Su impermeable, traído más por previsión que por otra cosa, sobresalía en la habitación vacía.
– ¡Abuela!
Se volvió al oír la voz profunda a tiempo de ver a Logan asomarse en el vestidor.
– ¡Abuela! -llamó una vez más-. ¿Eres tú?
– No a menos que esta fiesta me haya envejecido más de lo que pensaba -dijo desde el fondo del cuarto.
– En absoluto -continuó directamente hacia ella y la observó con ojos intensos-. Belleza y una boca inteligente… es una combinación letal.
– Creía que ya se había marchado -comentó, decidiéndose por soslayar el comentario. Cerró la mano sobre el plástico suave del impermeable, como si ello pudiera mantener a raya a sus hormonas revolucionadas.
– ¿Me vigilas? -inquirió con sonrisa traviesa.
– Estar pendiente de los invitados forma parte de mi trabajo.
– A mí me da la impresión de que ocultarte detrás de él es más exacto.
– ¿Y eso qué se supone que significa? -preguntó, aunque ya conocía la respuesta. Era evidente que Logan había atravesado su fingida falta de interés.
Se situó al lado de ella y su fragancia masculina la tentó y sedujo. Un remolino de deseo se desplegó en su vientre y llegó hasta su mismo núcleo.
– Que cada vez que intento acercarme, te escurres detrás de la descripción de tu trabajo. ¿Te asusto, Cat? -la voz bajó de tono de forma peligrosa. Más de lo que imaginaba-. Porque eso es lo último que busco.
– Entonces, ¿qué busca, señor Montgomery?
– La semántica no me mantendrá alejado -rió-. Me llamo Logan.
– Yo…
– Dilo.
Ella se humedeció los labios secos y él siguió el movimiento con la vista.
– Logan -murmuró más para apaciguarlo que para adquirir intimidad.
– Estupendo. Como iba diciendo… quiero borrar el cinismo de esos hermosos ojos verdes. Quiero convertir en realidad tus sueños.
Las palabras dieron en pleno corazón de Catherine. Por desgracia, todavía no creía que la considerara poco más que una distracción interesante de las mujeres más cultivadas y mejor vestidas de la fiesta. Mujeres que se pelearían por disponer de una oportunidad con uno de los solteros más codiciados del estado.
– Quieres pasar un buen rato -afirmó ella.
– Eso también -tuvo la audacia de sonreír.
Deseó ceder ante ese rostro atractivo y esa sonrisa relajada, lo que significaba que debía largarse a su apartamento vacío, donde la seguridad y la realidad volverían a imponerse.
– Logan -comenzó, sin querer ofrecerle más motivos para que supiera cuánto la afectaba-, creo que…
Un sonido sordo la interrumpió cuando la puerta del cuarto se cerró a sus espaldas. Se sobresaltó.
– No pierdas ese pensamiento -él le tocó los labios con un dedo. El calor viajó entre la boca de ella y la piel de Logan.
Sintió un escalofrío. ¿Deseo? ¿miedo? Probablemente ambas cosas. Aunque le gustaba coquetear, jamás había reaccionado ante un hombre con esa percepción carnal y sensual.
Antes de que pudiera continuar con sus pensamientos, él se dirigió a la puerta y movió el pomo. Desde el exterior le llegó el sonido de metal contra mármol. Soltó un juramento.
– ¿Qué pasa?
– Nada, mientras no sufras de claustrofobia -sostuvo el pomo en la mano-. Parece que mi abuela tiene sus propios planes. No es que me importe.
Catherine notó una sensación incómoda en la boca del estómago.
– ¿Qué estás diciendo? -contempló el pomo y sacudió la cabeza.
El aporreó la puerta.
– Abre, abuela.
– ¿Qué prisa tienes? La compañía es buena y, por el aspecto de las cosas, dispones de mucho tiempo. Debo encontrar a alguien en la casa que entienda de cerrojos. Creo que lo he estropeado -explicó la anciana antes de marcharse.
– No habla en serio -afirmó Catherine mirando la puerta con ojos furiosos. No era claustrofóbica, pero le desagradaba la sensación de hallarse atrapada. En particular con ese hombre.
– Sí -Logan se encogió de hombros-. Lo siento. A veces se deja llevar.
– ¿Ella?
– No estarás sugiriendo que lo preparé yo, ¿no? -irradió incredulidad y humor-. Estoy interesado, no desesperado. Puedo conseguir a mi mujer sin la ayuda de la abuela.
– ¿Tu mujer? -contuvo una carcajada-. Suena a neandertal.
– A mí me ha gustado.
– No me extraña. ¿Qué te parece derribar la puerta, Tarzán?
– Si lo intento, ¿tomarás esa copa conmigo?
– No consientes en utilizar a tu abuela, pero no te molesta recurrir al chantaje.
– ¿Es eso un sí?
Estaba convencida de que él no tenía nada que ver con su situación. Encajaba perfectamente en la personalidad de la excéntrica mujer mayor, pero, ¿por qué? No podía pensar que ella fuera una novia aceptable para su nieto.
Tenía que tomar una decisión. El cuarto de los abrigos, que había parecido tan grande al entrar, encogía por minutos. No podía respirar sin inhalar el aroma de él, una combinación erótica que le quitaba el aliento y amenazaba con quitarle la cordura. Una copa en un sitio público era mucho más seguro que estar con él a solas en ese momento.
Contempló su rostro atractivo y forzó un encogimiento de hombros indiferente.
– Una copa -convino.
Esperaba no tener que lamentar esas dos palabras.
Capítulo 3
– ¿Debería sentirme halagado de que hayas aceptado? -inquirió-. ¿O insultado por que te mueras por salir de aquí?
– Ninguna de las dos cosas. Acepté porque tengo sed. Y ahora intenta derribar la puerta.
Necesitaba tiempo con ella, pero tiempo concedido en libertad, no bajo coacción. Contempló la puerta y la golpeó con el hombro con todas sus fuerzas. Con el hombro malo. Diablos, después de años de jugar al béisbol en la universidad, los dos hombros estaban mal y ése se rebeló. Se movió en la articulación y Logan emitió un gemido de dolor.
– Lo siento -llegó a su lado al instante.
– No es culpa tuya -musitó con los dientes apretados. Contó hasta diez y esperó que el dolor se mitigara. Poco a poco el hombro se le entumeció a medida que el dolor desaparecía.
Unas manos suaves se alzaron hacia el cuello de su camisa. Él dejó que le quitara la chaqueta. No le enorgullecía aprovecharse de su preocupación, pero dudaba de que fuera a disponer de una oportunidad mejor para sorprenderla con la guardia baja.
Catherine se dejó caer en el suelo con la espalda apoyada en la pared.
– Siéntate.
Logan se sentó a su lado.
Ella se volvió y comenzó a trabajar los músculos doloridos con las yemas de los dedos. La presión resultaba tan grata, que gimió aliviado.
– Es estupendo. Gracias.
– De nada. Y ahora cuéntame cómo hemos terminado así. ¿Qué te hizo pensar que Emma se hallaba aquí?
El echó la cabeza para atrás y se concentró en el movimiento rítmico de los dedos que apretaban su piel a través de la camisa.
– Una camarera me indicó que Emma me esperaba junto al cuarto de los abrigos. No había nada raro ni siniestro en eso… A menos que conozcas a mi abuela. Mmm. Un poco más fuerte.
Ella obedeció. Esos dedos obraban magia y Logan se encontró seducido… por su aroma, su contacto, por ella.
– ¿Mejor? -preguntó Catherine.
– Mucho -casi la perfección aparte de estar desnudos juntos.
– Alguien vendrá a buscarnos en cualquier momento.
– Si crees eso, es que no conoces a mi abuela.
– Quizá, pero ahí afuera hay un montón de gente que podrá arreglar algo tan sencillo como un picaporte roto. El equipo de limpieza no tendrá problema en solucionarlo.
– Siempre que ella se lo pida, lo cual dudo -ladeó la cabeza y la miró. El deseo bullía dentro de ella igual que en su propio interior-. Tenemos tiempo.