Al otro lado de la puerta había un mensajero.
– Entrega para Catherine Luck.
– Qué extraño.
– ¿Es usted? -el hombre se encogió de hombros-. Necesito su firma.
Aceptó la caja pequeña envuelta con un sencillo papel marrón. Le dio la vuelta y leyó el remite, escrito con una caligrafía desconocida.
De pronto se dio cuenta de que nunca había visto su letra. ¿Cuántas cosas más desconocía de Logan Montgomery? Demasiadas. Pero la pequeña caja que tenía en la mano llenó ese vacío hasta que pareció no importar. Arrancó el papel y con todo su ser esperó que no fuera una ilusión.
Logan dejó las llaves sobre el escritorio de metal, apartó con el pie la papelera y depositó un montón de carpetas en el suelo. Tenía la mesa atestada como para mantenerlo ocupado un año entero. Soltó un juramento. Si sumaba a eso la guardia del martes por la noche el resultado era que no había dispuesto de tiempo para él.
Ni para dormir… ni para ponerse en contacto con Cat, aunque había seguido intentándolo. Cuando consiguió su número por medio de Emma, la llamó durante los descansos en el tribunal, pero en todo momento había saltado el contestador. Después de la intimidad que habían compartido, lo que tenía que decirle no se podía resumir en sesenta segundos, y sólo disponía de ese tiempo.
El deseo ardiente de verla otra vez lo dominaba. Había prometido llamarla «pronto». Eso fue el sábado. Y ya estaban a martes. Se frotó los ojos y levantó el auricular del teléfono. Marcó, sonó y de nuevo se activó el contestador.
– Maldito hijo de…-colgó.
Y recibió un golpe en la cabeza.
– ¿No te eduqué para que no maldijeras de esa manera? -inquirió su abuela.
Él observó la puerta abierta por la que había entrado sin llamar.
– ¿Y Emily Post no te enseñó a llamar?
– ¿Y por qué debería hacerlo? La puerta estaba abierta.
Se levantó y rodeó el escritorio.
– Me alegro de verte, abuela. Siempre eres bienvenida. Lo sabes -le dio un beso en la marchita mejilla, preguntándose por qué se había presentado en su despacho a esa hora de la noche.
– Claro que sí. Pero tampoco importaría lo contrario. Tenemos que hablar.
– ¿Cómo has llegado? -preguntó, pensando que ya tramaba otra cosa.
– Dejé que Ralph me trajera -soltó un suspiro sufrido-. Aunque aún sostengo que el juez se equivocó y no soy un peligro para nadie en la carretera.
Jamás le dejaría saber que él había influido para que le revisaran la vista y no le renovaran el carné de conducir. Quería que viviera todo el tiempo que fuera posible.
– Bueno, de todos modos me alegra que fueras prudente.
– Como si tuviera alguna elección. Tu padre me delataría a la policía. A su propia madre. ¿Puedes creértelo?
– Primero debo llamar a Cat, y luego podremos hablar.
– Hablaremos primero y llamarás después -indicó con voz asustada-. No he comido. Vayamos a ese lugar tan bonito que hay abajo.
– Ese lugar tan bonito es un bar.
– Estupendo. Vamos -tiró de su brazo. Para una mujer de aspecto frágil, poseía una fuerza casi sobrehumana.
Mejor era darle de comer y luego mandarla a casa. Luego llamaría a Catherine y, si era necesario, le dejaría un mensaje.
Logró recoger las carpetas y meterlas en el maletín antes de que lo empujara por la puerta. Cinco minutos más tarde, se hallaban sentados en el bar del mismo edificio donde estaba su despacho.
– ¿Quieres ver el menú? -le preguntó al tiempo que llamaba a la camarera con la mano.
– Lo que pidas tú será perfecto -meneó la cabeza.
– Yo voy a pedir cerveza, pero pensé que me habías dicho que no habías comido.
– He perdido el apetito -se movió inquieta en el asiento.
– Dos cervezas -le indicó a la camarera.
– En seguida.
Logan se reclinó en el respaldo y contempló el local.
– De acuerdo, ya me tienes en un sitio público, donde no podré montar una escena. ¿Qué sucede?
– Eres bueno.
La camarera regresó y depositó dos botellas con sus respectivas copas en la mesa.
– Tomaré la mía directamente de la botella -indicó Emma. El contuvo una carcajada-. Puede que tú desees hacer lo mismo.
La alegría se desvaneció al digerir la advertencia. Le pasó una botella, asió la otra y dio un trago largo, negándose a realizar comentario alguno cuando ella lo imitó. La visión era absurda pero sin duda ésa era la intención de Emma. Llevarlo a un lugar público, sorprenderlo con la guardia baja y soltar su bomba, fuera la que fuere.
– Y ahora cuéntame qué pasa.
– ¿Qué? ¿Es que no puedo pasar a visitar a mi nieto preferido?
– Soy tu único nieto. Habla.
– ¿Tienes mucho trabajo? -preguntó con un suspiro.
– Ha sido una semana ajetreada.
– Y sólo ha empezado. ¿No dispones de tiempo para jugar?
– ¿Me controlas, abuela?
– He tenido que ir a buscarte a tu despacho a las diez… eso habla por sí solo -ladeó la cabeza-. Las mujeres de tu vida quizá no sean tan comprensivas si te mantienes fuera de contacto.
Estuvo a punto de indicar que no había mujeres en su vida. Era su respuesta habitual a la intromisión directa de Emma. Pero se contuvo ya que ambos sabían, al menos en ese momento, que se trataba de una mentira.
A pesar de lo mucho que cuidaba su intimidad, no le importaría desahogarse con Emma. Lo entendía mejor que nadie y ya sabía que estaba interesado en Cat. Más importante aún, también le caía bien Catherine.
– No estoy muy seguro de lo que siente por mí en este momento. No he podido hablar con ella.
– Quieres decir que no has tenido tiempo -reprendió con un chasquido de la lengua-. Ya sabes lo que dicen sobre trabajar y no jugar. Deberías encontrar a Catherine y pasar un buen rato con ella. Alivia parte de la tensión que te embarga.
No tenía paciencia para su curiosidad o el modo en que hablaba de Cat, como si no representara más que un buen rato en la cama.
– Corta eso -le advirtió.
– Gracias al cielo -junto las manos arrugadas.
– ¿Gracias al cielo qué? ¿Que aparte del juez haya alguien más que censure tu lenguaje?
– Logan, yo te crié, te quiero, pero a veces puedes ser más espeso que un batido de chocolate. Gracias al cielo que te interesa Catherine. Si no me dejas hablar así de ella, he elegido bien y al fin ha sucedido.
– Tu lógica me desconcierta -musitó-. Pero morderé el anzuelo. ¿Qué es lo que ha sucedido al fin?
– Te has enamorado. Sabía que lo harías. Éste es el plan -habló deprisa, probablemente antes de que la pudiera interrumpir-. Cuando me di cuenta de que ibas a estar ocupado dos días, me tomé algunas libertades.
Él sacudió la cabeza. Emma era un remolino y en ese instante su vida se hallaba atrapada en su centro.
– Lo cual me recuerda que no hemos hablado del incidente del cuarto de los abrigos.
– Oh, creía que Catherine y tú ya me habíais enseñado una lección -murmuró.
– Ahora escúchame y entiende bien lo que voy a decirte. A pesar de lo mucho que agradezco tus intenciones, tu… intromisión no puede continuar. Tengo treinta y un años, abuela. ¿Te lo tomarías como algo personal si te dijera que me dejaras en paz?
– Claro que no. Pero ya es demasiado tarde para eso. Necesitas la primicia y he venido a dártela.
– Te escucho.
– En la fiesta comentaste que querías convertir en realidad los sueños de Catherine. Y antes de que preguntes cómo lo sé, por casualidad dejé encendido el intercomunicador de la piscina donde estaba situado el bar -reconoció, incapaz de mirarlo.
– ¿Me estás diciendo que te quedaste en casa escuchándonos? -preguntó, dándose tiempo para tragarse la furia que lo dominó.
– Sí -reconoció con voz avergonzada.
Emma no era malvada y jamás había pretendido hacer daño alguno. Pero eso no ayudó en ese momento. Cerró los ojos y contó hasta diez, tratando de controlar su frustración. El castigo por asesinato en ese estado no era agradable, y aunque se pudiera considerar como homicidio justificado, el jurado podría volcarse en su contra al enterarse de que había estrangulado a su abuela de ochenta y dos años.