Él le sujetó los hombros para sostenerla.
– Hablaremos todo lo que quieras. Luego -«después de que vuelva a crear un vínculo», pensó. Después de que se recordara lo buena que podía ser su relación… si ella se permitía creer.
Catherine aceptó con un suspiro, se apoyó contra él y sus caderas se adaptaron a su dolorosa erección.
Sólo entonces Logan bajó la vista a ese pecho pleno que llenaba su mano.
– No llevas sujetador -musitó y vio que se ruborizaba. Frotó el pulgar sobre una cumbre compacta y las sensaciones lo invadieron hasta la misma entrepierna. Agachó la cabeza para probarla.
Su fragancia única lo llenó cuando introdujo el pezón en su boca. Lo lamió y lo mordisqueó hasta que las caderas de ella se movieron con tanta insistencia contra su erección que corrió él peligro de perder el control. Más allá del pensamiento o el raciocinio, no olvidó la protección. Entonces, entre los dos, se quitaron los pantalones, seguidos de la ropa interior.
Volvió a tomarla en brazos y la alzó en vilo.
– Pasa las piernas a mi alrededor, cariño -ella lo hizo y la bajó hasta su cuerpo que esperaba.
Sabía que estaba mojada y encendida, pero la penetración resultó fácil y dulce. Un sonido apagado atravesó el éxtasis que sentía. Abrió los ojos a tiempo de ver una lágrima solitaria que bajaba por la mejilla de Catherine. Frenó de inmediato e intentó salir.
– Te hago daño.
– No como tú crees -sacudió la cabeza-. Es un dolor bueno.
El pecho de él se relajó. Las piernas lo aferraron con más fuerza y los músculos húmedos de Cat se contrajeron a su alrededor. Logan soltó otro gemido. La miró y agradeció que en ese momento sonriera. Adelantó la cabeza y le lamió la lágrima salada. El movimiento tuvo el efecto de unir más la parte inferior de sus cuerpos. La ola alcanzó su máxima altura y rompió en la playa. El suspiro suave de Cat le indicó que también ella la había sentido.
– ¿Logan?
– ¿Mmm? -preguntó con los dientes apretados.
– Como vayas más despacio tendré que estrangularte.
– Debes reconocer que sería una manera estupenda de morir -ella tiró de su pelo y él sonrió-. Tranquila, cariño -pero a pesar de las palabras, su cuerpo anhelaba la liberación. Y Cat acababa de darle luz verde.
Lo que siguió a continuación desafió cualquier cosa experimentada por Logan hasta el momento. Había tenido la intención de moverse, pero ella se le adelantó, y lo que había esperado que fuera una cadencia satisfactoria de entrada y salida se convirtió en un movimiento lateral y bamboleante que unió sus cuerpos, corazones y almas. El ritmo se incrementó mientras ella se agitaba contra su cuerpo hasta que alcanzó la cúspide con un oleaje tan poderoso y hondo que todo en su interior se vio arrastrado por su fuerza.
¿Cuándo se había quedado dormida? Catherine parpadeó ante el sol que entraba a través de las persianas abiertas. Se estiró y notó la protesta de unos músculos de los que la noche anterior había abusado. Resultaba decadente despertar en la cama de Logan después de las horas interminables que habían pasado allí. Y aún era más grato hacerlo entre sus brazos. La tenía inmovilizada con una pierna encima. Rió. No pensaba ir a ninguna parte hasta el mediodía, cuando regresara a casa para preparar la decoración de la fiesta que Pot Luck organizaría al día siguiente.
– ¿Algo gracioso? -preguntó él.
– Estás despierto.
– En más de un sentido -le tomó la mano y la condujo más abajo.
– Eres malo -musitó ella.
– Y a ti te encanta -con movimiento fluido se situó encima de ella, sosteniendo el peso de su cuerpo con las manos.
Ella se retorció con la intención de alejarse, pero sus esfuerzos sólo sirvieron para unirla más a la sólida erección que sentía pegada a su cuerpo.
– Deja de retorcerte, Cat -pidió con voz seria-. Antes de que suceda algo que evidentemente no quieres, ¿por qué no me cuentas qué te tiene tan asustada?
Se quedó quieta y luego sacudió la cabeza. Tal vez hubiera desnudado su cuerpo ante ese hombre, pero no pensaba desnudar su alma. No podía brindarle esa clase de poder sobre ella.
– De acuerdo. ¿Qué te parece si te cuento qué me tiene tan asustado? Luego vas tú.
– Me parece justo -y le brindaría tiempo para recuperar el equilibrio e inventarse algo. Cualquier cosa menos la verdad…
Qué broma. Catherine Luck, hija de una dependienta de supermercado y de un hombre al que no recordaba, enamorada de Logan Montgomery, hijo del juez más poderoso del estado. Si no tenía cuidado, la risa histérica que sentía bullir en su interior se convertiría en un torrente de lágrimas.
– Mírame.
Se obligó a observar ese rostro atractivo. El único modo de conquistar sus miedos era dominarlos. Ya lo había hecho antes, podía repetirlo en ese momento. Le costó más fingir la sonrisa.
– De acuerdo, tú primero.
– Huyes de mí. No importa lo hondo que logro llegar, lo sincero que soy ni lo mucho que te revelo, tú sales en la otra dirección.
No podía negarlo. El no sólo se abría verbalmente, sino que no se contenía cuando hacían el amor. Catherine poseía una experiencia limitada. Pero aunque su pasado sexual hubiera transcurrido sin incidentes, era lo bastante inteligente como para no creer que un acto demoledor entre las sábanas tuviera algún significado fuera del dormitorio. Su madre se lo había demostrado. Se había enamorado de un hombre que la quería en la cama, en ninguna otra parte.
Meneó la cabeza. Ése no iba a ser su destino.
– No huyo de ti, Logan. Yo… -pensó en todo lo que podía decir y optó por la verdad-. Huyo del resultado.
Él rodó hasta quedar de costado.
– Volvemos a eso, ¿eh? ¿A las diferencias? ¿A la idea de que no duraremos?
– Sí -tampoco pudo negarlo.
– De acuerdo, jugaremos a tu manera. Iremos de día en día. Si funciona, funciona. Si no, no. ¿Te hace sentir mejor?
– No -reconoció.
– Bien -le sonrió-. Eso me indica que te importa.
– Me importa -corroboró con un susurro.
– Tiene algo de loable esa sinceridad tuya -suavizó la mirada.
– Y cualquier hombre que puede enviar los regalos que me mandaste merece como mínimo lo mismo. A ti te importan mis sueños, Logan -quizá no durara para siempre, pero la conmovía. Él apartó la mirada y Cat no fue capaz de leer su expresión-. ¿Qué sucede?
– Me importan tus sueños. No pienses jamás que no. Pero…
– ¿Pero?
– Diablos -se pasó la mano por el pelo ya revuelto-, ¿crees que un hombre te enviaría polvos mágicos? -inquirió.
– ¿No fuiste tú? -él sacudió la cabeza y Catherine sintió que el corazón se le encogía-. ¿Y el globo con la nieve en verano?
– Ése sí. Y la música. Y las notas que los acompañaban.
– ¿Pero el polvo mágico? -sintió que el corazón retornaba casi a la normalidad.
– Emma -se tapó los ojos con un brazo-. Y si sientes alguna simpatía por mí, no preguntes cómo sabía que el regalo era apropiado.
Catherine asintió. No estaba segura de querer saberlo.
– ¿De modo que nos quiere unir? -preguntó.
– Eso parece.
Era una pieza del rompecabezas que desde el principio no había tenido sentido para ella. ¿Por qué Emma Montgomery, sin importar lo excéntrica que fuera, buscaría a una mujer como ella para su nieto?
Le había ido bien, no lo negaba; de hecho, estaba orgullosa de lo que había conseguido. Pero sabía muy bien de dónde procedía. Y también que su familia no era de la que ganaba puntos con los ilustres Montgomery. Además, tampoco el pasado reciente había sido amable con los Luck.
Aparte de que su tía se había casado con un hombre vinculado a la mafia, también había tenido que ver con cuestiones de prostitución. Para empeorar las cosas, habían muerto y dejado su escuela de protocolo, una fachada para el negocio de la prostitución de su tío, a Kayla y a ella. Y la sórdida historia había aparecido en los titulares de la prensa. Era imposible que alguien que viviera en el estado de Massachusetts se hubiera perdido sus detalles jugosos.