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– ¿No es genial? -preguntó ella mientras se acercaba-. Había tráfico al subir la montaña. Me encanta ver que un plan funciona.

Llegó un autobús y cuando la puerta se abrió, los niños comenzaron a salir en bandada. Un chico muy delgado y pelirrojo corrió hacia Pia.

Raúl lo reconoció; era el chico que se había encogido de miedo cuando había intentado ayudarlo a salir de la clase llena de humo. Vio cómo Pia y el chaval se saludaron con un complicado juego de manos.

– ¡Te has acordado! -gritó el niño-. Lo sabía.

– Es nuestro saludo -dijo Pia con una carcajada-. Vamos, será mejor que vayas a clase. Diviértete.

– Lo haré.

Él se giró y salió corriendo.

– ¿Lo conoces? -preguntó Raúl.

– ¿A Peter? Nos conocimos el sábado en el parque. Estaba allí con sus amigos. ¿Por qué?

Pensó en la clase llena de humo y supuso que tal vez eso era lo que tenía al niño tan asustado. Tal vez lo había malinterpretado. A pesar de tener el presentimiento de que no era así, prefirió no decir nada hasta no tener más pruebas.

– Creo que estaba en la clase en la que yo estuve hablando cuando empezó el incendio.

– Oh, puede que sí. Es de esa edad -se pasó el bolso al otro hombro-. ¿Cómo tienes la agenda los próximos días? Técnicamente aún te debo una reunión.

– ¿Qué tal hoy?

– ¿A qué hora?

– Al mediodía. Almorzaremos juntos.

Ella vaciló.

– No tienes que invitarme a almorzar.

Él enarcó una ceja.

– Iba a dejarte pagar.

Ella se rio.

– Oh, bueno, en ese caso, claro. Iremos al Fox and Hound. Hacen una ensalada increíble y pareces un tipo al que le gusta la lechuga.

– Puede que te sorprenda.

Algo brilló en los ojos de Pia, pero tan pronto como apareció, se desvaneció. Ella asintió.

– Puede que sí.

Capítulo 5

Pia miraba al guapo hombre sentado frente a ella en el restaurante y se decía que debía centrarse en el trabajo. Estaba allí por un asunto puramente profesional… no para disfrutar de las vistas, aunque Raúl era lo suficientemente guapo como para deslumbrar a cualquiera.

Ya habían pedido la comida y les habían servido la bebida. Pia había elegido un refresco light y eso le había hecho pensar que si se sometía a la fecundación in vitro, podría darle un buen beso de despedida a su hábito de edulcorante artificial durante al menos nueve meses.

– ¿Creciste en Seattle, verdad? -le preguntó ella pensando que tocaba un poco de charla trivial. Podía ser simpática.

– Hasta la universidad.

– Nunca he estado allí, pero supongo que no tiene nada que ver con Fool’s Gold.

– Es mucho más grande y llueve mucho. Seattle tiene montañas, pero no están tan cerca.

– ¿Por qué no has vuelto allí?

Él le lanzó una sonrisa que hizo que se le acelerara el pulso.

– Demasiada lluvia para mi gusto. Demasiado gris. Me gusta ver el sol -levantó su vaso de té helado.

– ¿Por eso te marchaste? Podrías haber ido a la universidad de Washington.

– Las otras ofertas eran mejores y mi entrenador pensó que debía salir del estado y ver el resto del país. Exceptuándolo a él, a su esposa y a mi novia, no dejaba atrás mucho más.

– ¿Y tu familia?

– Nunca conocí a mi padre. Uno de mis hermanos murió cuando era un niño. Le dispararon. Mi madre… -se encogió de hombros-. He pasado muchos años en una casa de adopción.

Le habían sucedido cosas no muy buenas y Pia no estaba segura de querer saber qué eran.

– Yo pasé un año en el sistema, también.

– ¿Tú?

– En mi último año de instituto, mi padre murió y mi madre se marchó a vivir con su hermana a Florida. Dijo que sería mejor que yo me quedara aquí para poder graduarme con mis amigos, pero lo cierto era que no quería que yo la molestara. No la he visto desde entonces. No volvió para mi graduación y dejó claro que no era bienvenida allí. Hice cuatro años de universidad, conseguí un trabajo en el Ayuntamiento y volví.

Forzó una sonrisa.

– Intentaron ofrecerme una beca de deportes como jugadora de fútbol americano, pero esos uniformes no me sientan bien.

– Ésta es tu casa -dijo él con una mirada seria-. Es el lugar al que perteneces.

– Tienes razón. Hay veces en las que pienso que podría irme a Los Ángeles, o a San Francisco, a Phoenix, incluso. Pero no pienso marcharme. Seguro que te resulta muy aburrido.

– No. Yo también quiero eso. Pensé que me asentaría en Dallas, los fans son fantásticos y me gusta mucho esa ciudad, pero entonces vine aquí por lo que me dijo Keith. Hizo que pareciera un lugar sacado de una película y cuando vine a participar en el torneo de golf, descubrí que era verdad. Me gustó todo de Fool’s Gold y por eso volví y decidí instalarme.

Pia se preguntó si estaría huyendo de algo o persiguiendo algo.

– Entonces éste es el primer pueblo en el que vives. Tendrás que conocer las reglas.

– ¿Es que no me venían incluidas en el paquete de bienvenida? -esbozó una media sonrisa y ella hizo lo posible por no reírse.

– No, pero son muy importantes. Da el más mínimo problema y tu vida aquí será un infierno.

Se inclinó hacia ella.

– ¿Cuáles son las reglas?

– Las típicas: ten recogidos el salón y la cocina porque nunca se sabe quién puede presentarse en tu casa. No te líes con una mujer casada… -se detuvo- o con un hombre, dependiendo de tus gustos. No te vuelques en un solo negocio. Reparte la riqueza. Por ejemplo, las mejores peluquerías las regentan dos hermanas, Bella y Julia Gionni, pero no puedes ir solo a una peluquería. Confía en mí. Ve alternando. Cuando estés en Bella, te pondrá verde a Julia y viceversa.

Él parecía estar divirtiéndose.

– Tal vez sea mejor que me corte el pelo fuera de aquí.

– Cobarde.

– Conozco mis limitaciones.

– Has sido tú el que se ha comprado el campamento aquí. Ahora estás atrapado.

Su rostro era hermoso; a Pia le gustaba el ángulo de su mandíbula y el modo en que su oscuro cabello caía sobre su frente.

– ¿Puedes darme esas reglas por escrito?

– Veré qué puedo hacer.

Su camarero llegó con la comida. Pia había elegido ensalada de pollo a la barbacoa y Raúl una hamburguesa.

– ¿Cómo encontraste el campamento? -preguntó ella mientras agarraba su tenedor-. Llevo aquí toda mi vida y apenas recuerdo saber algo de ese sitio.

– Fui a dar una vuelta con el coche, seguí unos carteles y lo encontré. Llevaba tiempo con la idea de hacer algo para los niños y no sabía qué. Cuando vi el campamento, supe que era lo que había estado buscando.

Tenía la hamburguesa en la mano, pero aún no la había probado.

– El programa de verano es por donde empezaremos, pero espero que podamos hacer más. Que podamos estar abiertos todo el año. Traer a niños para que participen en cursos intensivos de dos o tres semanas en los que nos centraremos en uno o dos temas. Sobre todo en Ciencias y Matemáticas. No hay muchos niños a los que les gusten esas asignaturas.

– Tendrías que coordinarte con los distritos escolares para complementar su plan de trabajo.

– Eso es en lo que está trabajando Dakota. Estamos pensando en niños de mediana edad. Queremos que se vuelquen en los estudios antes de entrar en el instituto.

Mostraba mucha pasión por ese asunto, pensó Pia mientras pinchaba la ensalada. ¿Cómo sería cuando estuviera con una mujer? ¿Volcaría en ella la misma pasión?

Era un tema interesante, pero no ahondaría en él. Incluso sin ese embarazo potencial en su futuro, sabía que no debía tener ninguna relación con un hombre así. Ni con cualquier hombre. Por alguna razón, los hombres tenían la costumbre de abandonarla, y si antes no había tenido la suerte de que se quedaran a su lado, ¿qué suerte tendría de que lo hicieran cuando tuviera tres hijos?