. Aquella noche cuando ella regresó a casa después de la reunión del comité, su marido le dijo que había enviado a la muchacha de regreso a su país y que Christopher se encargaba de llevarla al aeropuerto. Según la señora Riding, Sojourner se había convertido en una persona sucia y haragana y era una inútil. Se alegraba de su marcha aunque ahora no tendría a nadie para que la ayudara en las tareas de la casa.

»Lo que ocurrió en realidad fue que Sojourner se escapó el lunes por la tarde. Riding no estaba, Christopher estaba en Londres y la hermana menor en la escuela. La muchacha no sabía a dónde ir, nunca había salido, me refiero más allá de la casa, pero sabía que había un lugar donde uno iba a buscar trabajo. Debió pensar que cualquier lugar donde le dieran un trabajo no podía ser peor que el que dejaba.