– Reclínate -instruyó-. La cabeza aquí -palmeó el espacio tentador entre sus rodillas. Lo observó con cautela, pero bajó el cuerpo hasta que quedó tumbada con la cabeza sobre su regazo-. Muy bien, ahora cierra los ojos.
Lo último que vio Catherine antes de obedecer fue a Logan que la contemplaba con una sonrisa arrebatadora.
– Ahora respira hondo y concéntrate en el sonido del fuego.
Como si fuera una señal, los leños comenzaron a crepitar. El aroma de madera quemada llenó sus fosas nasales. Con cada respiración que daba, un músculo distinto de su cuerpo parecía relajarse mientras el calor del fuego penetraba en ella. O quizá era el calor del cuerpo de Logan el que sentía palpitar por sus venas. Había comenzado a masajearle las sienes con movimientos suaves y lentos.
– Ahora escucha el ritmo de la lluvia.
Catherine lo hizo. La tormenta exterior iba pareja a la que bramaba en su interior.
– Mmm. No pares.
– Ni se me pasaría por la cabeza -rió y el sonido vibró hasta los pies de ella.
– Dime cómo descubriste esta… cura -pidió ella con los ojos cerrados.
– Una vieja lección de la infancia -los dedos obraban su magia mientras hablaba.
– ¿A qué te refieres? -su contacto era tan grato.
– Mi hermana padece migrañas desde que éramos niños. Los fines de semana los llevaba bien porque mis padres no estaban, pero los días de entre semana eran otra cosa.
– ¿Y eso?
– Los fines de semana ellos viajaban -continuó masajeándola-. Durante la semana estaban en casa. Y si llegaban tarde, nos despertaban con las discusiones que creían que nadie oía.
– Debió de ser duro.
– En realidad, lo fue más para Grace. Venía a mi habitación a hurtadillas y casi siempre el dolor de cabeza la mataba. Todo inducido por el estrés -explicó con un deje amargo.
Resultaba inconfundible el amor que sentía por su hermana, y eso era algo que Catherine podía comprender. No le creyó cuando afirmó que a él las peleas no le afectaban.
– ¿Cómo es que nunca se separaron? -inquirió.
– El lema de la familia es: Los Montgomery no se separan, resisten.
– Creía que los ricos no se peleaban, sino que resistían -bromeó con la intención de mejorar el estado de ánimo provocado por los recuerdos dolorosos.
– Ese lema es válido sólo en público. A pesar del dinero que costó construir la mansión, las paredes son increíblemente delgadas.
– De modo que erais Grace y tú los que debíais resistir.
– Sí. Yo le masajeaba la frente hasta que se quedaba dormida -musitó.
– Espero que te lo agradeciera -su comportamiento con su hermana le indicó qué clase de hombre era Logan Montgomery.
– Lo hizo.
– Lo sé -dejó escapar otro suspiro cuando la suave presión se concentró en un punto sensible.
Fuera la que fuera la magia que Logan obrara para su hermana pequeña, era fraternal y surgida del cariño. Lo que le hacía a Catherine era más erótico que fraternal. Era sensual e íntimo y ella sabía que el objetivo era la seducción. Y anhelaba ceder. Lo haría hasta el día siguiente, antes de que tuviera que abandonar la cabaña y enfrentarse a la dura luz del día.
Se obligó a abrir los párpados pesados y lo miró, deseando saber más cosas de él.
– ¿Dónde está Grace ahora?
– Vive en Nueva York, es fotógrafa y evita el compromiso por miedo a terminar como sus padres -rió sin placer-. Vive de su fideicomiso, pues considera que mi madre y el juez están en deuda con ella por toda la desdicha que tuvo que soportar.
– ¿Es lo mismo que sientes tú?
– En realidad -meneó la cabeza-, yo vivo de mi sueldo, sin ningún otro centavo. Si tocara mi fideicomiso, entregaría el control de mi vida, algo a lo que no estoy dispuesto. Y creo que Grace sería mucho más feliz si hiciera lo mismo -esbozó una sonrisa pausada y relajada que aceleró los latidos de Catherine.
A juzgar por la respiración entrecortada y el calor que sentía en el vientre, sólo su cerebro le prestaba atención a Logan. Hasta su yo más racional quería ceder a su encanto y magnetismo sexual, a su naturaleza comprensiva y su alma generosa.
– Pero Grace y su vida son un tema para otro día. Esta noche nos pertenece a nosotros, Cat. Si lo deseas -se detuvo un segundo-. La elección es tuya.
Ella se irguió demasiado deprisa y tuvo que aguardar hasta que el mareo se desvaneció. Entonces comprendió que el dolor de cabeza había desaparecido también. Estaba claro que Logan tenía manos mágicas. El pensamiento le provocó un cosquilleo delicioso en la boca del estómago.
– ¿Te sientes mejor? -preguntó él.
– Mucho -se apoyó en las rodillas y lo miró-. Pero sospecho que era ése el objetivo.
– ¿Qué quieres decir?
– No puedes seducir a una mujer si piensa usar un dolor de cabeza como excusa.
– Comprendo. Y tú acabas de reconocer que el tuyo ya no existe.
– Exacto -el anhelo que bullía en su cuerpo alcanzó proporciones insoportables.
La furia del fuego y la lluvia no eran responsables de las llamas que ardían en su interior. Pero no pudo evitar preguntarse…
¿Sería suficiente una noche?
Capítulo 6
Catherine alzó la cabeza del regazo de Logan y se volvió para mirarlo. Dejaba en sus manos que decidiera si debían dormir juntos. Su cuerpo decía que sí, pero su mente no estaba del todo segura.
– Lo que necesites saber, pregúntalo ahora, Cat.
– De modo que lees la mente aparte de ser un experto masajista -sonrió.
– Ya te he dicho que soy un hombre de variados talentos. Deja de esquivar el tema.
Reinó el silencio.
– Hay una cosa que me gustaría dejar clara primero.
– Estoy sano -afirmó él.
– Te agradezco que me lo digas -sacudió la cabeza-, y, a propósito, yo también, pero no era eso lo que quería saber.
– Me lo temía. ¿De qué se trata? -jugó con un mechón de su pelo.
– No es que pida promesas o cosas por el estilo…
– Entonces, ¿qué quieres? -le acarició la mejilla, avivando aún más la necesidad que remolineaba en su vientre.
– Saber que esto significa algo más para ti que una aventura de una noche -lo miró con expresión determinada. No pensaba disculparse por sus anhelos.
– Confía en mí -le regaló una sonrisa perezosa-. Significa más. Te respeto demasiado como para acostarme contigo y no volver a llamarte.
– Esa es una frase que ya he oído -aunque no pudo evitar devolverle la sonrisa-. ¿De modo que lo que estás diciendo es que cuando hayamos terminado vas a llamarme? -se obligó a hablar con ligereza y humor en la voz.
– Pronto -asintió.
En el silencio que siguió, Catherine comprendió que no podía pedir más. O confiaba en él o no confiaba. Y no estaría allí si no lo hiciera. Respiró hondo.
– No piensas prolongar esto mucho más, ¿verdad? -preguntó al fin.
Logan expulsó el aire que no sabía que había estado conteniendo. Durante un instante pensó que ella huiría. «No pido promesas». No sabía que se las habría dado gustoso. Pero tenía más agallas de lo que había pensado al decidir seguir adelante.
Sin esperar un segundo más, la alzó en brazos y se acercó a los ventanales que daban al océano. Todas las cosas que quería compartir con Catherine.
Ella le rodeó el cuello.
– Echa un vistazo -pidió Logan.
Mientras giraba la cabeza y miraba, él inhaló el aroma de su cabello y se excitó aún más.
– Debe de ser una panorámica maravillosa en un día despejado.
– Es la mejor.
– Ahora tampoco está tan mal -cerró los ojos y apretó más los brazos en torno a su cuello-. ¿Sabes? Toda la noche he prestado atención al sonido de la lluvia.
Y él. El sonido de los elementos reflejaba el anhelo ensordecedor en su alma.