Выбрать главу

– Claro.

Los tres hombres se marcharon y Pia contuvo su alegría cuando las luces de las cámaras se apagaron.

Se giró hacia Raúl y sonrió.

– Lo has hecho. Has salvado al pueblo.

Él la apartó de la multitud.

– No te emociones tanto. Los hemos engañado, pero no durará mucho. Este problema no irá a ninguna parte.

Ella no quería pensar en eso.

– ¿Cómo es que has venido?

– La alcaldesa me ha llamado pidiéndome ayuda. Está preocupada por la clase de hombres que se presentarán aquí siguiendo la noticia.

Pia sonrió.

– Te lo ha suplicado, ¿verdad?

Él se encogió de hombros.

– Ha sido incómodo. Además, no quiero que le den mala prensa a este lugar. También es mi hogar. Hemos ganado algo de tiempo, pero si de verdad hay autobuses cargados de hombres dirigiéndose hacia aquí, los periodistas volverán.

– Pues supongo que deberíamos ir pensando qué decir cuando vuelvan. Eso sin mencionar cómo organizar a hordas de hombres solteros. ¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿Crees que vienen para quedarse o para ver si tienen suerte?

Él la miró.

– Es una pregunta retórica, ¿verdad? No buscabas una respuesta.

Ella se rio.

– Nos has salvado por el momento y eso basta. Pero si tienes alguna idea brillante…

– Serás la primera en saberlo.

Se quedaron mirando. Era guapísimo… y esas manos… parecían… grandes.

Las palabras de la doctora Galloway llenaban su cabeza. Pia sabía que una vez que tuviera a los bebés de Crystal, sus días de citas habrían acabado. Y no es que hubiera salido mucho, pero aun así. Siempre había tenido la ilusión de encontrar a un gran hombre y al final había terminado siendo madre soltera de trillizos.

– ¿Qué? -preguntó Raúl-. Estás pensando algo.

Sería pedir demasiado y seguro que estaba mal, pero… era tan atractivo.

– ¿Te gustaría venir a cenar? -le preguntó ella antes de poder evitarlo-. Así podríamos hablar del embarazo un poco más. Hoy he visto a mi médico y me ha dado mucha información.

– Claro. ¿Quieres que lleve algo?

– Un vino estaría bien. Si voy a quedarme embarazada, no volveré a beber en nueve meses.

Fijaron la hora y ella le dio su dirección. Mientras Raúl se alejaba, se quedó mirándolo. Entre ese momento y la cena, tenía varias horas para decidir si de verdad le pediría a Raúl un revolcón antes de adentrarse en la carretera del embarazo.

La idea de estar con él la hizo sentir un cosquilleo. Basándose en lo que sabía de su pasado, tenía mucha práctica en lo que respectaba a lo salvaje. Seguro que sería la mejor noche de toda su vida.

Pia nunca había sido una buena cocinera y ésa era otra de las habilidades que necesitaría para ser una madre de éxito, pensó mientras subía los dos tramos de escaleras hasta su apartamento. Había comprado un pollo asado y varias ensaladas. Herviría brócoli y serviría de postre moras con el helado. Suponiendo que llegaran tan lejos.

Cuanto más pensaba en pedirle a Raúl una noche salvaje, más le gustaba la idea. Claro que esa misma idea iba acompañada por un pánico que le encogía el estómago.

Metió la compra en la nevera, se duchó rápidamente y se echó loción con aroma a jazmín. Eligió un maquillaje suave y un sencillo vestido verde abotonado por delante que marcaba sus curvas.

Había cambiado las sábanas el día anterior, así que las dejaría así. Había comprobado la caja de preservativos que guardaba, aunque no es que fuera algo que solía necesitar. Aún quedaban tres dentro y según la caja faltaba un mes para que caducaran. Qué suerte.

Ahora era cuestión de esperar hasta que Raúl apareciera y después decidiría si se lo pedía o no. Lo malo era que si él decía no, sería una situación muy incómoda y entonces ella podría despedirse para siempre de la oferta de su compañero de embarazo. Aunque, por otro lado, no es que contara con ello en realidad.

No tenía la más mínima idea de lo que él pensaría de ella; probablemente le gustaba, pero gustar y desear eran dos cosas muy distintas. Lo último que quería era sexo por compasión. Que te tuvieran pena era lo peor que te podía pasar.

También tenía que pensar en su pasado, en todas esas fans abalanzándose sobre él. Seguro que eran mucho más perfectas de lo que ella había esperado ser. En sus mejores días podía decirse que era guapa, pero por lo general era de lo más normalita.

Pasó los siguientes diez minutos volviéndose loca mientras decidía si se lo preguntaría o no. Tanto darle vueltas al asunto estaba empezando a marearla y agradeció oír un golpe en la puerta.

– Justo a tiempo -dijo ella al abrir.

Raúl entró en su pequeño apartamento y pareció llenar el espacio. Era alto y ancho y de pronto Pia sintió que el lugar se había quedado sin aire.

– Hola -dijo él, dándole una botella de vino blanco y después besándola en la mejilla-. Estás genial.

A Pia le resultó imposible hablar.

Él se había cambiado para cenar e incluso se había duchado. Llevaba la camisa metida por dentro de su pantalón caqui, pero la tela parecía ceñirse a todos sus músculos. Olía a limpio y estaba muy sexy. La boca se le hizo agua.

– Gracias -logró decir ella y le devolvió la botella-. ¿Puedes abrirla?

– Claro.

Él miró a su alrededor, encontró la cocina y fue hacia allí. Pia lo siguió, sacó el sacacorchos de un cajón y se lo dio. Después, agarró unas copas y las dejó sobre la encimera.

– Hoy he ido a ver a mi doctora. Hemos hablado sobre los pasos que tengo que dar y me ha hecho un examen.

– ¿Qué te ha dicho?

– Que no hay razón por la que no pueda traer al mundo a los bebés de Crystal. Al parecer, el proceso de implantación no es tan malo.

Pronunciar esas palabras hacía que todo pareciera demasiado real.

– Dos semanas después, me hacen una prueba de embarazo.

– ¿Te implantarán los tres al mismo tiempo?

– Ella cree que es lo mejor. Al parecer, existe la posibilidad de que no todos sobrevivan al proceso de descongelación, pero aunque lo hagan, tres está bien.

Él le entregó su copa de vino.

– ¿Estás preparada para esto?

– No, pero no voy a prepararme de pronto. Creo que lo mejor es que vaya haciéndome a la idea.

– Pero no tienes por qué hacerlo. No tienes por qué tener a los bebés de Crystal.

Ella agarró el vino con ambas manos.

– Sí, claro que sí. Es lo que ella quería y es mi amiga. Habría hecho lo que fuera por salvarla; darle un riñón, mi médula. Lo que fuera. Nada de eso habría ayudado, así que voy a tener a sus hijos y los criaré como si fueran míos.

Veía distintas emociones en los ojos de Raúl, pero no podía identificarlas.

– Eres una mujer impresionante, Pia O’Brian.

– No es verdad, pero gracias por pensarlo.

Ella lo llevó hasta el salón y se sentaron cada uno en un extremo del sillón.

– ¿Nerviosa?

Lo estaba, pero no por las razones que él se imaginaba.

– Sí, pero estoy asumiéndolo.

Él miró a su alrededor.

– ¿Cuántas habitaciones tienes?

– Una. Tendré que mudarme, ¿verdad? Necesitaré más habitaciones -pensó en los dos tramos de escaleras que subía y bajaba varias veces al día. No podría hacerlo con un carro… o tres.

Él alargó el brazo sobre el respaldo del sofá rojo y le dio una palmadita en el hombro antes de posar los dedos suavemente sobre ella.

– No tienes que mudarte hoy. No te preocupes. Cuando llegue el momento, yo te ayudaré.

– Llevo seis años viviendo aquí -murmuró ella, consciente de su cálida caricia-. No quiero mudarme.

¿Qué otros cambios habría? ¿En cuántas otras cosas no había pensado?

– ¿Podemos cambiar de tema, por favor? Estoy empezando a ponerme de los nervios.