– Entonces crees que la gente puede cambiar -dijo ella.
– ¿Tú no?
– No estoy segura. ¿La maldad desaparece o simplemente queda cubierta?
– ¿Quién fue malo contigo?
Ella suspiró.
– Y eso que se suponía que recogería mi harapienta dignidad y me iría sin más. Has sido genial. Estaré en contacto, Raúl. Gracias por todo.
Salió del despacho y él vaciló, dudando si debía o no salir tras ella. Pero entonces Dakota apareció y se quedó mirándolo.
– ¿He oído bien?
– Depende de lo que hayas oído.
– ¿Conociste a Keith Westland?
Él asintió.
Dakota fue hacia él y se dejó caer en la silla que había ocupado Pia.
– No diré nada; ni sobre él ni sobre los embriones. Todo esto es mucha responsabilidad. Supongo que sabía que Crystal tendría que dejarle los embriones a alguien, pero nunca había pensado en ello. ¿Lo sabía Pia de antemano?
Él recordó su primer encuentro con ella y respondió:
– No lo creo. Pensó que iba a quedarse con el gato.
– Sí. Estaba ocupándose del gato -Dakota parecía impactada-. ¿Cómo es que Crystal no la avisó? No puedes dejarle a alguien a unos potenciales niños y no decirle nada. O tal vez sabía que a Pia le entraría el pánico y no quería que le hiciera cambiar de opinión -Dakota lo miró-. ¿Está bien?
– Intenta asumirlo. Le sorprende que Crystal la eligiera a ella.
– ¿En serio? A mí no me sorprende. Puede que Pia no sea la elección más obvia, pero tiene sentido. Ella haría lo correcto… -Dakota se rio- después de varias patadas y llantos. ¡Vaya! Pia va a tener los bebés de Crystal.
– Aún no lo ha decidido.
Dakota lo miró.
– ¿De verdad crees que no los tendrá?
Él sacudió la cabeza. No podía imaginarlo, pero bueno, ya se había equivocado antes.
Ocupó la silla de detrás del escritorio.
– ¿Crystal, Pia y tú crecisteis juntas?
– Sí, claro. Crystal era unos años mayor, pero era una de esas personas verdaderamente buenas que quería cuidar del mundo. Trabajaba en la biblioteca después del trabajo y siempre estaba dispuesta a ayudar con proyectos del colegio -arrugó la nariz-. No puedo creer que sea tan vieja como para recordar que no existía Internet.
– Tienes veintisiete.
– Una anciana, prácticamente -se rio-. Pia iba un curso por delante de mí y mis hermanas, pero la conocíamos -los ojos se le iluminaron de diversión-. Pia era una de las populares. Llevaba una ropa genial y tenía todos los novios que quería.
La expresión de humor se desvaneció.
– Entonces su padre murió y su madre se fue. Todo cambió para ella. Habría jurado que Pia partiría hacia Nueva York o Los Ángeles al terminar la universidad, pero se quedó aquí.
Lo cual significaba que algo le había sucedido.
– Supongo que éste es su sitio -murmuró Dakota.
– Tú también volviste. Este lugar debe de tener algo.
– Tienes razón -se rio-. Ten cuidado, Raúl. Si te quedas demasiado tiempo, jamás escaparás.
– Lo tendré en mente.
Pero lo cierto era que quería poder tener un lugar al que llamar «hogar». Un lugar en el que se sintiera bien.
Hubo un momento en el que lo quiso todo, una esposa y una familia. Ahora estaba menos seguro. Cuando se casó pensaba que lo sabía todo sobre Caro, que nada de lo que ella hiciera lo sorprendería.
Se había equivocado y al descubrir la verdad de lo que había hecho, una parte de él había quedado destrozada. Pia había preguntado si él pensaba que la gente podía cambiar. Y así era, porque lo había visto una y otra vez. Pero la verdad rota era otra cosa. Aunque fuera reparada, nunca volvía a ser lo mismo. Siempre quedaban grietas.
Capítulo 4
Uno de los beneficios de su trabajo era que aunque Pia formaba parte del gobierno municipal, no tenía que participar en nada de los asuntos aburridos. Sí, una vez al año tenía que presentar un presupuesto, y justificar cada centavo, pero eso se hacía con un buen programa de ordenador. Cuando se trataba de las reuniones del consejo, era estrictamente una visitante, no una habitual. Así que cuando la alcaldesa la llamó y le pidió que asistiera a una sesión de emergencia, se sintió algo nerviosa al tomar asiento en la larga mesa de reuniones.
– ¿Qué pasa? -le preguntó a Charity, la planificadora de urbanismo-. Marsha parece nerviosa, y eso no es muy propio de ella.
– No estoy segura -respondió Charity-. Sé que quería hablar sobre el incendio.
Y tenía sentido, pero ¿por qué tenía que estar presente ella?
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó a su amiga.
Charity estaba embarazada de cuatro meses.
– Genial. Un poco hinchada, aunque parece que solo yo me doy cuenta -sonrió-. O están mintiendo. Cualquiera de las dos cosas me sirve.
Charity se había mudado al pueblo a comienzos de primavera y, en cuestión de semanas, se había enamorado del ciclista profesional Josh Golden, se había quedado embarazada y había descubierto que era la nieta de la alcaldesa.
Josh y Charity habían tenido una discreta boda y ahora esperaban la llegada de su primer hijo. Marsha estaba emocionada ante la idea de ser abuela.
«Un día más en Fool’s Gold», pensó Pia con alegría. Allí siempre pasaba algo.
Miró a las demás mujeres de la reunión. Estaban las sospechosas habituales, además de algunas sorpresas, como la jefa de policía Alice Barns. ¿Por qué tenía que asistir a una reunión del consejo la jefa de policía? Nancy East estaba sentada delante de todos; no había duda de que la superintendente de los colegios tendría información que todos necesitaban.
Antes de que Pia pudiera preguntarle a Charity, Marsha entró corriendo y tomó asiento en la cabecera de la mesa.
La alcaldesa iba muy bien vestida, como siempre. Le sentaban bien los trajes sastre y llevaba su melena blanca recogida en un cuidado moño.
– Lamento llegar tarde -dijo Marsha-. Estaba al teléfono. Gracias a todos por venir con tan poco aviso.
Se oyó el murmullo de la gente diciendo que no pasaba nada.
– Tenemos un informe preliminar sobre el incendio -dijo Marsha mirando las páginas que tenía-. Al parecer, comenzó en la caldera. Dados los días inusualmente fríos que hemos tenido a principios de semana, se encendió antes de revisarla. El fuego se extendió rápidamente, al igual que el humo.
– He oído que no hubo ningún herido -dijo Gladys. La mujer, que había sido la administradora del Ayuntamiento durante muchos años, estaba ahora ejerciendo de tesorera.
– Es verdad. Tuvimos algunos heridos que no revestían ninguna gravedad, pero a todo el mundo se le atendió allí y no hizo falta llevarlos al hospital -Marsha los miró, con su mirada azul cargada de preocupación-. Aún estamos valorando los daños, pero estamos hablando de millones de dólares. Tenemos un seguro y eso ayudará, pero no lo cubrirá todo.
– ¿Te refieres a lo deducible? -preguntó uno de los miembros del consejo.
– Eso es, pero hay otras cosas en las que pensar. Libros, planes de estudio, ordenadores, material… como he dicho, se cubrirá algo, pero no todo. El estado nos ofrecerá ayuda, pero eso lleva tiempo… lo cual me conduce a otro asunto. ¿Dónde metemos a todos estos niños? Me niego a que este fuego interrumpa su educación. ¿Nancy?
Nancy East, una mujer rellenita que rondaba los cuarenta años, abrió la libreta que tenía delante.
– Estoy de acuerdo con Marsha; que los niños sigan en el colegio es nuestra prioridad. Hemos pensado en repartirlos entre las otras tres escuelas elementales, pero no hay suficiente sitio. Ni siquiera con aulas portátiles, la infraestructura no puede soportar tantos añadidos. No hay espacio suficiente ni en la cafetería ni en el patio. No hay suficientes baños. Por suerte, tenemos una solución. Raúl Moreno ha ofrecido su campamento. Ayer estuve visitando las instalaciones y nos vendrá de maravilla.