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– Sólo necesitaba saber si había elegido bien -explicó ella-. Si habíais congeniado. El cielo sabe que tú no me contarías la verdad.

– Únicamente porque reaccionas… de esta manera -cerró las manos-. Puede que tengas buenas intenciones, pero esta vez has sobrepasado los límites de la decencia básica.

– En realidad, lo sé y lo siento -inclinó la cabeza-. Pero ese ataque al corazón me dio un susto de muerte. Lo que quiero decir es que tenía que verte con la cabeza sentada y feliz antes de ir al más allá.

Logan lo entendía. El infarto le había quitado años de vida. Y el motivo por el que dejaba que se saliera con la suya era porque la quería y estaba agradecido de que aún pudiera interferir en su vida.

Pero no podía permitir esos extremos, no cuando se hallaba involucrada Catherine.

– Ya te he dicho que no usaría a Cat en ningún plan para detener al juez. Deberías estar avergonzada. Afirmas que esta mujer te cae bien y le pones zancadillas, planeas utilizarla…

– No he hecho nada semejante -Emma se incorporó indignada.

– Siéntate, abuela.

Volvió a sentarse.

– Bueno, le preparé una trampa contigo, si te refieres a eso. Pero deberías estar agradecido. En cuanto a utilizarla, ¿es culpa mía que su pasado enfurezca a tu padre y frustre sus planes para tu alcaldía? Pero eso no tiene nada que ver con el motivo por el que te invité a la fiesta. Quería que la conocieras. Punto.

– ¿Y si no hubiéramos congeniado?

– Me habría retirado -manifestó con la máxima sinceridad.

Logan se pasó la mano por el pelo.

– Entonces hazlo. Ahora -trasladó toda la autoridad que pudo a su voz sin mostrarse irrespetuoso con la mujer a la que quería.

Ella le palmeó la mano, tal como había hecho siendo niño. A lo largo de los años, ese gesto había resultado extrañamente consolador. Pero en ese instante lo volvió suspicaz.

– Sólo queda una pequeña cosita.

– Es romántico, Cat -comentó Kayla con felicidad.

Catherine sabía que su hermana estaba entusiasmada con los regalos diarios que le enviaba Logan. Igual que ella. Contempló los tres obsequios alineados en la cama y por una vez no supo qué decir.

– Me he quedado muda -meneó la cabeza.

– Querías sinceridad. Parece que te la ha dado.

Catherine asintió. Cada día había llegado una caja distinta. La del martes contenía polvo mágico. La tarjeta ponía: Para que tus sueños se conviertan en realidad.

El miércoles una bola con un paisaje nevado. Para un observador exterior, el regalo tenía poco sentido. Pero la escena interior retrataba una canoa en el Bao Charles… y si la agitabas mostraba la canoa bajo la nieve. Nieve en verano. Y recordaba las palabras de la tarjeta: Los milagros suceden.

Él era su milagro y se hallaba dominada por la palpitante necesidad de sentir sus brazos alrededor de ella. Era bueno. Los regalos adecuados y las palabras adecuadas. Una seducción sutil y mental. ¿Un hombre se tomaba tantas molestias por una noche más de sexo?

«Hacer el amor», corrigió su corazón. Y eso era lo que los esperaba si salía con él esa noche. El tercer regalo que llegó aquella mañana era buena prueba de ello. Un CD. La música de jazz que oyeron la noche que pasaron en brazos del otro y otra nota: Hasta que podamos volver a estar juntos.

Con el CD en la mano experimentó el deseo de que su música le llenara los oídos mientras él llenaba su cuerpo. Tuvo que cruzar los brazos sobre el estómago para frenar la sacudida que agitó su cuerpo.

– ¿Cat? ¿Cat? ¿Te encuentras bien?

– ¿Qué? -se concentró en su hermana-. Oh, sí, estoy bien.

– ¿Adonde te habías ido?

– Lo siento. No sé qué pensar. Estos regalos son…

– ¿Dulces? ¿Considerados? Deja de intentar describirlos y haz caso a lo que sientes.

– Recuerdo que te dije lo mismo antes de tu primera cita con Kane -rió.

– Y mira adonde me ha traído -Kayla sonrió y extendió las manos sobre su gran vientre.

– Si intentas asustarme, lo estás consiguiendo -pero no podía negar que la idea de ser la mujer de Logan, de tener sus hijos, albergaba un atractivo extraño si consideraba el poco tiempo que hacía que se conocían.

No debería precipitar las cosas. Él quería otra noche. En ningún momento había mencionado un futuro a largo plazo.

– Oh, vamos -dijo su hermana-. Dime que no quieres esto -abrió los brazos-. El marido, el amor, la seguridad… la casa, los niños…

– ¿El perro y la valla blanca? Sé realista, Kayla. Estamos hablando de mí, no de ti. Yo no inspiro pensamientos de permanencia en un hombre -desde luego, nunca había considerado un futuro con los hombres que había conocido hasta ese momento.

– ¿Y crees que yo lo hacía? Antes de Kane, ¿qué conseguí de un chico salvo diversión y verlo de vez en cuando? ¿Por qué no crees que exista una persona destinada a ti? ¿Alguien a quien merezcas? -preguntó su hermana con frustración.

– Porque no soy una romántica incurable como tú. Y aunque lo fuera, hablamos de Logan Montgomery. Su cuarto de los abrigos era más grande que el salón en el que crecimos.

– ¿Y? Dijiste que su casa era la cabaña de tus sueños. Y antes de que empieces, tengo una respuesta para cada argumento que puedas plantear.

– Salvo éste. ¿Me ves como la esposa del alcalde? -Catherine se levantó y se señaló la ropa que había recogido de su apartamento el otro día. Con una camiseta negra, vaqueros blancos y sandalias imitación de leopardo, no era exactamente el tipo de mujer recatada.

– Sí, puedo verte como la mujer del alcalde. También puedo verte adaptándote. Pero, si no recuerdo mal, Logan negó los rumores. Cat, va detrás de ti. Es obvio que esas otras cosas no le preocupan. El pasado está a nuestra espalda. Vales para él… a menos que busques una excusa para alejarte -adivinó Kayla con absoluta precisión.

– Por favor, ¿quieres tener ese bebé de una vez para que dispongas de otra cosa en qué preocuparte aparte de mí? -musitó ella.

– Podría tener diez hijos y seguiría preocupándome por ti.

– Lo sé -los ojos se le llenaron de lágrimas. Sin Kayla estaría sola.

Se dijo que no era lo bastante tonta como para creer que Logan buscara un compromiso a largo plazo. Contempló sus regalos considerados y sentimentales y de poco importó la oposición de su corazón.

Capítulo 9

Catherine no tuvo que preguntarse qué deseaba de Logan. Él se había ocupado de eso.

Lo deseaba a él.

Cada regalo, con su nota, la había llevado a esa conclusión. Cuando todos sus pensamientos eran consumidos por él, ¿qué otra cosa podía desear? Después de haber estado toda la tarde escuchando el CD, su cuerpo anhelaba su contacto. Empezaba a creer que Logan tenía razón y que disponían de una oportunidad.

No había llamado. Y ya no le cabía duda de que era algo calculado para potenciar su sentido de la expectación. Funcionó. Cuando sonó el timbre, ya no le importaba el entorno, la clase, el dinero… nada salvo estar de nuevo con él. Porque no sólo la había seducido, sino que también había derribado el muro que había erigido para mantenerlo a distancia. Había llegado hasta su corazón.

Kane llegó antes que ella a la puerta. Cuando llegó a la entrada, los dos hombres se hallaban enfrascados en una conversación. Probablemente habían descubierto que tenían la ley en común, aunque Logan se afanara por poner en libertad a los hombres que Kane encerraba. «Menos mal que trabajan en distintas jurisdicciones», pensó con ironía.