– Estás implicándote mucho en este lugar. ¿Seguro que estás preparado para lo que es de verdad la vida en un pueblo pequeño?
– Lo iré viendo sobre la marcha. ¿Qué te preocupa?
– Pia es inteligente, divertida y se hace la dura, finge que nada la afecta. Pero no es verdad. La muerte de Crystal la ha dejado hundida. Y antes de eso… -volvió a dejar la pesa y se puso derecho-. Ha tenido algunas rupturas difíciles. Su padre había muerto, su madre se había marchado. Vinieron algunos novios nada buenos. Nadie quiere que le hagan daño. Si la haces sufrir, no solo tendrás que vértelas conmigo, sino con todo el mundo.
Raúl había sido una estrella del fútbol americano desde que tenía dieciséis años y estaba acostumbrado a ser la persona con la que todos querían estar. Una persona que gustaba a todo el mundo.
– ¿Estás diciendo que me echarán del pueblo?
– Eso como poco.
– Me gusta Pia, no voy a hacerle daño.
Josh no parecía muy convencido.
– No puedes estar seguro.
– No quiero hacerle daño. También me importa.
– Supongo que con eso bastará por ahora. Pero si la cosa cambia, tendrás que responder ante mí.
– ¿Crees que podrás conmigo? -preguntó Raúl con actitud divertida.
– Absolutamente.
Josh estaba en buena forma y era aproximadamente de la misma altura, aunque Raúl era más musculoso. Y además, jugaba al fútbol americano. El ciclismo no era exactamente un deporte de contacto.
– Me alegra que cuides de ella -dijo, porque era cierto-. Pia necesita a más gente a su lado.
Josh lo observó.
– Casi todo el mundo te diría que tiene a todo el pueblo de su lado.
Raúl tenía sus dudas.
– Es una chica de aquí y todos la aprecian, pero ¿en quién puede apoyarse y depender de verdad? Está sola.
Una realidad que le complicaría la vida una vez que decidiera tener los hijos de Crystal. Unos bebés de lo que, al parecer, nadie más sabía.
Él pensó en el soldado que había conocido, el soldado que había muerto en sus brazos. ¿Qué pensaría Keith de todo eso? Tenía la sensación de que estaría encantado de que a sus hijos se les diera una oportunidad, pero sospechaba que a él también le preocuparía que Pia estuviera sola.
– ¿Estás pensando en cambiar su situación? -le preguntó Josh.
– No soy de relaciones largas.
– Estuviste casado. ¿Es ésa la razón?
Raúl se encogió de hombros y soltó su pesa.
Josh hizo lo mismo y vaciló.
– Estuve casado antes de Charity, pero no funcionó. A veces sucede.
Raúl asintió sin más porque no quería entrar en detalles. Si mencionaba que su primer matrimonio había 'ido muy malo, la gente daría por hecho que lo habían engañado, o que había descubierto que Caro se había casado con él por su dinero. Cualquiera de esas dos cosas habría sido mucho más sencilla que la verdad. ¡Incluso habría preferido que su esposa lo hubiera dejado por otra mujer! Pero la verdadera razón por la que su matrimonio había terminado hacía que se despertara por las noches con ganas de gritar al cielo.
Había cosas que no podían arreglarse, se recordó. Actos que no podían corregirse, como lanzar una piedra a un estanque. No se podía hacer más que esperar a ver las ondas y que nadie resultara herido.
Josh y él fueron hasta el vestuario. Después de ducharse y vestirse, decidieron entrenar juntos la semana siguiente. Una de las cosas que Raúl más echaba de menos de jugar al fútbol americano era entrenar con sus compañeros de equipo, pero ahora podía contar con Josh y también a veces con el amigo de éste, Ethan Hendrix.
Raúl sabía que llevaba su tiempo encajar en un lugar, pero estaba dispuesto a tomarse las cosas con calma. Le gustaba Fool’s Gold, y por eso estaba teniendo la precaución de no cometer errores.
Salió del gimnasio con la intención de volver al despacho, pero en lugar de eso se marchó a casa. No podía sacarse a Pia de la cabeza. Seguro que besarla había sido un error, pero había merecido la pena, pensó con una sonrisa. No solo porque había disfrutado al sentir su boca junto a la suya, sino por la mirada en su rostro cuando lo había hecho. Decir que se había quedado sorprendida era quedarse corto.
Llegó a la casa de dos dormitorios que había alquilado y entró en el estudio, donde encendió el ordenador. Cuando estuvo preparado, se sentó, accedió a Internet y buscó información sobre la fecundación in vitro.
Una hora después comprendía mejor qué era eso por lo que iba a pasar Pia, y dos horas después, sabía que él jamás accedería a algo así. Pia no solo tendría que preparar su cuerpo químicamente para el embarazo, sino que llevaría dentro a trillizos, suponiendo que engancharan los tres embriones. Si no lo hacían, Pia tendría que enfrentarse a esa pérdida y al sentimiento de culpabilidad que la acompañaría.
Si estar embarazada ya debía de ser duro, más lo sería estar embarazada y sola, sin nadie de quien depender. No había un padre al que poder acudir en busca de ayuda moral o económica.
Crystal le había pedido mucho a su amiga y él seguía convencido de que Pia tendría a los bebés, aunque dudaba que supiera de verdad en qué se estaba metiendo.
La recaudación de fondos para el colegio tal vez había durado técnicamente un día, pero había ocupado una semana en la agenda de Pia, una cantidad de tiempo que en realidad no era para tanto. En Fool’s Gold celebraban un festival cada mes, unos eran más pequeños que otros, pero siempre daban trabajo.
El verano era la época más ajetreada, pero el otoño se le acercaba. Apenas quedaban seis semanas para la fiesta de Halloween y antes de ésa estaba la fiesta del Otoño. El desfile de Acción de Gracias era después de la fiesta de Halloween, pero antes del Bazar de Navidad. El día de los Donativos celebrado en sábado daba paso al domingo antes de Navidad durante el que se celebraba el Belén viviente. Y después venían la fiesta de Año Nuevo y demás…
Lo cierto era que ninguno de esos eventos eran nuevos y que los planes se mantenían muy similares cada año. Tenía unas listas maestras en las que modificaba algo y adornos almacenados por todo el pueblo. Si alguna vez ese empleo le fallaba, siempre podía enviar una solicitud para dirigir el mundo. Había…
Se detuvo y miró la pizarra calendario. En lugar de anotar cuándo tenía que preparar las sillas, había dibujado una hilera de corazones. Por muy dulces que fueran, no servían para nada. Y lo peor de todo era que sabía a qué se debían…
El beso de Raúl.
Por muchas veces que se dijera que no había significado nada, no podía lograr que su corazón lo creyera. Ese único segundo de contacto lo había cambiado todo. De pronto, él no era Raúl, una persona más de las que conocía, sino que era un hombre. Y al ser un hombre, tenía que tener cuidado cuando estuviera a su lado.
Dos días antes no le había importado que la gente lo definiera como alto, moreno y guapo porque para ella no había sido más que un amigo que había sido testigo de sus histerismos.
Ahora se veía pensando en ese estúpido beso doscientas o trescientas veces al día. Se había preguntado por qué lo había hecho, había deseado que lo repitiera, lo había imaginado haciendo algo más que simplemente besarla. Era patético, sin mencionar que además era una pérdida de tiempo.
No tenía ningún tipo de hombre, pero si lo tuviera, no sería él. Era demasiado perfecto. En sus sueños románticos el hombre en cuestión era un hombre normal. Tal vez incluso aburrido, porque lo normal era que pudieras fiarte de un hombre aburrido. ¿Pero Raúl? Sería un rompecorazones incluso sin pretenderlo.
– No ha sido más que un beso -se dijo-. Olvídalo.
Buen consejo. Un consejo que alguien seguiría en alguna parte, pero no ella. Tal vez el problema no era que Raúl no fuera su tipo, sino que era un problema más genérico. Tal vez si la hubieran besado más en sí vida, no estaría preguntándose tantas cosas. Tal vez necesitaba tener más citas.