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– La gente tal vez quiera tomar alguna copa -dijo Catherine, aunque la protesta le sonó débil.

– Algo me dice que Emma se ocupa de eso mientras hablamos. Además, la fiesta ya casi había terminado, y el juez le recordaba a la gente el desayuno formal que iba a dar al día siguiente.

Lo sabía porque había dedicado una gran cantidad de tiempo a asegurarle a su padre que no asistiría, que no quería conocer a futuros partidarios y que bajo ningún concepto estaría en la conferencia de prensa del sábado siguiente. Y por el pertinaz brillo en los ojos del juez, éste no había aceptado sus palabras. Una pena. El hombre mayor no podría aducir que no se lo había advertido.

– ¿Siempre llamas a tu padre el juez? -inquirió ella.

– Es lo que es.

– También es tu padre.

– Que cree controlar a todo el mundo igual que controla su juzgado.

– Siempre he considerado que era mejor cualquier padre que ninguno.

De modo que Catherine no tenía padre. Guardó el conocimiento, ya que percibió que era una faceta importante de su naturaleza, un modo de derribar sus defensas.

– No siempre. No me malinterpretes, siempre ha estado ahí para nosotros… mientras no nos apartáramos de la línea.

Eso iba a cambiar. Tal vez Edgar Montgomery hubiera aceptado el comportamiento errático de su hijo, según sus propias palabras, pero sólo porque creía que al final conseguiría lo que quería. Pero esa vez no sería así, lo cual quizá provocara la definitiva ruptura familiar.

– ¿Quién es «nosotros»?

– Mi hermana Grace y yo.

– Yo también tengo una hermana. Cuéntame cómo fue crecer aquí -realizó un gesto pomposo con un brazo, refiriéndose a la mansión Montgomery.

Por regla general, Logan no se dedicaba a recordar su infancia. Ya había divulgado más en esa conversación que en los últimos treinta y un años. Junto con los recuerdos surgió el miedo unido a ellos de terminar tan solo como su padre. No importaba a cuántas personas invitara el juez a su casa, no importaba que su mujer siguiera todos sus pasos, era una isla. Permitía que la gente se aproximara pero jamás que intimara. Ni siquiera sus hijos.

Por Catherine, una mujer que consideraba tanto su riqueza como a él mismo con suspicacia, sería sincero.

– Solitario -reconoció.

– Es una pena -le aferró la mano y apoyó la cabeza en su hombro.

Asombrado, Logan bajó la vista a sus manos unidas. Con una simple verdad había conseguido comenzar a atravesar sus defensas. El dinero y la posición social no la impresionaban. La sinceridad sí. Creció su respeto por ella.

Catherine se puso de rodillas y lo miró con expresión curiosa.

– ¿Cómo ibas a estar solo con tanta gente alrededor?

– Porque nadie se molestaba en prestarnos atención a los niños… salvo mi abuela -la sonrisa de ella le envolvió el corazón.

– Me cae bien.

– Y a mí. A ver, cuéntame cómo conociste a mi abuela.

– En una gala para recaudar fondos en Boston de cuyo catering nos ocupamos. Ella quería más canapés y se metió en la cocina para buscarlos.

– Esa es Emma -rió.

– La encontré allí y comenzamos a hablar -sonrió-. Lo siguiente que supe fue que me había contratado para esta fiesta.

La observó y descubrió que se sentía extremadamente contento de haber asistido.

– Cuando no anda metiéndose en cosas ajenas, mi abuela es una dama muy inteligente.

– ¿Porque nos encerró aquí?

– Porque es evidente que le caes bien… y a mí también -las vibraciones sensuales palpitaron entre ellos.

Le enmarcó el rostro con las manos y la acercó a distancia de un beso… y esperó. Una insinuación de rechazo y la soltaría. Ella movió la cabeza y Logan experimentó una gran desilusión. Bajó las manos, pero Catherine lo detuvo al tomarle las muñecas.

– No.

– ¿Que no te bese o que no me aparte? Porque no me dedico a los juegos, Cat. Te deseo y sé que tú me deseas a mí -el súbito jadeo de ella le demostró que no se equivocaba.

– Lo que yo deseo y lo que es bueno para mí son dos cosas diferentes -susurró.

La boca de Logan le rozó los labios con un movimiento ligero y dolorosamente lento. La probó sin forzar nada más. Ella cerró los dedos con fuerza alrededor de sus muñecas y soltó un ronroneo.

Su contención había sido recompensada.

Catherine no rompió el beso ni la tensión que crecía entre ellos. Con esa mujer sólo la paciencia le proporcionaría lo que deseaba, y creyó que valía la pena.

Ella dejó que la sensación la dominara. Los labios de Logan eran firmes y su contacto suave. Su beso contenía pasión y un respeto que rara vez percibía en un hombre. Bajo su gentileza había un anhelo que también ella sentía. Notó que algo se contraía en su estómago y la necesidad de estar con él la abrumó.

Sin advertencia previa, el sonido de metal la sobresaltó haciendo que se echara hacia atrás e interrumpiera el beso apasionado. Uno que jamás tendría que haberse producido. Hundió la cara en su camisa blanca, reacia a mirarlo.

– Parece que nos rescatan -musitó él.

– Eso parece.

Se obligó a moverse. Se puso de pie, aún reacia a mirarlo. Había perdido la cabeza, sucumbido al deseo y Dios sabía qué habría pasado si no hubieran ido a rescatarlos.

Se dirigió hacia la puerta, pero el leve contacto de él en su espalda la detuvo.

– No has hecho nada malo, Cat.

– ¿Quién dijo que lo había hecho? -inquirió a la defensiva-. Un beso no es algo tan importante.

– ¿Un beso? -Logan enarcó una ceja.

– A menos que no sepas contar.

– Ninguno se apartó para respirar -sonrió-, de modo que te lo concedo.

– Un verdadero caballero no habría mencionado eso -se ruborizó.

– ¿Quién ha dicho que sea un caballero? -apoyó la yema del dedo pulgar en el labio inferior de ella.

El cuerpo de Catherine tembló. Cruzó los brazos, pero el esfuerzo de autoprotección surgió demasiado tarde.

– Yo empecé, Cat, y me gustaría poder decir que lo siento. Pero no es verdad.

Entonces se dirigió a la puerta. Ella contempló su espalda y se preguntó cómo era que las cosas se habían descontrolado de ese modo. Bajó la vista a sus manos trémulas y cerró los ojos ante la energía sexual no satisfecha que aún palpitaba en ella.

Deseó que Logan Montgomery únicamente le inspirara lujuria.

El sexo era algo físico que no costaba dejar atrás. Pero no sucedía eso con Logan. Había visto al hombre real que había detrás de su traje caro y su encanto de seductor. Había vislumbrado la imagen de un niño solitario que había crecido en un mausoleo, igual que ella había sido una niña solitaria en un apartamento pequeño. Las diferencias de clase se habían desvanecido. Para empeorar las cosas, había descubierto que le caía bien. En algún momento él había empezado a importarle. Conociendo la conclusión inevitable, sintió un frío interior.

Desvió la vista a la puerta y unos segundos después ésta se levantaba de sus bisagras. Sin volver a mirarlo pasó a su lado y se encaminó hacia la seguridad. El resplandor de la gran araña de cristal impactó en sus ojos y parpadeó hasta que estos se adaptaron.

Catherine miró en derredor.

– Ahora no se atreverá a mostrar la cara -comentó la voz de Logan a su espalda-. Lo más probable es que la abuela esté escondiéndose arriba -añadió.

Mientras él le daba las gracias a sus rescatadores, el equipo de limpieza, tal como había predicho ella, Catherine se serenó, hasta que Logan regresó a su lado y vio la mancha de maquillaje en el cuello de su camisa.

– Bueno -carraspeó.

– Bueno -él sonrió.

– Adiós -sintiéndose ridícula, extendió la mano.

– No tan deprisa, Cat -sus dedos cálidos apresaron los de ella-. Olvidas una cosa.

– ¿Qué?