– Bueno, ya hemos llegado.
Él apoyó los brazos en el volante y se volvió para mirarla.
– Sí -notó la mano de ella en la palanca de la puerta y sonrió-. ¿Vas a alguna parte, Cat?
– ¿A casa?
– ¿Sin decir una palabra? -provocarla surgía de forma natural en él, quizá porque se lo tomaba muy bien. Ella abrió la boca y volvió a cerrarla-. Di adiós -la instruyó.
– No sé por qué dejo que me hagas sonrojar -meneó la cabeza-. Nadie lo hace. Ni siquiera Nick.
– ¿Quién es Nick? -preguntó, odiando el sonido del nombre de otro hombre en su boca.
– Mi cocinero. Y mejor amigo. Fuimos juntos a la escuela de cocina. Lleva burlándose de mí desde que era más bajo que yo y después de haberle propinado la primera patada en la espinilla…
– ¿Nunca volvió a intentarlo?
– Claro que sí -rió.
– Y este Nick, ¿es…?
– Un amigo -musitó, como si hubiera leído la pregunta en su tono de voz-. Un amigo prometido. No se me ha insinuado desde que éramos niños.
La miró y agradeció que intentara reafirmarlo. Nunca había sucumbido a los celos, pero no le sorprendió que su primera vez hubiera sido con Catherine Luck, ya que ninguna mujer le había afectado nunca de esa manera.
– Adiós, Logan -apartó la vista y fue a abrir la puerta.
– Cat, espera.
Ella soltó la palanca y se volvió. Tenía los ojos sospechosamente húmedos.
– ¿Qué?
– Adiós es demasiado definitivo -tenía un millar de palabras en la punta de la lengua, pero entre ellas no figuraba «adiós». Lo creyera o no, Catherine volvería a verlo.
– Fue divertido, pero… -respiró hondo.
– Fue más que eso.
– No puede ser -ella meneó la cabeza.
– ¿Por qué? ¿Por qué me llamo Montgomery?
– Es un motivo -no se atrevió a exponer más. De lo contrario correría el riesgo de reconocer sus verdaderos sentimientos y el hecho de que se hallaba muy cerca de enamorarse de un hombre al que acababa de conocer.
«El amor a primera vista no existe». En cuanto bajara del coche, lo recordaría.
– Estamos en el mundo moderno, Cat. Las diferencias de clase no existen.
«Díselo al juez», pensó, pero se negó a manifestarlo en voz alta. Logan se había esforzado tanto por distanciarse de su familia y su estilo de vida, que estaba segura de que creía lo que acababa de decir. No comprendía lo que sucedería cuando dos mundos como los suyos chocaran.
Además, no le cabía duda de que en cuanto regresara a su casa para él solo sería un recuerdo lejano.
– ¿No podemos afirmar que fue divertido…?
– ¿Y que nos veremos? -finalizó por ella.
– Algo parecido.
– Me parece bien -sonrió y ella supo que había caído en su trampa-. Te recogeré el viernes. Cenaremos en Boston antes de ir a la playa. Quizá en esa ocasión el clima sea bueno y pueda enseñarte algunos de los sitios más escondidos a los ojos de los curiosos.
– Eres demasiado literal -informó ella.
– Soy sincero -replicó-. Y me diste a entender que valorabas esa cualidad.
– Y así es -susurró.
Nada como sus propias palabras para convencer a un corazón cauto. Sin saber muy bien qué más decir, apretó con más fuerza la palanca.
– Entonces créeme cuando digo que quiero volver a verte. Hay algo demasiado fuerte entre nosotros como para dejarlo.
El corazón empezó a latirle con frenesí. Logan era demasiado bueno con las palabras, pero aún era mejor para superar sus defensas y hacerle creer en lo imposible.
Miró por la ventanilla y vio al marido de su hermana, Kane, salir por la puerta. No tenía ningún deseo de presentarlos y soportar el interrogatorio de su cuñado después.
– He de irme.
– ¿El viernes? -preguntó él-. Me debes el desayuno -añadió cuando ella guardó silencio.
Lo miró a sus ojos sinceros. Había hecho el amor con él, se había abierto y confiaba en Logan. La única persona con la que luchaba era ella misma.
Esbozó una sonrisa.
– Llevas mi chándal preferido y me gustaría recogerlo en persona -insistió. No tenía modo de saber que Cat ya había tomado una decisión.
– Llámame -aceptó, y antes de que él pudiera responder, abrió y bajó del vehículo, cerrando a su espalda-. La pelota está de tu lado -musitó ella.
Logan no sabía dónde vivía ni tenía su número de teléfono. Por supuesto, gracias a Pot Luck y a Emma, era fácil de encontrar. No jugaba a hacerse la difícil. Sólo quería saber que él iba en serio antes de meterse más hondo. El problema era que ya se había metido hasta el cuello.
– ¿Con ese Logan Montgomery? ¿Te acostaste con ese Logan? -la voz de Kayla sonó demasiado alta en el dormitorio pequeño.
– ¿Quieres dejar de repetirlo de esa manera? -hizo una mueca-. ¿Y a qué te refieres con ese Logan Montgomery?
Su hermana señaló la pila de periódicos y revistas que había cerca de la cama.
– Está ahí en alguna parte. En la sección de sociedad…
– Aguarda un momento -Kayla era más que inteligente. Leía narrativa, literatura y revistas médicas, pero…-. ¿Te dedicas a leer columnas del corazón? Que paren el mundo que me quiero bajar.
– Desde que el médico me aconsejó reposo -explicó un poco ruborizada-, me siento atrapada. Los libros no me alcanzan. Ni siquiera Kane con sus idas a la biblioteca es capaz de seguir mi ritmo. Leo cualquier cosa, incluida basura -reconoció.
– ¿Qué sientes al vivir en el mundo normal? -se sentó en el borde de la cama y le palmeó la mano. Kayla era más inteligente de lo que tenía derecho a serlo cualquier persona, y además poseía una memoria increíble. Podía pasar horas en la biblioteca leyendo material que a nadie más en el mundo podía interesarle.
– Muy graciosa -hojeó el periódico-. Aja. Aquí está. Echa un vistazo.
Sabiendo que no iba a gustarle lo que viera, de todos modos aceptó el periódico y se encontró cara a cara con un primer plano de Logan, sacado el día anterior en la Gala del Jardín. Incluso en el papel su atractivo era capaz de cortarle la respiración. Pero los recuerdos de sus momentos íntimos, el sonido de su voz profunda, sus manos cálidas sobre su cuerpo, tenerlo dentro de ella… bastaron para derretirle el corazón.
– Lee el artículo -instó Kayla.
Catherine concentró su atención en el periódico.
– «Se rumorea que el soltero favorito de Hampshire, Logan Montgomery, hijo del juez Edgar Montgomery, está listo para anunciar su candidatura a alcalde de la ciudad. Aunque el atractivo soltero negó tajantemente la noticia, el juez Montgomery le dijo a esta reportera que no lo perdiera de vista… como si alguna de nosotras necesitara un motivo adicional para mantener los ojos sobre ese perfecto espécimen. Es una pena que pronto nos vaya a ser arrebatado por…»
Catherine estrujó el periódico y lo tiró sobre la cama.
– No puedo leer más de esta basura.
– Oh, Dios mío, te has enamorado de él -Kayla la observó con los ojos entrecerrados.
Cat sacudió la cabeza. No pensaba reconocer esos sentimientos, ni siquiera ante sí misma. No iba abrirse tanto, quedar tan vulnerable…
– ¿Qué voy a hacer? -gimió y se arrojó al pie de la cama de su hermana.
– Podrías empezar por arreglarte.
Catherine giró y contempló a su cuñado, de pie en el umbral.
– Lárgate -dijeron las hermanas al unísono.
– Sabes que sólo me pides eso cuando ella está presente -le dijo a su esposa.
– Al menos yo también te hago sufrir, McDermott -Cat sonrió.
– Antes de que empecéis, ¿puedo decir una cosa? -preguntó Kayla.
Catherine suspiró. Había conocido a Kane justo después de que se acostara con su hermana y la utilizara. Al menos eso era lo que ella había creído. Y aunque Kane había demostrado lo contrario desde entonces, las peleas y las provocaciones de los primeros días habían permanecido como una parte de su relación. Catherine le tenía al detective cierto respeto, nacido de la clara devoción que sentía por su hermana, aunque jamás se lo diría a la cara.