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– No tienes que decidirlo hoy -le recordó-. Ni siquiera este año.

– Supongo. Cuando empieza a entrarme el pánico, me digo que estoy centrándome en algo equivocado. No se trata de mí. Se trata de Crystal y de Keith y de sus hijos. ¿Quién soy yo para cuestionar si debería o no tener a sus hijos? ¿No me convierte eso en una mala persona? ¿No debería estar ya hormonándome, comprando cunas y leyendo ese libro de Qué esperar… que todo el mundo dice que es tan bueno? Si fuera una buena persona, no lo dudaría.

Raúl miraba los ojos avellana de Pia, sorprendido por el caleidoscopio de emociones. Posiblemente ella fuera la persona más honesta que había conocido nunca. Loca, pero sincera, además de atractiva… aunque pensar que era atractiva no era exactamente apropiado.

Lentamente, le quitó el agua de las manos y la dejó en la mesa. Después la levantó y la rodeó con sus brazos.

– No pasa nada.

Ella se mantuvo rígida mientras la abrazaba.

– No, no pasa nada.

Él seguía abrazándola, deslizando una mano por su espalda, disfrutando de la sensación de tener su cuerpo a su lado.

– Respira hondo, hacia dentro y hacia fuera. Vamos. Respira.

Ella hizo lo que le pidió y un poco de su tensión se desvaneció.

No podía empezar a imaginar por lo que estaba pasando.

Después de llevar las manos hasta sus hombros, dio un paso atrás para verle bien la cara.

– No eres una mala persona -dijo él con firmeza-. Una mala persona se olvidaría de los embriones sin pensárselo dos veces. Y en cuanto a lo de tomarte tu tiempo para tomar la decisión, ¿por qué no ibas a hacerlo? Tener los bebés de Crystal lo cambiará todo en tu vida. Puedes planificarte.

– Pero es mi amiga. Debería…

Él sacudió la cabeza.

– No. Crystal no lo consultó contigo, todo te ha caído encima de pronto. Date un respiro.

– Bueno, de acuerdo…

Los ojos de ella se veían grandes y cargados de preocupación. Le temblaba la boca. Había algo que la hacía parecer vulnerable. Una parte de él se preguntaba por qué Crystal no había advertido a Pia. ¿Habría sido por la avanzada enfermedad de la mujer o por otra cosa? ¿Es que no había querido darle elección a su amiga?

En lugar de encontrar una respuesta, fue consciente de que ambos estaban muy cerca. Podía sentir la calidez de su cuerpo, sus delicados huesos bajo sus dedos. Era alta, pero aun así tenía que alzar la mirada para verlo. Sus rizos rozaban el dorso de sus manos. Los labios de ella se separaron ligeramente y él quiso acercarse más, pero…

Se apartó con la velocidad con la que había logrado que lo ficharan para los Cowboys, y después se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.

¿De dónde había salido eso? Pia no estaba allí para besar a nadie. Él tenía pensado vivir en Fool’s Gold mucho tiempo, así que si quería diversión, tendría que encontrarla en otra parte. No ahí. Además, desde Caro, no había tenido ningún interés y no era el momento de cambiar eso.

Al parecer, Pia no se había percatado de sus intenciones y en lugar de sentirse dolida o enfadada, le lanzó una sonrisa.

– Gracias. Has sido genial. Siento seguir pagando mis crisis emocionales contigo.

– Estás pasando por mucho -dijo él con delicadeza.

– Lo sé, pero así es el negocio. Si te sirve de algo, soy una persona calmada y racional, incluso profesional. Puede que no quieras tomarme la palabra, pero puedes preguntar por ahí.

Pia forzó una risa.

– No te preocupes.

– Lo haré, porque creo en que hay que preocuparse de vez en cuando. Te prometería que te dejaría hablar con mi asistente la próxima vez, pero no tengo. Y con lo del incendio, el pueblo no puede permitirse pagar una.

– Puedo hablar contigo, Pia.

– Por lo menos esta vez no me he desmayado.

– Es un avance.

Ella suspiró.

– Eres simpático y yo no me fío de los simpáticos -se estremeció por lo que había dicho y alzó una mano-. No me malinterpretes.

– ¿Es que hay algún modo de que no se pueda malinterpretar lo que has dicho?

– Lo único que digo es… -sacudió la cabeza y agarró su bolso-. Te dejaré revisando los papeles. Podemos hablar de los festivales y de tu campamento más tarde, si te parece bien. De verdad necesito recoger lo que me queda de dignidad y seguir adelante. La próxima vez que nos veamos, juro que me mostraré absolutamente calmada y racional. Apenas me reconocerás.

Él no quería que se fuera. Por razones que no podía explicar, quería acercarla a él y decirle…

¿Qué? ¿Qué iba a decir? Apenas la conocía. Tenía otras cosas de las que ocuparse. La reunión no importaba.

Pero el problema no era la reunión y él lo sabía.

Pia tenía algo; era una intrigante combinación de determinación, impulsividad y vulnerabilidad. Si no tenía cuidado, la vida le daría una buena paliza. Solo los fuertes sobrevivían e incluso ellos se llevaban algún golpe de vez en cuando.

No era su problema, se recordó él. Y tampoco quería que lo fuera.

– Te reconoceré. Te lo estás tomando demasiado en serio.

– Eso lo dice un hombre que probablemente no se ha puesto histérico en toda su vida -lo miró a los ojos-. Gracias por ser tan… simpático.

– ¿Incluso aunque eso haga que no confíes en mí?

– Voy a lamentar toda la vida haber dicho eso.

– No. Estoy seguro de que tendrás otras cosas de las que te lamentarás mucho más.

– ¡Ay! Eso no es muy reconfortante.

– Todos nos lamentamos por algo. Cosas que queremos cambiar o deshacer. Nada de lo que ha pasado hoy merece que te preocupes ni un segundo.

Ella vaciló.

– Pensé que serías diferente. Cínico. Ensimismado… ya sabes… una estrella del deporte.

– Deberías haberme conocido hace diez años.

La boca de ella se curvó formando una sonrisa.

– ¿Salvaje e impetuoso?

– Un típico atleta de universidad. Mi novia del instituto me abandonó el primer año de universidad. Pasé unos meses compadeciéndome de mí mismo, me recuperé y cuando comencé el segundo año descubrí que era un dios.

– ¿Obrabas milagros?

– Pensé que podía.

– Me alegra saber que pasaste por una época de chico malo.

– La mía me duró varios años.

Desde que firmó con los Cowboys y más. Llevaba en el equipo como un año cuando Eric Hawkins, también conocido como Hawk, había irrumpido en su habitación de hotel y lo había despertado a él y a las gemelas con las que se había acostado.

Hawk había sido su entrenador del instituto y mentor. Había sacado a las chicas de la habitación, prácticamente había ahogado a Raúl en café y después lo había llevado al gimnasio para una sesión de ejercicio sin compadecerse de la impresionante resaca que tenía.

Pero eso no había sido lo peor. La peor parte había sido la decepción en la mirada de Hawk. El silencio que decía que se había esperado algo mejor.

– ¿Qué te cambió?

– Alguien que me importaba tenía expectativas puestas en mí y lo decepcioné.

– ¿Tu padre?

– Mejor que mi padre. Es imposible no tener nada que perder cuando alguien te quiere.

– Eso ha sido muy profundo.

– No se lo digas a nadie.

– ¿Viste la luz y te alejaste del camino del chico malo?

– Bastante.

Después de la sesión de ejercicio, Hawk se había llevado a Raúl a la parte pobre de Dallas para que viera a la gente cuyas pertenencias cabían en carros de la compra.

– Recupérate -fue lo único que le dijo su entrenador.

Raúl se había ido a casa sintiéndose como el mayor cretino del mundo. Al día siguiente se había ido del hotel, se había comprado una casa en un vecindario modesto y había empezado a trabajar con el voluntariado.

Dos años después, había conocido a Caro en un baile benéfico que demostró que la vida no era perfecta.