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– Supongo que me gusta el colegio…

Peter parecía tener unos nueve o diez años, tenía pecas y unos grandes ojos marrones. Era muy delgado, pero tenía una amplia sonrisa que hacía que quisieras sonreírle a él también.

– ¿Qué preferirías hacer en lugar de ir al colegio?

– Jugar al béisbol. Jugaba cuando era pequeño.

– ¿Estás en la Pequeña Liga?

Él negó con la cabeza.

– Mi padrastro dice que es demasiado caro y que hace perder mucho tiempo.

– ¿Te gustan otros deportes?

– Me gusta ver el fútbol americano. Hacen esas cosas divertidas con las manos. Intento fijarme en lo que hacen, pero es difícil.

– Todo eso se lo inventan. No hay una sola forma de hacerlo bien.

El niño abrió los ojos de par en par.

– ¿En serio?

– Ajá. Vamos -dejó el refresco en el suelo y tiró si papel del perrito y la servilleta a la basura antes de girarse hacia Peter-. Vamos a inventarnos uno. Yo doy un paso y tú otro.

Levantó el puño de la mano derecha y el niño repitió el gesto. Saltaron, chocaron los puños, y volvieron a chocar con las palmas abiertas. Él sacudió dos dedos y ella terminó dando una doble palmada.

– ¡Está bien! Vamos a hacerlo muy deprisa.

Repitieron la secuencia dos veces, sin cometer ningún error.

– Eres bueno -le dijo Pia.

– Tú también -el chico miró hacia otro lado y vio a sus amigos-. Tengo que irme.

– Diviértete. ¡Y no bebas demasiada limonada!

Él se rio y echó a correr.

Pia recogió su bebida y se levantó. Era momento de volver al trabajo. Mientras recogía sus papeles, vio a Jo cruzando el césped en dirección al puesto de subasta.

Su primer pensamiento fue ir tras ella y preguntarle por Jake, pero entonces recordó el cariño que el gato le había mostrado a su amiga y supuso que estaría muy bien en su casa.

Se giró y se chocó contra alguien alto y fuerte. Unas gotas de su refresco saltaron de su vaso de papel y cayeron sobre la camisa del hombre.

Pia gruñó y al alzar la mirada se encontró con la divertida mirada de Raúl.

– ¿Es una especie de rito de iniciación a la vida en un pueblo pequeño? -preguntó él.

– Lo siento -ella se apartó y le frotó el pecho en un intento de limpiarlo… algo que resultó más agradable de lo que se había imaginado-. Es light. No te dejará mancha.

– No pasa nada -le agarró la mano y no le soltó los dedos-. ¿Estás bien?

– Estoy muy bien. No soy yo a la que han empapado.

El roce de Raúl era suave, ligero, apenas perceptible, y, aun así, ella no podía centrarse en otra cosa. Su piel era cálida y en ella, Pia pudo captar el poder que contenía.

¿El poder que contenía? ¿Pero qué era eso? ¿Frases del guion de una peli mala? ¿Quién pensaba así?

Ella, al parecer. Estaba mirándolo a los ojos y descubrió que no quería apartar la mirada. Inmediatamente, se soltó de él.

– Bueno, gracias por tu donativo. Es impresionante. Ya has hecho bastante cediendo el campamento.

– No es para tanto. Me alegra haber ayudado.

– Bien. Todos deberíamos ayudar, sobre todo ahora.

– ¿Seguro que estás bien?

– Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?

De ningún modo mencionaría que se sentía aturdida por el roce de su piel y por eso buscó otra explicación.

– He visto a Jo -dijo apresuradamente-. La amiga que se ha quedado con el gato.

Él asintió.

– Quería ir a preguntarle si Jake me echa de menos, pero es una tontería, ¿verdad? Está claro que la adora. No dejo de pensar que si no soy capaz de hacer feliz a un gato, ¿qué oportunidades tengo de que me quieran unos niños?

– ¿Vas a tenerlos?

– Sí. No. No estoy segura -suspiró-. Tal vez. Sé que eso es lo que quería Crystal. Y por muchas veces que me diga que no son responsabilidad mía, siento que lo son.

– ¿Vas a tener los hijos de otros y criarlos?

– No voy a tenerlos para luego darlos.

– ¿Por qué no?

Ella se quedó mirándolo.

– ¿Cómo dices?

– ¿Por qué no ibas a darlos? Hay cientos de parejas que están deseando tener hijos. Podrías elegir a la pareja tú misma, asegurarte de que los bebés estarán bien cuidados.

Nunca había pensado en eso. ¿Entregar a los bebés de Crystal y Keith? A pesar de lo cálida que era la tarde, la recorrió un escalofrío.

– No -dijo con rotundidad-. Si eso era lo que quería, lo habría mencionado en el testamento. Crystal se tomó la molestia de pagar tres años de conservación. Quería darme tiempo.

– No te advirtió sobre lo que iba a hacer.

– Lo sé y eso me confunde, pero no cambia la realidad. Si tengo a los bebés, me los quedaré. Y los criaré -por mucho que pensarlo hiciera que el estómago e diera un vuelco.

Él la miraba a los ojos como si estuviera buscando algo en ellos.

– No conozco a muchas mujeres que pudieran estar dispuestas a hacer algo así.

– ¿En serio? Porque yo no conozco a muchas que fueran a negarse.

– No puedes creerlo.

Pensó en sus amigas y en lo mucho que se cuidaban las unas a las otras.

– Estoy segurísima.

– ¿Tan segura como Crystal lo estaba de ti? Tú eres la que ella eligió.

– Y eso me hace preguntarme por qué -dijo con una carcajada-. Bueno, ya basta de asuntos personales por hoy. Tengo que comprobar cosas y tú tienes que ponerte al sol para que se te seque la camisa.

Se marchó antes de que él pudiera hacer algo peligroso, como rodearla con su brazo.

Era extrañísimo. Normalmente se ponía nerviosa cuando conocía a alguien, pero luego esa sensación iba desapareciendo. Con Raúl, le había pasado todo lo contrario. Cuanto más lo veía, más tensa se mostraba. Si seguía así, dentro de un mes verlo podría dejarla en estado catatónico. ¡Eso sí que le daría a Fool’s Gold algo de qué hablar!

Raúl estaba junto al edificio principal viendo cómo llegaban los niños para dar comienzo a su primer día de colegio en su campamento. El aparcamiento era una especie de caos organizado mientras los profesores distribuían a los niños por las clases.

En menos tiempo del que habría imaginado posible, el campamento había quedado transformado. Había pupitres, sillas, equipamiento para el patio de juegos, libros, papel y personas preparando el almuerzo.

Dakota se unió a ellos con una carpeta en la mano.

– Esto es genial -dijo-. Como el primer día de colé, pero mejor aún.

– Seguro que a los niños les habría gustado tener más tiempo libre.

Ella se rio.

– Tienes razón, pero la educación es lo importante -lo miró por el rabillo del ojo-. Todo el mundo cree que eres genial por haberle cedido al pueblo este lugar. Que eres un tipo muy majo y simpático.

– Se pueden ser peores cosas.

Ella parecía sorprendida.

– La mayoría de los chicos no quieren ser simpáticos. Eso evita que consigan a la chica.

Él nunca había tenido problemas para conseguir a La chica.

– Un tipo simpático cambió mi vida. Ser como él me haría un hombre muy feliz.

Hawk no era una persona fácil de tratar, sino un tipo duro que hacía lo correcto. Raúl dudaba que a su viejo amigo hubiera podido engañarlo Caro. La ironía era que él había hecho todo lo posible por asegurarse de que elegía a la persona correcta, pero aun así, había logrado estropearlo todo.

– Tengo que ir a hablar con unos profesores -dijo Dakota excusándose.

Llegaron tres coches más y aparcaron. Pia salió de uno de ellos y lo saludó.

Llevaba una falda oscura y unas botas y su jersey era del color de sus ojos. Raúl no solo se fijó en eso, sino que deseó echar a caminar hacia ella. Se juntaron a medio camino y al instante él los imaginó a los dos besándose y con mucha menos ropa encima.

No era muy buena idea, se recordó. Pia se movía en una dirección totalmente opuesta, y, además, él tenía unas reglas sobre los pueblos pequeños y sus mujeres residentes. Convertirla en una excepción supondría un desastre para los dos.