Pia sospechó que Gladys se refería a ella, así que tuvo la precaución de mantenerse callada. Con menos de tres días para organizar un evento a lo grande, casarse o conocer a un hombre era lo último que le importaba. Y aunque no estuviera tan ocupada, teniendo en cuenta el tema de los embriones, lo de salir con algún hombre no es que fuera improbable, es que era imposible.
El sábado por la mañana amaneció perfectamente claro y la temperatura sería suave. Al parecer, Dios había respondido, pensó Pia mientras llegaba al parque poco después de las siete para ver que los trabajos ya habían empezado.
La cuadrilla de mantenimiento ya estaba montando largas mesas y cubos. Una imprenta había donado varios carteles y otros que se habían hecho a mano estaban dispuestos en su sitio. Pia había organizado dónde se recolectaría cada cosa.
Su milagroso listín telefónico había funcionado a la perfección, y unas cincuenta personas la habían llamado prometiéndole libros, material e incluso dinero en metálico. Liz Sutton, nativa de Fool’s Gold y una autora de éxito que acababa de regresar al pueblo para quedarse, había prometido cinco mil libros de niños para crear la biblioteca. Cuando Pia se había ofrecido a ir gritando a los cuatro vientos la impresionante donación que había hecho, ella había insistido en que todo se hiciera de manera anónima.
Y no fue la única que colaboró a lo grande. El héroe local, Josh Golden, ya había entregado un cheque por valor de treinta mil dólares, también con instrucciones de que no se diera su nombre. Además, la mañana anterior había llegado a su despacho un cheque por valor de diez mil dentro de un sobre que le habían colado por debajo de la puerta sin remitente.
Pia le había entregado el dinero a Nancy, junto con una lista del resto de donaciones.
Ahora, mientras bebía un poco de café, repasó todo lo que sucedería durante el día. El evento comenzaría a las ocho. Las donaciones se habían entregado el día anterior, y sus voluntarios estaban seleccionándolo todo. Para facilitar las cosas, se agruparon los artículos en función de precio en mesas de uno, tres, cinco y diez dólares.
La venta de pasteles y comida comenzaría al mediodía. La subasta sería a las tres y Pia aún esperaba la lista de lo que se ofrecería.
Durante todo el día tocarían bandas locales, el hospital estaría tomando la tensión y las clases de último curso del instituto harían lavados de coches. Pia no estaba muy segura de eso del «Desnudos por la causa», por mucho que el presidente de la clase le hubiera jurado que no irían desnudos, sino en bañador; sin embargo, en el punto en el que se encontraban, estaba dispuesta a aceptar todos los dólares que reunieran.
A las siete y media apareció una horda de voluntarios que se colocó en las zonas que se les habían asignado. Charity llegó quince minutos después, muy pálida.
– Siento llegar tarde -dijo colocándose el pelo detrás de las orejas-. No suelo vomitar por las mañanas, pero hoy ha sido uno de esos días. La buena noticia es que los chicos han hecho un gran trabajo instalando las baldosas del suelo.
– ¿Lo has visto muy de cerca?
– Durante casi una hora. Me duelen las rodillas, por no hablar del estómago -le dio una carpeta a Pia-. La información sobre la subasta.
– Gracias por hacer esto.
– Me alegra ayudar. Hay unos premios geniales -Charity se detuvo-. ¿Es un premio si tienes que pagarlo?
– No estoy segura.
Pia revisó la lista. Estaban las habituales tarjetas regalo de los restaurantes y de las tiendas locales. Ethan Hendrix había ofrecido un cheque por valor de cinco mil dólares para una reforma del hogar. Había también fines de semana en Tahoe y en la estación de esquí, clases de esquí, y un fin de semana en Dallas por cortesía de Raúl Moreno. Su paquete incluía los vuelos, dos noches en la Mansión Rosewood de Turtle Creek, una cena en el hotel y dos entradas para un partido de los Cowboys.
– Ese premio tiene mucho valor -dijo Pia, impresionada por la generosidad de Raúl.
– Lo sé. Casi se me han salido los ojos de las órbitas -apuntó Charity-. Ese hombre ya ha cedido su campamento, es más que suficiente.
– Es muy simpático -dijo Pia-. No puede evitarlo.
Charity se rio.
– Lo dices como si fuera algo malo.
– Puede serlo -aunque Raúl había dicho tener un pasado oscuro, eso, en lugar de molestarla, le había hecho verlo como más humano.
– Es muy guapo -dijo Charity.
Pia miró a su amiga.
– No vayas por ahí.
– Solo estoy diciendo que está aquí, que es guapo, que es un hombre de éxito y rico. Creo que no sale con nadie. Se divorció hace unos años.
Pia enarcó las cejas.
– ¿Es que has estado investigándolo?
– Oh, por favor. Estoy con Josh.
Como si eso explicara algo… aunque tal vez lo hacía. No solo era que Josh estuviera enamorado de su esposa, era más el modo en que él miraba a Charity lo que hacía que Pia se sintiera un poco perdida y triste. Además de adorar a su mujer, Josh la veneraba. Era como si hubiera estado esperando toda su vida a encontrarla y ahora que lo había hecho, no fuera a dejarla marchar.
Pia no se fiaba de esa clase de adoración, pero sí que era agradable pensar que existía.
– No me interesa -dijo con firmeza.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Has pasado algo de tiempo con él?
Pia no estaba preparada para hablar de los embriones, pero lo cierto era que quedarse embarazada lo cambiaría todo. Muy pocos hombres estarían interesados en criar a los hijos de otro y, sobre todo, tratándose de trillizos. Y aunque hubiera algún hombre dispuesto a hacerlo, seguro que ése no era Raúl.
– Hemos hablado y, como te he dicho, es muy simpático, pero no es para mí.
Miró a su amiga; aún no se le notaba mucho la barriga, pero sabía mucho más sobre el embarazo que ella. Sin embargo, Pia aún no estaba preparada para hacer preguntas.
El reloj de la Iglesia de la Puerta Abierta marcó la hora y Pia miró su reloj.
– Tengo que irme corriendo. Tengo que ir a cincuenta sitios distintos.
– Vete, ya me ocupo yo de la subasta. No te preocupes.
– No lo haré. Fool’s Gold te debe una.
A las once quedó claro que todo el pueblo había acudido a apoyar a la escuela. Los artículos que se habían reunido para el mercadillo se habían vendido al completo y la mayoría de la gente había insistido en pagar dos o tres veces más del precio fijado. Los cubos de donativos estaban a rebosar, al igual que las mesas, y la gente no dejaba de llegar.
Pia pasó de zona en zona, comprobando cómo iban los voluntarios y descubrió que no la necesitaban. Todo transcurría con normalidad y sin problemas… tanto, que ella comenzó a ponerse nerviosa.
Se compró un perrito caliente y un refresco y le dijo al chico que se ocupaba de atender el puesto que quedara con el cambio.
– Todo el mundo está haciendo lo mismo -dijo él con una amplia sonrisa y metiendo los billetes de sobra en una gran lata de café a rebosar-. Ya hemos tenido que vaciarla dos veces.
– Buenas noticias -dijo ella antes de sentarse en uno de los bancos.
Estaba agotada, pero en el buen sentido. Ahora mismo, en mitad de ese soleado día y rodeada por sus vecinos, se sentía bien. Como si todo fuera a funcionar. Sí, la escuela se había incendiado, pero el pueblo se había unido y se había restaurado el orden.
Y a ella siempre le había encantado el orden.
Tres chicos vinieron corriendo y uno de ellos se sentó a su lado.
– Ahí hay limonada gratis -dijo señalando al otro lado del parque.
– Deja que adivine… tú ya te has tomado dos vasos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Puedo ver el brillo del azúcar en tus ojos. Hola, soy Pia.
– Yo soy Peter -arrugó la nariz-. Iba al colegio que se ha quemado. Todo el mundo está haciendo esto para que podamos volver a la escuela.
– Y para ti eso no es muy divertido, ¿verdad?