– Igual que su juego -indicó con una sonrisa.
– Escucha a esa mujer, muchacho -intervino Emma Montgomery con su voz refinada.
– Vete. Estás estropeando mi intento de convencer a la dama para que me dé una oportunidad.
– A mí me dio la impresión de que estabas fracasando estrepitosamente.
Catherine rió.
– Los que escuchan de manera furtiva no captan toda la historia. Estaba a punto de aceptar ir a tomar una copa conmigo cuando terminara la fiesta.
– ¿Sí?
– Sí -estiró el brazo por encima del respaldo del taburete y le rozó el hombro, haciéndola temblar.
Una copa. Ella recibió su mirada penetrante y se preguntó por qué no.
– Siempre supe que mi nieto tenía buen gusto.
Las palabras de la mujer mayor le proporcionaron la respuesta.
Una cosa era tomar una copa con un hombre atractivo, otra hacerse ilusiones con uno que pertenecía a una familia tan rica como los Montgomery. Jamás la aceptarían. Ni aunque Emma Montgomery lo exigiera… y dudaba mucho que la anciana se mostrara tan cordial sobre su nieto como lo había sido para contratarla. En ese momento comprendió la severa advertencia y el evidente desdén del juez. No la quería cerca de su hijo.
Emma le palmeó la mano.
– Una fiesta magnífica, Catherine. Has superado mis expectativas.
Un rato antes, hubiera estado de acuerdo. Después de los últimos diez minutos, ya no se sentía tan segura. Y si algo odiaba era la autocompasión. Debía alejarse de esa gente antes de perder lo que más valoraba: la fe en sí misma que tanto le había costado ganar.
Se tragó el nudo que sentía en la garganta y miró la hora. Ya faltaba muy poco.
– He de volver al trabajo.
– ¿Quieres decir que no quieres mi compañía después de todo? -los ojos de él se nublaron. Sus rasgos exhibieron la expresión de un niño herido.
Si no se andaba con cuidado, terminaría por creer que había herido sus sentimientos. Aunque probablemente lo único que había herido fuera su orgullo. Proteger su corazón merecía ese sacrificio.
Observó la figura elegante de Emma Montgomery al marcharse. Meneó la cabeza, desilusionada. Se volvió hacia el hijo privilegiado.
– No sé muy bien qué persigue, pero no se lo puedo ofrecer.
– Dame algo de margen. Lo único que busco es compañía. Tu compañía.
Intentó evaluar su sinceridad. La mirada de él, antes clavada en su cara, había descendido a su cadera. Catherine bajó la vista. El bajo de la minifalda se había doblado y revelaba una extensión de piel oculta bajo las medias negras. No era mucho, pero le había mostrado más de lo que quería que él viera.
Compañía y un cuerno. Parecía un blanco fácil. Con pesar llegó a la conclusión de que no iba a permitir que la llama del deseo que había prendido en ella la quemara. Dejó en paz el bajo de la falda.
– Lo siento, pero tengo otros planes.
– De acuerdo -se encogió de hombros y alzó las manos en señal de derrota-. Pero no puedes negarme otra copa.
Porque le pagaban para ello. No le gustó que se lo recordara.
– No puedo discriminar. Es mi trabajo.
– Me hieres.
– Sobrevivirá -no le gustó sonar tan jadeante. Pero él tenía razón. No podía rechazarlo. Peor aún, no lo deseaba. Cuanto antes le diera su copa, antes se marcharía. No iba a quedarse el resto de la tarde para escuchar cómo lo rechazaba. Sin importar lo mucho que anhelara lo contrario-. De acuerdo, seductor, ¿qué puedo ponerle?
Logan dudaba de que ella quisiera escuchar cuál era su verdadero deseo. En particular desde que los involucraba a ambos en una posición horizontal con los cuerpos desnudos sudorosos y enredados entre las sábanas.
– Deprisa. Debo rellenar las bandejas con copas de champán -murmuró ella.
Él volvió a bajar la vista a su cadera. Cuando lo hizo la primera vez, se había prometido no repetirlo. Pero la insinuación de piel y la promesa de lo que había debajo de la media era demasiado para un hombre.
Catherine regresó detrás de la barra en busca de seguridad.
– Estoy esperando -tamborileó los dedos sobre la superficie con impaciencia.
– Paciencia -susurró él-. Quiero cerciorarme de que recibo lo que deseo.
– Lo más probable es que desee quedarse aquí. Lo que no sé es por qué -los ojos verdes de ella centellearon con curiosidad.
«Lo cual», decidió Logan, «es mejor que el desagrado o la falta de interés». Desde luego que quería quedarse con ella. Sentarse allí y empaparse de su belleza rubia e insolente boca. La observó con cautela, luego se recordó que podía ser una mujer, pero que no leía los pensamientos.
Quizá percibiera que buscaba algo más que su compañía… y no se equivocaba. Pero a pesar de lo mucho que la deseaba, era demasiado pronto para plantearlo.
Debía ir despacio.
– Lo que quiero es algo especial -manifestó-. Más que una simple cerveza -se inclinó sobre la barra-. Quiero que crees magia -musitó con una voz tan ronca que apenas la reconoció.
– Es demasiado mayor para creer en la magia, vaquero.
Si la magia había abandonado la vida de ella, quería ser él quien le devolviera la fe. Qué extraño cómo le había llegado, pero después de años de mujeres sosas y relaciones poco interesantes, reconocía una joya cuando la veía.
– Soy lo suficiente mayor como para saber lo que quiero, pero no demasiado mayor para ti.
– ¿Quiere apostar?
– Soy un jugador -alargó la mano y le colocó un mechón rebelde detrás de la oreja. Luego la bajó y dejó que los dedos le rozaran la suave mejilla.
Ella contuvo el aliento y le tosió en la mano.
– No le dé mayor importancia, me atraganté.
– Eres un azote para el ego de un hombre -rió, sin creer en su falta de interés.
– Hable o márchese -insistió Catherine-. ¿Qué es lo que quiere, señor Montgomery?
El tiempo se agotaba. La miró a los ojos antes de inclinarse y susurrárselo al oído.
«Convertir tus sueños en realidad». Un escalofrío le recorrió las venas. Cincuenta invitados más tarde, ella seguía sin poder contener el temblor de excitación que le habían provocado las palabras de Logan. Gracias a su voz ronca, sabía lo que deseaba, pero la sinceridad que había en sus ojos le había hecho creer que se refería a algo más que una simple aventura fugaz. Después de pronunciar esas palabras que la dejaron sin respiración, se había levantado y marchado para atravesar la puerta doble y entrar en la mansión. En ningún momento miró atrás.
Su instinto había tenido razón. La había considerado una distracción interesante. Al demostrarle que no era fácil, no se molestó en continuar. Se encogió de hombros. No importaba. ¿No era ella misma la que se había retirado?
Entonces, ¿por qué perduraba tanto la desilusión?
No dudaba de que Logan Montgomery fuera un hombre que podía cumplir cualquier fantasía que ella hubiera imaginado y algunas que probablemente nunca había soñado. Solo pensar en él le producía un hormigueo de percepción sexual en el cuerpo que resultaba inconfundible. Sabía que podría pasarlo bien, pero era un hombre capaz de entrar en su alma.
Y eso no sucedería sin que alguno saliera herido. Y supo que sería ella. No merecía la pena perder su autoestima por una noche de pasión.
Y era obvio que no estaba interesado en nada más.
Durante la siguiente hora las nubes se oscurecieron y los invitados comenzaron a marcharse poco a poco. El presupuesto de esa fiesta le había permitido abarcarlo todo, incluida la limpieza, cuyo equipo esperaba para ponerse manos a la obra. La mujer que habían contratado como supervisora controlaría el siguiente turno. Al anochecer no quedaría ni rastro del acontecimiento. Ella no tenía motivos para quedarse.
Pasó junto a los pocos invitados que aún se demoraban y se dirigió hacia el cuarto de los abrigos en el vestíbulo. Entró en la estancia que era más grande que el cuarto que había compartido con su hermana de pequeña y encendió la luz.