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Pia le dio las gracias y se marchó. Tanta información le daba vueltas en la cabeza. Agradecía que el procedimiento pudiera realizarse con tan relativa facilidad y agradecía los intentos de la doctora de reconfortarla por lo sucedido en el pasado. Pia sabía lógicamente que ella no tenía la culpa de haber perdido al bebé, pero no podía evitar sentir que tarde o temprano recibiría un castigo por ello.

¿Y qué significaba eso? ¿Tenía que ceder ante el miedo y no tener los bebés de Crystal? Eso tampoco le parecía correcto. Si seguía adelante, tendría que tener fe. Ella, por su parte, lo haría todo bien, se cuidaría al máximo y después los bebés tendrían que ocuparse del resto. Un plan razonable, se dijo. Una respuesta racional.

Pero no podía evitar preguntarse si Crystal le habría dejado los embriones de haber sabido la verdad.

Pia apenas llevaba cinco minutos en su despacho cuando Marsha la llamó.

– Están aquí -dijo la alcaldesa desesperada-. Sabía que vendrían, pero aun así…

– ¿Quién está aquí?

– Los periodistas. Están por todas partes. Necesito que vengas al ayuntamiento y que los encandiles.

– ¿Es aquí donde te digo que no me siento especialmente encandiladora?

– No, no es aquí. Estamos desesperados. Charity también hará preguntas. Necesito ver juventud, mujeres sexys y seguras de sí mismas. Nada que os haga parecer solteronas.

A pesar de todo lo que había sucedido esa mañana. Pia estalló en carcajadas.

– No creo que nos llamen así en este siglo, Marsha.

– Claro que lo harán, cuenta con ello. ¿Vas a venir?

– Allí estaré. Dame quince minutos.

– Que sean doce.

Pia llegó al ayuntamiento en diez minutos y encontró que la alcaldesa no estaba de broma. Había varias furgonetas de distintos medios aparcados en la calle con periodistas. Era un perfecto día de otoño, no demasiado frío, con el cielo azul y las hojas de los árboles dando toques rojizos y amarillos.

Podía ver a Charity hablando con dos periodistas a la vez y una multitud de residentes que empezaban a congregarse. Respirando hondo y recordándose que tenía que hablar con coherencia, dio un paso al frente.

– Hola. Soy Pia O’Brian. Trabajo para el Ayuntamiento. La alcaldesa Tilson me ha pedido que venga por si tienen alguna pregunta.

Inmediatamente tres cámaras se centraron en ella y se encendieron unas luces cegadoras. Pia hizo lo que pudo por no parpadear como un topo al ver el sol.

– ¿Cómo te llamas? ¿Puedes deletrearlo?

No creía que Pia fuera un nombre difícil, pero lo hizo de todos modos.

– ¿Qué es eso de la escasez de hombres? -preguntó un joven-. ¿De qué forma los espantáis?

– ¿Es una cuestión de sexo? -preguntó otro hombre-. ¿Es que las mujeres del pueblo no son marchosas?

Creían que la razón era que ellas estaban haciendo algo malo, pero hizo lo que pudo para que no se notara su enfado.

– Demográficamente, no estamos tan equilibrados como otras comunidades -dijo ella con calma-. Nacen menos hombres que en otros lugares. Ya que el padre determina el género del hijo, tendrás que hablar con los hombres del pueblo para que ellos te respondan.

El más joven de los tres la miró como si no pudiera recordar qué le había preguntado. Mejor para ella, pensó Pia.

– Fool’s Gold es una comunidad familiar -continuó-. Tenemos un excelente sistema escolar, un bajo índice criminal y somos un destino turístico bastante popular. Aquí los negocios prosperan y acabamos de firmar un contrato para traer un segundo hospital a la zona que incluirá un centro de rehabilitación, que es algo que necesita esta parte del estado.

– ¿Están contentas las mujeres del pueblo con la invasión de hombres? -preguntó el segundo reportero-. Puede que alguna tengáis suerte.

– Oh, bueno -dijo Pia sabiendo que golpear a alguien delante de una cámara no era bueno-. Los turistas siempre son bienvenidos.

– Hemos oído que hay autobuses cargados de hombres dirigiéndose hacia aquí desde todas partes del país.

Eso no podía ser nada bueno. ¿Autobuses cargados? ¿Qué iban a hacer con ellos? No le parecía que un hombre que lo dejaba todo, se subía a un autobús viajaba hasta un lugar que nunca había visto con la esperanza de encontrar mujeres, fuera especialmente estable. Si todo eso era verdad, sería una pesadilla.

– Qué suerte tenemos -dijo ella-. Fool’s Gold siempre está preparado para hacer que los visitantes se sientan como en casa. Especialmente las familias.

– Pero estáis escasos de hombres -dijo el mayor de los tres-. Así que estarás personalmente interesada en los tipos que vendrán. No puedes conseguir una cita, ¿verdad?

Pia enarcó las cejas conteniendo su furia.

– ¿Te parezco una mujer que no puede conseguir una cita? ¿Es eso lo que estás diciendo? ¿Que deberíamos estarle agradecidas a cualquiera que se presente aquí con un poco de afecto? ¿De verdad crees que estamos tan desesperadas…?

– Ahí estás -dijo una voz masculina mientras una mano se deslizaba sobre la parte baja de su espalda.

Se giró y vio que Raúl estaba a su lado.

Él le lanzó una mirada de advertencia, que fue absolutamente innecesaria. Aun así, decir que las mujeres del pueblo se morían por recibir un autobús lleno de hombres era más que insultante. Claro que muchas de las mujeres de por allí querían conocer a alguien especial y casarse, pero eso era muy distinto a estar desesperada por cualquier hombre que las mirara.

Raúl extendió la mano derecha hacia los reporteros.

– Raúl Moreno. Un placer.

Pia tuvo la satisfacción de ver cómo dos de los tres hombres se quedaban boquiabiertos.

– ¿El jugador de fútbol americano? -preguntó el más joven-. Jugabas para los Dallas. Por Dios, ¿vives aquí?

– Fool’s Gold es un lugar genial, familiar y muy bueno para los negocios. He abierto un campamento para los niños en las montañas. Se va a construir un nuevo hospital y una escuela de ciclismo dirigida por Josh Golden.

El reportero más mayor frunció el ceño.

– Es verdad. Josh Golden vive aquí. Ey, creía que había escasez de hombres.

– Puede que tengamos algunos retos demográficos, pero seguimos siendo una comunidad próspera y feliz. Si los solteros quieren formar parte de todo esto, genial. Si creen que acaban de entrar en la tierra de las mujeres desesperadas, están muy equivocados.

Mientras hablaba, Pia era consciente de la mano de Raúl aún sobre su espalda; una mano fuerte, cálida y muy, muy, agradable. Se vio queriendo inclinarse hacia delante, tal vez apoyar la cabeza contra su pecho, pero eso no sería lo más inteligente. No tenían una relación… aunque existía una diminuta posibilidad de que ella estuviera planteándose pedirle un poco de sexo.

¿Hasta qué punto se extendía la oferta del compañero de embarazo?

– Hay mucha industria regional que podría interesaros -les dijo Raúl-. Tenemos un constructor que construye turbinas de viento. Su equipo y él están diseñando unas hojas con materiales especiales.

Los reporteros intercambiaron miradas, como si el tema de las turbinas de viento no los emocionara especialmente. Pero Pia vio lo que estaba haciendo Raúclass="underline" centrándose en todos los negocios dirigidos por hombres, intentando confundir a los periodistas lo suficiente como para que se quedaran sin artículo.

– Si queréis saber algo del lugar -les dijo Pia con un tono de lo más agradable-, id a la Librería Morgan. Lleva aquí muchos años. Cuando era pequeña, siempre se aseguraba de tener para mí los libros de Nancy Drew.

Raúl sacó una tarjeta de visita del bolsillo de su camisa.

– Si alguno quiere ponerse en contacto conmigo sobre lo de la entrevista, estoy disponible.

– Genial -dijo el más joven-. Te llamaré. Podemos hacer un artículo, algo así como la vida después del fútbol americano.