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¿Tres hijos? La cabeza empezó a darle vueltas y se obligó a pensar en algo que le diera menos miedo.

– Que la escuela pueda utilizar estas instalaciones es genial. Y eso que la gente pensaba que solo intentabas hacerte el simpático.

Él se rio.

– Todos salimos ganando.

– Aunque no fuera así, el campamento es una idea genial. Sé que muchos niños del pueblo han estado encantados de subir aquí todos los días durante el verano. O más bien las que han estado encantadas han sido sus madres. Los tres meses de verano se pueden hacer muy largos.

Los ojos color avellana de Pia danzaban con diversión y Raúl se vio observándola mientras comía. Le gustaba, y ése era un buen comienzo. Quería conocerla mejor, pero estaba el asunto de los embriones.

– ¿Por qué querías trabajar con niños? -preguntó ella-. ¿Por lo de ese entrenador que te ayudó?

– ¿Cómo lo has sabido?

– Por el modo en que hablas de él.

– Sí, fue por él. Vio algo en mí que yo no podía ver. Y su mujer también, aunque en aquel momento no estaban casados -sonrió ante los recuerdos-. En mi último año de instituto fui uno de los capitanes del equipo.

– ¡Cómo no! -murmuró ella.

– ¿Qué?

– Nada, nada, sigue…

– Se suponía que cada capitán tenía que llevar donuts al entrenamiento. Tuve que dejar mi trabajo de verano para poder ir a los entrenamientos; vivía en un edificio abandonado y no tenía dinero.

– Espera un minuto… ¿eras un sin techo?

– No fue tan malo -de hecho, fue mucho mejor que haber tenido que vivir con su padrastro. Ese hombre jamás había conocido a un niño al que no hubiera querido pegar. Un día, Raúl le había devuelto el golpe. Con fuerza. Y después, se había marchado.

– No pudo ser bueno -dijo ella con tono de preocupación.

– Estoy bien.

– Pero no lo estuviste.

– Lo superé. Pero lo que intento decir es que los robaba.

– ¿Los donuts? ¿Robabas los donuts?

– No me libré. La dueña de la tienda me pilló y se cabreó mucho -además de golpearlo con una muleta… cosa que aún recordaba con humillación.

– Terminé trabajando para ella y con el tiempo me fui a vivir con ella. Nicole Eyes. Le gustaba pensar que era una mujer muy dura, pero no era así.

– La querías -dijo Pia en voz baja.

– Mucho. Si hubiera tenido diez años más… -se rio-. Bueno, tal vez no. En aquel momento tenía novia y no le habría hecho gracia -miró a Pia-. Mi novia era la hija de Hawk.

Habían tenido muchos planes: boda, una docena de hijos…

– Estuvimos juntos hasta mi primer año de universidad y después me abandonó. Pero lo superé.

– ¿Sigues siendo amigo de Hawk y de Nicole?

– Claro. Se casaron y son muy felices juntos. Incluso sigo manteniendo el contacto con Brittany.

– ¿Sabe él que tuvisteis una relación?

– Probablemente.

– Interesante. Yo no tengo ninguna historia tan curiosa.

– Tu mejor amiga te ha dejado tres embriones… sales ganando -volvió a agarrar su hamburguesa-. Hawk y Nicole me ensañaron a hacer lo correcto. Son esa voz que me habla por dentro y me dice lo que tengo que hacer. No quiero decepcionarlos.

– Son tu familia. Eso es muy bonito.

Raúl recordó que ella no tenía mucha familia. Un padre muerto y una madre con las habilidades maternales de un insecto.

Ella apartó su ensalada y sacó una carpeta de su bolso.

– Sigue comiendo. Mientras, te contaré lo que se me ha ocurrido y tú podrás decirme lo brillante que soy mientras masticas.

– Me gustan las mujeres con un plan.

Pia miró su reloj y se quedó asombrada al ver que eran más de las dos.

– Vaya, tengo una cita a las tres -dijo abriendo la cartera y sacando un par de billetes.

– No vas a invitarme a comer -le dijo Raúl.

– Pero dijiste…

– Estaba de broma.

– ¿Demasiado macho como para dejar que una mujer se pague su comida?

– Algo así.

Él echó su dinero sobre la cuenta y se levantó. Cuando ella hizo lo mismo, Raúl se acercó y posó una mano sobre la parte baja de su espalda mientras salían. En todo momento, ella fue consciente del calor y de la presión del contacto de su mano.

Cuando llegaron a la acera, se giró hacia él.

– Volveremos a hablar para enseñarte un calendario de fechas. Creo que al campamento le vendrá bien que lo coordinemos con algunos de los festivales.

Casi estaba balbuceando… a pesar de estar intentando mirarlo directamente a la cara. ¿Qué le pasaba? No era una cita. No estaban en la puerta de su casa mientras ella se debatía entre sí invitarlo a pasar o no. Había sido una reunión de trabajo.

– Gracias por tu ayuda -dijo él.

Ella respiró hondo, se puso derecha y lo miró a los ojos.

– De nada. ¿Sabes? Robert, nuestro antiguo tesorero, era la clase de hombre que a todos nos parecía muy simpático y acabó robando millones.

– ¿Estás diciendo que soy un ladrón? -sonó más divertido que ofendido.

– No exactamente, pero ¿cuánto sabemos realmente sobre ti? La gente debería hacer preguntas.

– Estás pensando demasiado.

– Lo sé, pero eso es porque en mi vida no hay suficientes distracciones.

– ¿Y ésta? -preguntó él justo antes de acercarse y besarla.

El contacto fue ligerísimo, apenas un roce de labios. No habría valido la pena mencionarlo… Si no fuera porque cada célula de su cuerpo se había quedado congelada por el impacto. Los dedos que sujetaban su bolso se cerraron alrededor de la tira con fuerza. Y antes de poder saber qué debía hacer, él se apartó y se puso derecho.

– Gracias por el almuerzo -le dijo y se alejó.

Dejándola con la respiración entrecortada y sola.

Y muy, muy, confundida.

Raúl se apartó del espejo mientras levantaba la pesa en su mano. Llevaba tanto tiempo entrenando que ya no tenía que mirarse para ver su forma y su velocidad. Los movimientos eran automáticos. A diferencia de algunos tipos, no disfrutaba contemplándose a sí mismo.

Junto a él, Josh Golden trabajaba sus tríceps. Ambos estaban sudando y con una respiración fuerte. Había sido un entrenamiento duro.

– Por si te lo preguntas -dijo Josh al bajar la pesa-, soy el único héroe de este pueblo.

Raúl se rio.

– ¿Estás preocupado? ¿O es que te sientes amenazado?

– Llevo aquí mucho más tiempo que tú, el pueblo me adora. Tú eres un recién llegado. La pregunta es si aguantarás lo suficiente.

– Puedo aguantar más que tú.

Josh sonrió.

– Ni en sueños -agarró una toalla y se secó el sudor de la cara-. Todo el mundo agradece que hayas cedido el campamento. Sin él, no habría colegio.

– Me alegra poder ayudar.

– Bien. Eso es lo que hacemos por aquí. Los que más tienen, más dan. Así es la vida en un pequeño pueblo.

Más reglas, pensó Raúl, recordando la lista que había enumerado Pia. Algo sobre dónde tenía que cortarse el pelo… Lo cierto es que no había estado escuchando mucho. Le gustaba oírla hablar y ver cómo las emociones se iban reflejando en su cara. Tenía unos ojos muy expresivos y una boca… tentadora…

– Tierra llamando a Raúl. ¿En qué estás pensando?

– En una amiga.

Josh volvió a agarrar la pesa. Raúl la bajó.

– Almorzaste con Pia el otro día.

Raúl enarcó la ceja.

– Estás casado.

– No la quiero para mí. La conozco desde hace años y es como una hermana. Estoy cuidándola.

Raúl se alegró de que alguien lo hiciera. Por lo que podía ver, Pia estaba muy sola.

– Estamos trabajando juntos. Algunos de los festivales se relacionan con cosas que hacemos en el campamento.