– Necesitas una sacudida pública -Emma asintió-, y, ¿quién mejor para arruinar tu reputación que una mujer nacida pobre con una historia de prostitución en la familia?
– Exageras -se atragantó con el champán sin dejar de observar el blanco de Emma.
Había abandonado la protección del bar y se movía con paso ligero entre los invitados, hablando en voz baja con el personal que servía los canapés. Su aire de autoridad la apartaba de los demás empleados.
– Es la propietaria de Pot Luck, el servicio de catering. No asiste a todos los acontecimientos de los que se encarga su empresa, pero yo insistí en que se ocupara de éste.
– No me cabe la menor duda.
– Es una mujer que me gusta. ¿Recuerdas la escuela de protocolo que la policía cerró el año pasado?
– Vagamente. Me encontraba fuera del estado -se había graduado en la facultad de derecho de Columbia y aceptado un puesto en la oficina del fiscal del distrito de Manhattan, donde trabajó hasta que el leve ataque al corazón que sufrió Emma el año anterior hizo que regresara a casa. Quería pasar más tiempo con su familia. Aparte de su hermana, Grace, con quien había vivido en Manhattan, Emma era la única familia que contaba.
– Bueno, su hermana y ella -señaló a la rubia- heredaron el negocio. Parece ser que el antiguo propietario, su tío, dirigía un servicio clandestino de chicas de acompañamiento.
– Pero ella no se vio involucrada.
– Bueno, no, pero es un escándalo familiar. Y para mejorar las cosas, solía trabajar para él mientras iba a la universidad -la abuela juntó las manos entusiasmada.
– ¿Era una prostituta?
– Muérdete la lengua. Daba clases a los deficientes en testosterona. Todos ricos. Pero piensa en la reacción de tus padres si trajeras a casa a una mujer cuya familia ha jugado con la prostitución. Una mujer que instruía a los hombres solteros en el arte de la seducción.
Convencido de que no había hecho nada parecido, Logan se negó a tocar ese comentario ridículo.
– Yo no traigo mujeres a casa -explicó.
¿Para qué iba a hacerlo? Sus padres lo tomarían como una señal de que el hijo pródigo estaba listo para sentar la cabeza. Anhelaba una compañía constante y alguien a quien encontrar al llegar después de un agotador día de trabajo, pero aún no había conocido a la mujer que le interesara lo suficiente como para olvidar a las demás, menos a una con quien deseara pasar el resto de su vida.
– Lo harías si conocieras a la apropiada -afirmó la abuela con un destello en los ojos que lo alarmó.
La anciana tenía una agenda. Logan lamentó no saber más. El hecho de que Emma aceptara en voz alta que tenía un plan no significaba que lo revelara todo.
– Mi vida social está bastante completa, abuela -por el momento, decidió complacerla-. Demasiado para ceñirme a una sola mujer.
Así como salía y apreciaba a las mujeres como el que más, no veía ninguna relación a largo plazo en su futuro. A las mujeres a las que había conocido en la oficina del fiscal del distrito y las abogadas defensoras a las que se había enfrentado en el tribunal les importaba más lo que el apellido Montgomery podía hacer por ellas que él. Lo mismo se aplicaba a las mujeres del ilustre círculo social de sus padres. Sólo buscaban casarse y mantener un buen flujo de ingresos. Todas quedaban decepcionadas al enterarse de que vivía de su sueldo y que estaba aislado del legado de su familia.
Un matrimonio de conveniencia, como el que tenían sus padres, no le interesaba. Nadie se beneficiaba de una unión sin amor, en especial los niños nacidos de cara a la galería, criados por sirvientes y soslayados por sus padres.
– Abre los ojos, hijo. Nunca reconoces lo que tienes delante. Bien, como iba diciendo sobre tu padre y sus ideas para la alcaldía, si dejarle bien clara tu postura en privado no funciona, siempre podemos recurrir a los titulares. El hijo del juez Montgomery sale con una ex prostituta. No es que me guste ese tipo de enfoque, desde luego… Catherine merece algo mejor -señaló a la mujer que había en un rincón-. Ya sabes cómo exageran los periódicos con el sexo -añadió Emma-. Serás el candidato perdedor antes de que te des cuenta.
Logan emitió un gemido. Complacerla empezaba a tornarse más difícil.
– Lamento decírtelo, abuela, pero los escándalos sexuales ya no afectan a la intención de voto.
– Puede que no -se encogió de hombros-, pero veo que estás interesado. Déjate atrapar por Cat. Apuesto todo mi dinero a que el bochorno será suficiente. Tu padre cancelará la campaña.
– Posees una imaginación encendida -movió la cabeza-. No hay motivo para llegar tan lejos. Una conferencia de prensa sin el candidato hará que desaparezcan las expectativas.
– ¿Y cómo afectará eso a tu trabajo en la defensa pública? Da la casualidad de que sé que es un primer paso para abrir tu bufete.
– Ambos son asuntos míos, y a pesar de lo mucho que agradezco tu preocupación, puedo llevar mi vida sin ayuda.
Como si ésa hubiera sido la señal que esperaba, una mano grande palmeó el hombro de Logan.
– Me alegro de verte, hijo. Sabía que no desperdiciarías la oportunidad de mezclarte con tus partidarios.
La abuela enarcó una ceja y asintió, como diciendo: «Te lo avisé».
– Claro que no -miró a su padre-. Estas personas son muy importantes -«para Emma», añadió en silencio, única razón por la que había decidido asistir.
Su padre mostró una expresión radiante, confundiendo el significado del comentario. Logan no se molestó en aclarárselo. El juez jamás escucharía.
– Me complace que estemos de acuerdo. Ahora debes aprender el arte de ganarte al público -indicó Edgar.
– ¿Qué público? -adrede se hizo el tonto-. Pensé que se trataba de una fiesta al aire libre, no de una gala política para recaudar fondos.
– Sí, pero sabes tan bien como yo que detrás de cada acontecimiento hay un objetivo -manifestó el hombre mayor-. El hecho de que asistieras resulta revelador -se ajustó las solapas de la chaqueta.
Logan aguardó un segundo antes de rodearlo y pasar un brazo por los hombros de su abuela.
– Lo único que debería revelarte mi asistencia es que jamás me perdería una de las extravagancias de la abuela Emma. Aparte de eso, no tengo ningún objetivo ni plan secreto.
– Le prometí que se divertiría, algo que tú jamás aprendiste a hacer -un brillo irreverente centelleó en los ojos de la anciana.
El juez le lanzó a su madre una mirada de advertencia y luego se concentró otra vez en su hijo.
– Debemos hablar.
Logan estudió a su padre. Con su traje oscuro cruzado y su aire de autoridad, el juez Montgomery parecía estar al control de todo su dominio. Era una pena para él que Logan ya no viviera dentro de ese reino, ni que pudiera ser manipulado.
– No hay nada que discutir.
– Quiero lo mejor para ti, hijo -el juez meneó la cabeza-, y eso significa situarte en un cargo público.
– Eso sería lo mejor para ti. Quieres que continúe la tradición política. Pero yo deseo vivir mi propia vida.
– Eres joven -le dio otra palmada en el hombro-. Abrirás los ojos.
– Probablemente tienes razón -Logan enarcó una ceja-. Después de todo, compré mi casa incluso después de que tú dieras un anticipo para un ático en Boston. Acepté el trabajo en la oficina del defensor público aun después de que tiraras de algunos hilos en Fitch y Fitzwater, el principal bufete de la ciudad -se encogió de hombros-. Supongo que si contienes el aliento el tiempo suficiente, puede que abra los ojos después de todo.
– Esta es tu influencia -le dijo Edgar a su madre con los ojos entrecerrados.
– Si es así, estoy orgullosa de él. Y tú también deberías estarlo -afirmó Emma-. Es una vergüenza, Edgar. Yo te eduqué mejor.
– Logan, ocúpate de que tu abuela descanse un poco. Se la ve algo malhumorada. Hablaremos más tarde -soltó sus órdenes y, sin esperar una respuesta, dio media vuelta y regresó junto a los invitados.