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Cuando la vio clavó en ella su mirada profunda, como si conociera su deseo más secreto. Luego le guiñó un ojo. Catherine respiró hondo. En sus ojos vio reflejados sus mismos sentimientos.

Aunque siguió hablando con Kane, alargó una mano hacia ella. En cuanto se acercó le aferró la mano y entrelazó el brazo con el suyo, pegándola a él. Su piel era cálida, su contacto posesivo y abierto.

Nunca había tenido un padre que recibiera a sus citas y en ese momento se sintió doblemente ridícula ante la idea de mantener una conversación ligera con Kane y Logan. Carraspeó.

– Veo que ya os habéis presentado.

Kane asintió. Logan abrió la boca para hablar.

– Pero nosotros no -la voz de Kayla sonó desde lo alto de la escalera, cortándolo.

– Se supone que debes estar en la cama -gruñó su marido con afecto.

– ¿Y uno de vosotros iba a hacer subir al señor Montgomery para presentármelo? -preguntó, sabiendo que ninguno lo habría hecho.

– Llámame Logan. Es un placer conocerte, Kayla -sonrió.

– Y ahora ya puedes volver a la cama -ordenó Kane. Se volvió hacia Logan-. Instrucciones del médico -explicó.

– No, instrucciones tuyas. Sabes muy bien que dijo que podía llevar a cabo una actividad restringida.

Kane alargó la mano y Logan la estrechó.

– Encantado de conocerte, Montgomery. Me voy a llevar a mi mujer de vuelta a la cama.

– Me gustaría ver cómo lo intentas -repuso Kayla.

La risa de Catherine sonó en los oídos de Logan, tan sexy y excitante como la recordaba. Era evidente que estaba acostumbrada a ese trato. Él desde luego no. Ni una sola vez había visto a sus padres tan felices juntos.

– Montgomery -llamó Kane antes de llegar al último escalón. Logan alzó la vista-. Hazle daño a mi cuñada y responderás ante mí -segundos más tarde, levantó en brazos a su mujer embarazada y desaparecieron por el pasillo.

Logan entendía la advertencia de Kane. La aceptaba sin malicia. Pero dudaba de que a Catherine le gustara la interferencia de su cuñado. Sin embargo, al encontrarse sus miradas, en vez de ira vio extrañeza e incredulidad.

– Pensaba que me soportaba por Kayla -murmuró en respuesta a la pregunta no formulada.

La reacción de Cat fue como un golpe en sus entrañas. ¿Siempre se había sentido tan sola? Conocía la respuesta porque a menudo él había experimentado lo mismo. Una cosa más que tenían en común. Una cosa más que deseaba cambiar en su vida.

Sin pensarlo, la abrazó.

– Ya vuelves a menospreciarte. No lo permitiré, Cat.

– ¿Y qué es lo que quieres, Logan? -los ojos le brillaron.

– A ti -le ciñó la cintura. Debido a que el top terminaba justo encima de los vaqueros negros ajustados, las manos sintieron su piel. Soltó un gemido bajo.

– Repítelo -pidió ella antes de volver a mirarlo.

– Te quiero a ti, Cat. Toda tú.

Ella emitió un suspiro suave y el sonido fue directamente al sexo de Logan, deteniéndose antes para rodearle el corazón. Cat lo sorprendió acercándose más. Las partes inferiores de sus cuerpos chocaron y una lanza de calor blanco lo atravesó. Era imposible que ella confundiera la reacción de su cuerpo.

La miró y en sus ojos vio la certeza del deseo.

Nunca se había sentido más aliviado. Cuando Emma lo informó de que le había enviado un regalo a Catherine, polvos mágicos, para colmo, estuvo a punto de darle un ataque. Con ese plan su abuela se había superado a sí misma. Pero, tal como le había comentado, podía dedicar el tiempo a quejarse o a recoger la pelota que ella había dejado caer y seguir adelante.

Todavía seguía sin hablar con su abuela, pero había elegido seguir adelante. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Catherine no quería regalos caros ni flores. No la impresionaban el dinero ni las cosas materiales. No había olvidado que la sinceridad había llegado hasta ella durante el episodio del cuarto de los abrigos.

Al parecer los otros dos regalos que había elegido habían dado en el blanco; subió las manos por su espalda.

– Creo que deberíamos trasladar nuestra actividad a otra parte -sugirió y ella asintió. Animado, preguntó-: ¿Estás lista para permitirte creer en posibilidades? -no quería otra noche con lamentaciones por la mañana.

La semana sin ella había sido un infierno. Pero debía estar abierta al futuro también; él no podía hacerlo solo. La abrazó y esperó.

– Creo en ti -reconoció ella con el corazón en los ojos.

– Estaba pensando que podíamos ir a casa -ella echó la cabeza hacia atrás y encontró su mirada. Logan le besó los párpados y luego la punta de la nariz-. Mi hogar -añadió-. Hay algo que quiero que sepas. Eres la única mujer a la que he llevado allí, Cat.

Antes de que pudiera responder, le dio un beso ligero en los labios. Su intención era reafirmarla, pero el fuego se avivó deprisa y sin advertencia. Romper el contacto no resultó fácil, pero lo logró.

Ella soltó una risa trémula.

– Tienes un modo especial de manejar las palabras, señor Montgomery.

– Sí, ¿verdad? -sonrió-. Y ahora vayamos a casa.

La cabaña se alzaba en la distancia, tan cálida como ella la recordaba. Logan frenó ante la entrada y apagó el motor. Con el sol poniéndose a su espalda, Catherine lo siguió al interior. El deseo palpitaba dentro de ella a la velocidad de su corazón.

Perdida era la palabra que se le ocurría para describir la semana pasada sin Logan. Lo conocía sólo de un día, pero daba la impresión de ser una vida entera, quizá porque él había empleado esa semana de forma inteligente para desarrollar la confianza.

En cuanto la puerta de la cabaña se cerró, Cat no supo quién fue el primero en volverse, en alargar el brazo. No importaba, porque se pegaron el uno al otro y sus bocas se encontraron. Con alegría, recibió la firmeza de sus labios y los lances de su lengua.

Le pasó los dedos por el pelo y le sostuvo la cabeza, rogándole en silencio que no se detuviera. Que no la dejara. Logan gimió y pegó sus cuerpos para que pudiera sentirlo, duro y pleno, palpitando contra ella. Un calor líquido se desbordó en el interior de Catherine.

Gimió y él movió la mano para tocarla íntimamente.

– Logan -de algún modo, Cat encontró la fuerza para separar los labios.

Con un sonido agónico, la miró. Pero no apartó la mano y el dedo pulgar la frotó en círculos perezosos por encima de la tela de los vaqueros, hasta que la tuvo respirando de forma entrecortada y la humedad se incrementó.

– ¿Qué, Cat? Dime qué quieres.

Quería que el ansia se mitigara, que la palpitación parara. Y que nunca terminara.

Lo quería a él.

– Háblame -dijo él.

Pero uno de los dedos de Logan trazaba sus labios húmedos y la sensación era sensual e hipnótica. Despejar la mente no era fácil. Ni siquiera sabía muy bien por qué debía hacerlo, pero tenía que ver con explicaciones y lo que él pensaba de ella.

– Yo no… quiero decir, por lo general no soy tan… -calló cuando el dedo mojado de Logan pasó de sus labios a su mandíbula, al cuello y al final se asentó en la suave V de su top.

En ningún momento dejó de contemplarla mientras el dedo apartaba el borde elástico y exponía el pecho al ardor de su mirada. Los músculos del estómago de Cat se contrajeron por la necesidad y los pezones se endurecieron al sentir el aire fresco.

– Tampoco para mí ha sido así jamás -musitó él.

«Y ése es el problema», reflexionó ella. Nunca le había parecido tan bueno, tan perfecto… tan predestinado. ¿Cómo era posible? La vida no funcionaba de esa manera. No entregaba algo tan maravilloso sin quitarte otra cosa.

– No pienses, Cat. Ahora no.

Le alzó la barbilla para darle un beso suave. Ella podría haber manejado mejor uno apasionado y exigente. La dulzura y la comprensión podían ser su perdición.

Después de años de protestas e incredulidad, sintió que era arrastrada, que sucumbía a la fantasía. Esa que prometía felicidad eterna. Tembló de miedo.