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– Meditaré en todo lo que has dicho. Pero a menos que deje de interferir en mi vida, no podrá haber ningún entendimiento. ¿Y ahora podemos dejar de hablar de una candidatura a la alcaldía que no existe?

– Pensaba que hablábamos de tu necesidad de una familia.

– Supongo que sí -la miró y esbozó una sonrisa. Apoyó los codos en el mostrador-. Pero hablemos de nosotros.

– Jamás te rindes, ¿eh? -la sonrisa reacia que exhibió ella le gustó.

– No -no pensaba hacerlo hasta que esos ojos verdes lo miraran con amor y confianza.

Había puesto a su padre en su sitio. Recuperar la confianza de Catherine no podía ser tan duro… siempre y cuando ninguna fuerza del exterior volviera a interferir.

Catherine miró a Logan y sacudió la cabeza. No era justo el carisma y el encanto que poseía. Movió el utensilio para batir entre las manos.

– Cuéntame por qué tienes tanto miedo de dejarte llevar, Cat.

– Porque no puedo -se puso a batir la masa sin mirarlo-. ¿Te he contado que mi padre abandonó a mi madre? -preguntó, sin saber si debía revelar una información tan personal. Nunca había hablado de su infancia con nadie que no fuera Kayla. Pero con Logan parecía apropiado.

– Lo diste a entender.

– Bueno, pues la dejó con dos niñas.

– ¿Y piensas que cualquier hombre con el que te relaciones hará lo mismo?

– No es eso. Pero la vida te pone obstáculos. No importa que seas pobre y te cueste pagar las facturas. O que tengas la pareja más feliz -se encogió de hombros-. Y si para empezar ya sois distintos, o tenéis problemas en el horizonte, la partida está en tu contra -soltó un suspiro-. Y eso es lo que nos pasa a nosotros.

En la superficie, Logan supuso que su explicación tenía sentido. Al menos para ella.

Pero él no estaba de acuerdo. Tenían más en común de lo que Catherine quería reconocer, y pocos problemas en el horizonte que pudiera ver. De hecho, ya se había ocupado del más grande. Si su padre debía elegir entre sus creencias y él, se decantaría por sus pomposos ideales. Dolía, pero ya había aceptado esa realidad en el pasado.

De modo que en ese momento su familia ya no se interponía entre ellos. Nada lo hacía salvo la propia Catherine. Había distorsionado su razonamiento para creer que la lógica estaba de su parte. Pero el núcleo de su miedo radicaba en que la abandonaran. Y debido a sus diferencias, probablemente pensaba que el riesgo de que él la dejara era demasiado alto para asumir.

– La partida está en contra solo si tú eliges creerlo -aseveró.

– ¿Volvemos a los sueños?

– Volvemos a la realidad. Al hecho de que, sí, la vida puede irrumpir negativamente en la mayoría de las parejas. Pero si se esfuerzan, si resisten juntos, lo superan -se puso de pie. Había dicho lo que había ido a decir. La dejaría sola con sus pensamientos y confiaría en que tuviera fe en él.

– ¿Te vas? -la voz de ella rompió el silencio.

– Es lo mejor. Mañana tienes una fiesta.

Cat asintió, luego salió de la cocina. Recogió las llaves de él de una mesa lateral y lo acompañó hasta la puerta.

– Logan, has sido…

– No lo digas.

– ¿Por qué no? -ladeó la cabeza-. No sabes qué pensaba decir.

– Es cierto. Y me gustaría que siguiera igual -antes de que ella pudiera despedirse, comentar que algún día se verían o alguna otra cosa por el estilo. Metió las manos en los bolsillos de los vaqueros-. Pero antes de irme quiero darte algo.

– No puedo aceptar nada de ti -movió la cabeza.

– Claro que sí -sonrió. Sacó una mano y la abrió con la palma hacia arriba para revelar el anillo de plástico. Ni adrede hubiera podido planearlo mejor. Las joyas y el dinero enfriarían a Catherine. Tuvo el palpito de que ese pequeño gesto significaría mucho más para ella.

– ¿Qué es eso? -preguntó con una sonrisa que hizo que a él le costara contenerse para comérsela a besos.

– Mi anillo.

Si el corazón de Catherine no hubiera pertenecido ya a Logan Montgomery, lo habría sido en ese momento. Contempló el anillo de plástico que sostenía en la mano. Un símbolo tan insignificante… sacado nada menos que de una caja de galletitas. ¿Cómo podía significar tanto?

Alzó la baratija. No era oro, ni diamantes ni nada caro para conquistarla. Era un regalo del corazón.

¿Cómo no aceptarlo? Se puso el anillo en el dedo anular de la mano derecha. La mirada de él siguió el movimiento.

– Te llamaré -musitó Logan con voz ronca-. Esta noche.

– ¿Y si te pidiera que no te fueras? -sintió un nudo en el estómago; alargó la mano para enlazarla con la suya. Su contacto era ardiente, su mirada más.

– Entonces te preguntaría si estabas segura.

¿Segura de si quería estar con él? No cabía duda. ¿Segura de que hacía lo correcto? Bueno, quizá era hora de hacer un acto de fe.

– Estoy segura.

Él le enmarcó las mejillas y bajó la cabeza para ir al encuentro de sus labios. La calidez y ternura de su tacto provocaron una oleada de calor por el cuerpo de ella. El deseo y la necesidad de tenerlo dentro se incrementaron a medida que las dudas se disipaban.

Cuando alargó la mano hacia el botón de sus vaqueros, Logan liberó una mano y la detuvo.

– No vine para esto.

Si la respiración de él no hubiera sido entrecortada y su mirada torturada, si ella no hubiera sentido la dura y pesada presión de su erección allí donde los cuerpos se unían, quizá se habría sentido avergonzada o vulnerable. Pero era evidente que Logan no decía que no la deseaba.

– ¿Temes aprovecharte de mí? Sé qué es lo que deseo -explicó ella en voz baja-. Te deseo a ti.

– No más de lo que yo te deseo a ti.

– Entonces no hay problema.

– El deseo jamás ha sido un problema entre nosotros -gimió y pegó la frente a la suya-. El sexo jamás ha sido cuestionado.

Catherine suspiró, sabiendo adonde conducía aquello. Apenas podía ocultarle algo ya, ni aunque quisiera. Aguardó que continuara.

– Ahora podríamos hacer el amor y por la mañana aún tendrías que enfrentarte a tus miedos. Tú misma lo reconociste anoche.

– ¿Es eso lo que hacemos? ¿El amor? -odió el tono descarnado de su voz.

– Nunca hemos hecho otra cosa que el amor, Cat -le acarició la mejilla con el pulgar.

Ella contuvo el aliento mientras la emoción pugnaba con la necesidad sexual. El corazón estaba a punto de estallarle. Igual que el cuerpo, ya que un deseo palpitante y doloroso se había apoderado de él.

– Pero no vamos a hacerlo esta noche -añadió él.

– Eres un caballero, Logan Montgomery -a pesar de las protestas de su cuerpo, sonrió.

– Uno que está incómodo -musitó y Catherine soltó una carcajada-. ¿Qué puedo decir? Mi abuela me educó bien.

– Así es -le dio vueltas al anillo de plástico en el dedo.

– ¿Saliste alguna vez en serio con alguien?

– No desde el instituto -y tampoco muy a menudo, ya que por entonces no había querido que nadie alcanzara esa intimidad con ella, que viera dónde y cómo vivía su familia.

– ¿Qué es lo que más recuerdas? Y no hablo de estar en el asiento de atrás del coche de algún chico.

– ¿Logan Montgomery amenazado por un jugador del equipo de fútbol que probablemente ya empieza a quedarse calvo y tiene barriga por la cerveza que bebe? -enarcó una ceja.

– No me gusta la idea de que alguien te ponga las manos encima… -calló un segundo-… salvo yo.

Le gustó su voz posesiva, pero otra vez se interponía esa maldita sinceridad.

– En realidad no recuerdo gran cosa -reconoció-. Mis citas nunca duraron más de uno o dos días -siendo adolescente, no había estado preparada para tener un chico fijo. Y al cumplir los veinte, había desarrollado la habilidad de salir con alguien y mantenerse distanciada. Había tenido un par de relaciones íntimas, pero ninguna que tocara su corazón. Él le apretó la mano.