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– Oh, por favor, como si eso fuera a pasar -se dijo incrédula.

Si seguía adelante con la implantación de embriones, sus días de citas habrían llegado a su fin. Además, nunca había sobresalido en el departamento de hombres. Siempre la dejaban, y ella no tenía la más mínima idea de qué era lo que hacía para ahuyentarlos.

La puerta de su despacho se abrió y se sorprendió al ver entrar a Raúl.

Estaba guapo, pensó mientras se recordaba que debía mostrarse fría y sofisticada y evitar parecer desesperada o necesitada.

– Hola -dijo-. Hoy no he tenido ninguna crisis emocional, así que no es posible que tengamos una cita.

Raúl se quedó mirándola con una intensidad que le hizo preguntarse si se había manchado la camisa con el desayuno. Bajó la mirada disimuladamente, pero todo parecía estar bien.

– Pia -dijo moviéndose hacia ella-. Tenemos que hablar.

No eran las palabras que se había esperado oír de un auténtico macho.

– De acuerdo -respondió ella lentamente-. ¿Qué pasa?

Tal vez estaba tan impresionado por el beso como ella, tal vez quería volver a besarla y convertirla en su amante. Una semana o dos de intensa atención masculina podría curar todas sus alergias.

– He estado informándome sobre la fecundación in vitro.

Ella se dejó caer en la silla y contuvo un suspiro.

– Eso es más de lo que he hecho yo. ¿De eso vamos a hablar? Porque si es algo desagradable, no quiero oírlo. Tengo el estómago delicado.

Él avanzó hacia la mesa.

– No es malo. Te hacen unos análisis y después preparan tu cuerpo para recibir los embriones.

No le había gustado cómo había sonado eso cuando lo había leído en los folletos que le había dado el chico del laboratorio y ahora tampoco le gustaba.

– ¿Cómo preparado? -alzó una mano rápidamente-. No importa. ¿Vas a sentarte?

Él puso las manos sobre la mesa y se inclinó hacia ella. Al parecer, sentarse tampoco estaba en la agenda.

– Pia -dijo con su intensa y oscura mirada-. No puedes pasar por esto sola. Necesitas a alguien que te cuide y yo quiero ser esa persona.

Capítulo 6

Esas palabras giraban en la cabeza de Pia. Era la mayor locura, incluso, que el beso.

– No he decidido que vaya a tener los bebés -susurró.

– Claro que sí. ¿Vas a olvidarte de ellos?

– No, pero…

De no haber estado sentada, se habría desmayado. Tenía razón Raúl? ¿Ya había hecho una elección?

Cerró los ojos. Tenía que tenerlos, no tenía elección. Ya fuera o no la mejor persona del mundo, sí que era la que Crystal había elegido. Era una locura, le daba miedo y sería algo que le cambiaría la vida, pero tenía que hacerlo. Su amiga dependía de ella.

Abrió los ojos.

– Oh, Dios. Voy a quedarme embarazada -se puso de pie con el pecho encogido y el corazón bombeándole a mil por hora-. No puedo respirar.

Él rodeó el escritorio, le agarró las manos y se las apretó con fuerza.

– Yo te ayudaré.

– Esto no tiene nada que ver contigo.

– Quiero ayudar. Quiero ser tu… -parecía estar buscando una palabra que describiera lo que estaba ofreciendo-. Tu compañero de embarazo. Te llevaré al médico, iré a comprarte encurtidos, lo que necesites.

– No necesito encurtidos -le dijo ignorando la cálida sensación de su piel contra la de ella. No era el momento de dejarse arrastrar por la debilidad-. No me gustan. No lo suficiente como para que se me antojen -¿un compañero de embarazo?-. Puede que te llevaras demasiados golpes en la cabeza cuando jugabas al fútbol americano.

A pesar de que ella intentaba soltarse, él no apartó las manos.

– Pia, hablo en serio. No tienes familia aquí. Tienes amigas, pero todas tienen sus vidas. Necesitas poder depender de alguien durante los próximos nueve meses, y yo me ofrezco a ser ese alguien.

«¿Los besos vienen incluidos en la oferta?», pensó ella durante un instante.

Logró soltarse las manos y dio un paso atrás.

– No sabes lo que estás diciendo. ¿Por qué ibas a darme nueve meses de tu vida para ayudarme?

– ¿Por qué ibas tú a ofrecerte a tener a los bebés de Crystal?

– Eso es distinto. Ella era mi amiga.

– Cierto. Yo no la conocí, pero sí que conocí a Keith. Éstos también son sus hijos. Ese hombre murió en mis brazos, Pia. Yo estaba allí. Se lo debo. Ayudarlo a traer a sus hijos al mundo me parece lo mínimo que puedo hacer.

Eso casi tenía sentido, pensó ella.

– Bien, de acuerdo, pero tal vez podrías donar algo a la caridad. Eres rico, un tipo famoso. Tienes una vida y probablemente una novia.

– No tengo novia. No te habría besado si la tuviera.

Lo cual generaba la pregunta de por qué lo había hecho…

– Raúl, eres muy dulce al ofrecerte, pero no.

– ¿Por qué? ¿Es que no confías en mí?

– ¿Qué quieres decir?

– No voy a ofrecerte todo esto para luego cambiar de opinión. No pienso marcharme.

Ella hizo lo que pudo por no estremecerse ante esas palabras. Raúl ya sabía suficiente sobre su pasado como para suponer que una de sus preocupaciones era que la abandonaran. Lentamente, ella volvió a su silla y se sentó. Después de respirar hondo, lo miró como si pudiera encontrar una respuesta en sus preciosos rasgos.

Allí no había nada nuevo, solo los mismos ojos grandes y oscuros, los mismos pómulos y esa boca perfecta.

Él se sentó frente a ella.

– Lo digo en serio, Pia. Quiero ayudar. Por ti y por Keith. Deberías dejarme intentarlo. Lo que estás haciendo es importante. Deja que te ayude.

– ¿Qué significa ser un compañero de embarazo? -preguntó con cautela.

– Lo que tú quieras que signifique. Como te he dicho, te llevaré al médico en coche, iré a buscarte los antojos, y te escucharé mientras hablas de lo hincados que tienes los tobillos.

Algo pasó por los ojos de él, algo oscuro, una emoción cargada de miedo que la hizo preguntarse sobre su pasado. Pero antes de poder preguntar, esa emoción ya se había desvanecido.

– Estaré ahí para ti, Pia. No habrá reglas, ni expectativas. No tendrás que pasar por esto sola.

Eso sonaba perfecto, pensó ella mientras se preguntaba si era posible. ¿De verdad podía depender de él, confiar en él, saber que estaría a su lado?

No estaba acostumbrada a apoyarse en la gente. No desde el instituto, cuando sus padres la abandonaron… de una u otra forma. Ya que Raúl y ella no estaban relacionados emocionalmente, la situación era completamente diferente de lo que había sido con sus novios. Si decidía marcharse, no sería para tanto. ¿Verdad?

– Es una idea interesante -comenzó a decir Pia- y te lo agradezco, pero ¿por qué ibas tú a hacer algo así?

– Estaré a tu lado -dijo con firmeza- porque me gustas. Y porque estás haciendo algo bueno. Tal vez porque hay cosas de mi pasado que no salieron como yo quería, y esto me hará sentirme mejor al respecto.

– ¿Cómo sabes en qué estoy pensando?

– Simplemente lo sé, y estaré contigo.

Una parte de ella quería creerle. Ser capaz de depender de alguien, especialmente mientras estaba embarazada y preocupada por dar a luz y criar a tres niños, sería una maravilla. Pero otra parte de ella sabía que lo que a la mayoría de la gente se le daba mejor era salir corriendo y dejarte atrás.

– Míralo de este modo: utilízame sin ningún reparo. Y entonces, si me marcho, acabas teniendo razón. Sales ganando todo el rato.

Punto interesante. Sonaba muy sincero. No cuerdo del todo, pero sincero.

– De acuerdo -asintió ella lentamente-. Puede que sí.

– Te tomo la palabra -se acercó y rozó su boca contra la de ella.

De nuevo, ese suave beso hizo que todo su cuerpo reaccionara. Quería que Raúl se abalanzara sobre ella, pero se contentó con acordarse de respirar.