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Se había sentido tan extenuada que apenas recordaba haber ido al dormitorio. Después de que él volviera de apagar la chimenea, se acurrucó en su calidez y se quedó dormida.

Entonces no había habido tiempo ni energía para reflexionar, aunque en ese momento sí. Sin embargo, lo único que no podía hacer era lamentar la noche pasada con Logan. Había sido un amante generoso y entregado, sintonizado con sus necesidades y sentimientos.

La única aventura de una noche en su vida y había tenido que elegir al hombre equivocado. Oh, era el apropiado en todos los sentidos… pero no para ella. La paralizaba la idea de que sus mundos chocaran y destruyeran lo que habían compartido.

El sonido del teléfono hizo que alejara de su mente esos pensamientos. «Menos mal», pensó, ya que no le gustaba la dirección que estaban tomando. Dejó que sonara hasta que se activó el contestador automático en la mesita de noche y oyó la voz de Emma.

– ¿Logan? Vamos, contesta. Sé que estás ahí.

Con un gemido, Cat levantó el auricular.

– ¿Hola?

– Demasiado cansada para un saludo ingenioso. Debe ser una buena señal.

– Emma -apoyó la cabeza en la almohada.

– Me alegro de que reconozcas mi voz, querida. Las noches largas a veces pueden obnubilar el cerebro. ¿Cómo te sientes esta mañana?

– Bien, Emma -se negó a caer en la trampa-. ¿Y usted?

– Solo bien significa que la técnica de mi nieto necesita perfeccionarse.

Catherine sintió que todo su cuerpo se sonrojaba. La técnica de Logan había sido más que asombrosa, a pesar de que no era asunto de Emma. Se preguntó cuánto hacía que nadie ponía en su sitio a Emma. Adoraba a la anciana, pero necesitaba una lección.

– ¿Sabe?, tiene razón -convino-. Quizá fue el largo trayecto o correr bajo la lluvia, pero no estuvo a la altura de lo que estoy segura es su potencia… normal.

Emma tosió. Y Catherine se dio cuenta de que la puerta del cuarto de baño se había abierto a tiempo para que Logan captara la última parte de la conversación. Se plantó junto a la cama con los vaqueros bajos en la cintura y una ceja enarcada en abierta incredulidad.

– Emma -explicó ella, tapando el auricular.

Logan le indicó que guardara silencio y que se lo pasara. Asintió y lo hizo. Mientras se lo llevaba al oído apretó la tecla de manos libres.

– Comprenderás que a veces los hombres no están magníficos la primera vez, pero no me cabe duda de que mejorará, querida.

Catherine no pudo evitar estallar en una carcajada.

– Sé que estás ahí, Logan -Emma se envaró-. Y escuchar en silencio es una grosería. ¿No te he enseñado nada de clase y refinamiento?

Fue el turno de él de reír.

– Todo lo que sé lo he aprendido de ti. ¿Nadie te contó que inmiscuirte en los asuntos de los demás es una grosería?

– Sólo mantenía una agradable conversación con Catherine, ¿no es verdad, querida?

– Sí, señora -Catherine se mordió el labio inferior-. Pero debería saber que me quedé por la tormenta. Anoche no pasó nada -cruzó los dedos a la espalda mientras hablaba.

Logan se tumbó a su lado en la cama. El claro aroma masculino a jabón y loción para después de afeitar la excitó al instante. Se tapó con la sábana, aunque el esfuerzo fue un poco tardío. El ya lo había visto todo, y más.

– Desde luego que no pasó nada. Eduqué a mi nieto para ser un caballero. Y tú eres la dama perfecta. Para él -añadió Emma-. He de irme. Voy a colgar, adiós -se oyó un clic.

Logan desconectó el teléfono y ambos rieron en voz alta.

– Me pregunto si habrá aprendido la lección -comentó ella.

– Lo dudo. No deberías creer que ése era el último plan que tenía para nosotros.

– ¿Nosotros?

– Emma tenía un plan antes incluso de que hubiera un nosotros. Nació conspiradora.

– Eso parece -sonrió-. Pero también ha ejercido una fuerte influencia en tu vida y tu carácter -se acomodó a su lado y el colchón se hundió bajo su peso. Antes de que ella pudiera pensar, le dio un beso fugaz en los labios-. ¿Cada cuánto tiempo ves a tu hermana? -quiso saber.

– No muy a menudo. Pero nos llamamos una vez a la semana, por lo general los domingos por la noche. Me gusta cerciorarme de que no se mete en problemas, y a ella estar al tanto de la vida en Hampshire. Aunque no lo reconozca en voz alta, echa de menos a los amigos que tiene aquí.

– A Emma y a ti -no le costó trabajo adivinarlo.

– Y a mi madre. Lo creas o no, Grace y ella tienen un vínculo. Es a mi padre al que no soporta tener alrededor.

– Puede que algún día vuelva a casa.

– Tendrían que cambiar muchas cosas -se encogió de hombros. La miró a los ojos-. Pero nunca se sabe. Los milagros pueden suceder.

Catherine sintió un hormigueo y respiró hondo.

– ¿Qué hora es? -preguntó.

– Las diez.

– ¿Ya?

– ¿He de pensar que no estás acostumbrada a dormir mucho?

– ¿Qué puedo decir? Me dejaste agotada.

– Lo tomaré como un cumplido -sonrió.

Tomó la almohada y con travesura lo golpeó con ella.

– Más te vale.

– También mantuve mi primera promesa.

– ¿Y cuál era? -enarcó una ceja.

– Como ya ha amanecido, hemos tenido más que una noche -la sonrisa infantil que exhibió la desarmó.

Para una mujer que no creía en muchas cosas, Logan estaba a punto de conseguir que creyera en las promesas que él le hacía. «Podríamos tener más de una noche, Cat» Creía en milagros. ¿Cómo podía descartar sus promesas?

Pero su madre había creído la promesa de su padre de que se quedaría a su lado… y lo había hecho, el tiempo suficiente para tener dos hijas en cuanto fue biológicamente posible antes de desaparecer para siempre. No obstante, él no era un hombre como su padre.

Pero no era tan tonta como para esperar algo a largo plazo de Logan Montgomery. O eso se decía. Pero temía que si pasaba mucho tiempo más con él, comenzaría a anhelarlo.

– Ha salido el sol -comentó innecesariamente-. He de ir a la casa de mi hermana -«salir de aquí. Volver a la realidad». Donde su pragmática hermana y su sabelotodo marido policía podrían sacudirla mentalmente y recordarle que no debía creer en la fantasía que había comenzado a urdir.

– He pensado que podíamos ir a desayunar. Luego te llevaré hasta su casa.

Catherine se mordió el labio. Lo lamentaría más adelante, pero se merecía algo amable de ella.

– Te diré lo que haremos. Dame unos minutos para ducharme y te prepararé algo aquí. Luego puedes llevarme a ver a Kayla.

– Suena estupendo -se acercó más. Otra vez dejó los labios a distancia de beso y ella esperó-. Pero la despensa está vacía.

Catherine abrió la boca para hablar, pero en esa ocasión le selló la boca con la suya, interrumpiéndola.

Al menos por el momento.

Después de seguir las indicaciones de Catherine, Logan se detuvo delante de una casa pintoresca pintada de un tono gris claro. El sol la bañaba con luz. El trayecto de media hora había pasado rápidamente. Cat había charlado y en ese instante Logan sabía todo sobre su hermana, su marido y el bebé que no tardaría en nacer.

Era evidente que Catherine quería a Kayla y, a pesar de sus quejas, percibía que le caía bien su marido. También creía que no había parado de hablar por nerviosismo, ya que no quería discutir la posibilidad de volver a verse.

No creía que tuvieran algún tipo de futuro. Él pretendía demostrarle que se equivocaba.

En ella reconocía que anhelaba el tipo de vida hogareña de la que disfrutaba su hermana, aunque jamás lo admitiera. Lo reconocía porque los deseos de ella reflejaban su propia necesidad de deseos que nunca había sabido que había tenido. Al menos hasta conocerla.