Carly Phillips
Simplemente Escandaloso
Serie Simply, 02
Título originaclass="underline" Simply Scandalous.
Traducida por Elías Sarhan Assy.
Capítulo 1
– Objetivo a la una en punto.
Logan Montgomery escuchó a su abuela de ochenta años y gimió.
– Has estado viendo otra vez películas de James Bond, abuela.
– Sólo las de Sean Connery. Ese Pierce Brosnan es demasiado nuevo y el otro es un afeminado. No sabría cómo complacer a una mujer de verdad aunque lo mordiera en el…
– ¡Abuela! -sobresaltado, la miró. Un brillo travieso iluminaba sus ojos. Había aprendido a utilizar la sorpresa a su favor-. Creo que ya es suficiente.
– Nunca habías sido un puritano.
Contuvo una carcajada y decidió darle una advertencia a la anciana.
– Y tú nunca habías ido tan lejos. Será mejor que tengas cuidado.
La mujer de pelo blanco soltó un bufido poco refinado y femenino.
– Si no te andas con cuidado, terminarás por ser un remilgado como tu padre.
– ¿Con tu influencia? Imposible -bebió la copa del champán de cien dólares, probando burbujas y poco más. Qué desperdicio de dinero. Una cerveza fría sabría mucho mejor, en particular esa inusual tarde calurosa de mayo-. Bien, ¿dime por qué me has convocado a la Gala del Jardín?
Había esperado poder soslayar la invitación formal, entregada en persona en su casa. Aunque la Gala del Jardín formaba parte de la tradición de los Montgomery como el béisbol de la primavera, Logan no sentía la misma expectación. Pero su abuela Emma era otra cosa. La adoraba.
– Por ella -su abuela agitó un dedo arrugado delante de su cara-. Allí, junto al cerezo. Ella es la que ha organizado toda la velada. Es el talento personificado.
Logan entrecerró los ojos. No podía ver mucho aparte del abrumador mar de telas floreadas de las invitadas y de los trajes negros y blancos del servicio.
– Solo veo un grupo de pingüinos -musitó.
– Creo que camarero y camarera es el término políticamente correcto -indicó Emma.
– ¿No podrías conseguir que el juez relajara el uniforme, por el amor de Dios? Esa pobre gente parece que asiste a una boda en vez de servir cócteles un día de primavera.
– Tu padre tiene sus patrones -comentó Emma imitando el tono más altivo de su hijo, el juez Montgomery-. Cree que el servicio debe vestir así. Ridículo -murmuró-. Ya tendría que haber entrado en el siglo veintiuno. Bueno, basta de Edgar por el momento. Mira a tu alrededor. ¿Qué más ves?
Logan dio dos pasos a la derecha para ver más allá de un parasol ridículo sostenido por una de las amigas de su madre, con el fin de protegerse la piel del sol inexistente.
– ¿Y bien? -un codo huesudo se clavó en las costillas de Logan.
Miró una vez más y obtuvo la recompensa al percibir a una mujer que irradiaba rayos de sol delante del elaborado bar. Ni siquiera el uniforme estirado de camarera parecía ordinario en sus extraordinarias curvas.
Retiró de la barra las copas usadas y Logan disfrutó de una visión de su espalda, que resultaba igual de tentadora que lo demás. Zapatillas negras para estar cómoda y medias negras con costura vertical en sus bien torneadas piernas. Al estirarse para secar la barra, el bajo de su minifalda subió más. Dio un paso al frente a tiempo de captar un reborde de encaje. La temperatura exterior subió unos grados, igual que algunas partes de su cuerpo. Se metió un dedo en el cuello de la camisa blanca para respirar mejor.
Entonces ella se irguió en toda su estatura, que no era demasiada. Pequeña, con el pelo rubio recogido en un moño, no mediría más de un metro sesenta. Pensando que tenía una hermana que había zarandeado a más amigos varones que los que él mismo podía contar, se consideraba un experto en cosas femeninas.
Y esa mujer lo fascinaba. Con la vista recorrió la blusa blanca ceñida, abotonada hasta el cuello pero que no podía ocultar unos pechos bien redondeados, se demoró en su cintura estrecha y se detuvo en los calcetines blancos enfundados sobre las medias. Bajo ningún concepto era una típica camarera.
No importaba desde dónde mirara, lo que veía le gustaba. Esbozó una leve sonrisa.
– Deja de babear y dime qué ves.
– A una pingüino tremendamente sexy -repuso.
– Llámala como quieras -dijo Emma, resignada-. Es la solución a tus problemas.
– No sabía que tuviera alguno -otro vistazo cuando ella giró en el bar y sonrió abiertamente. Si tuviera alguno, no le importaría que esa mujer se lo solucionara.
– ¿Quieres poner fin a las expectativas de los Montgomery o deseas que tus padres y sus amigos ricos sigan incordiándote para que te presentes a un puesto público? Nada de paz ni tranquilidad. Y adiós al trabajo discreto en la oficina de los abogados de oficio. En cuanto llegue el sábado próximo, tu vida se te escapará de las manos.
– No tienes que dar la impresión de que disfrutas con esto -musitó Logan. Pero el instinto le advirtió que su abuela no intentaba sorprenderlo en ese momento. Emma vivía en ese mausoleo junto con sus padres. Tenía acceso a detalles que a él se le escapaban y los compartía con generosidad. Concentró su atención en la anciana.
– Puedes seguir contestándoles que no, gracias -se tocó el moño perfecto mientras hablaba. Ni siquiera la humedad afectaba al peinado de Emma-. Pero tu padre es obstinado como una mula y está acostumbrado a salirse con la suya desde que llevaba pañales sucios.
– De verdad que debes cuidar esa lengua -contuvo el deseo de reír.
– Tonterías. La edad me da el derecho de decir y hacer lo que me impidió la juventud. El dicho es joven y estúpido, no viejo y estúpido.
– Ya sé por qué papá te quiere ver en una residencia -sonrió y contempló a esa mujer directa que les había dado a su hermana y a él la única fuente de amor y afecto mientras crecían. En defensa de sus intereses, había socavado los mejores esfuerzos de sus padres de convertir a sus hijos en clones perfectos de su vocación pública. El objetivo lo cumplió con su hermana.
Pero con Logan, el único hijo varón, las cosas habían sido más difíciles. Aunque había seguido su propio camino, muchas de sus elecciones, facultad de Derecho y su paso como fiscal del distrito, habían reflejado las de su padre.
Nadie creía que quisiera labrarse su propio destino. Ni siquiera los últimos dos años trabajando en el otro bando, en la oficina de los abogados de oficio, quebraron las convicciones de su familia. Para todos los Montgomery, Logan era la siguiente generación, destinada a seguir los pasos ya marcados.
Salvo para su querida abuela. Para Emma, Logan era el nieto que ella había criado, un hombre con sus propias creencias. Volvió a centrarse en lo que había dicho antes.
– Muy bien, cuéntamelo. ¿Qué va a pasar el sábado?
– Pensé que nunca lo ibas a preguntar -lo instó a caminar con ella. Luego señaló el otro extremo del patio, donde estaba su padre-. Dentro de una semana, sus conservadores amigos y él piensan anunciar tu candidatura para alcalde de nuestra ciudad. Hampshire necesita algo de savia nueva y te han elegido a ti. El hijo perfecto de la respetada familia Montgomery en su primer peldaño hacia un cargo más elevado.
– Nunca sucederá.
– Así es, y te diré por qué. Vamos a hundirte públicamente. Te liberaremos para que puedas vivir fuera del reino.
– No necesito un escándalo para liberarme de la familia -respiró hondo-. Pueden hacer planes hasta el día del juicio final, pero sin un candidato dispuesto, no tienen nada -y él no estaba dispuesto.
– Has venido hasta Hampshire, así que al menos escúchame.
Como de costumbre, la anciana tenía razón. Además, la vista desde ese ángulo era buena.
– Has mencionado un plan -cruzó los brazos-. Bien, ¿cómo puede salvarme ella? -señaló a la rubia.