En cuestión de segundos, él había sustituido el encaje de seda por sus manos desnudas. Piel sobre piel, pensó ella, con los ojos cerrados. Raúl la acariciaba con delicadeza, explorando sus curvas.
Ella se concentró en cada caricia, en cada roce de sus dedos y sus manos. Él se acercaba más y más a sus pezones, aunque no llegaba a tocarlos. El contacto aumentó la excitación de Pia y entonces, cuando estaba a punto de sujetarle las manos y colocarlas ahí donde quería, él se agachó y tomó su pezón izquierdo en su boca.
Ese beso húmedo y ardiente hizo que se le cortara la respiración y que ese punto entre sus muslos se infamara cargado de deseo.
Raúl pasó al otro pecho y, mientras, ella le acarició la cabeza y los hombros, sintiendo su fuerza. El deseo la invadía y la hacía sentirse deliciosa y viva.
– Deberíamos animar la fiesta -susurró él mientras se quitaba la camisa.
Ella asintió y su mirada quedó prendada de ese ancho torso. Quería tocarlo y saborearlo, explorarlo, pero él ya estaba apartándose. Mientras lo seguía, ella se desabrochó el resto de los botones del vestido y se lo quitó, además de descalzarse, mientras caminaba.
Cuando se reunieron en el dormitorio, él estaba desnudo y al verlo, ella comprendió el concepto de belleza masculina. Su pelo era un conjunto de definidos músculos, su cintura era estrecha y sus piernas fuertes. Estaba excitado y preparado, con una mirada intensa y centrada en ella. Solo mirarlo la hizo temblar. Mientras ella se movía hacia él, él la rodeó por la cintura y ambos cayeron sobre la cama.
– ¿Tienes preservativos? -le preguntó él antes de besarla.
Pia asintió.
– Bien. No queremos que ninguna gota de esperma esté por ahí con los embriones de Crystal. La cosa podría ponerse muy concurrida ahí abajo.
Sonrió mientras hablaba y sus ojos parecían estar vivos de diversión y deseo. Fue una combinación irresistible. Y entonces volvió a besarla. Ella se dejó perder en la sensación de su boca sobre la suya.
Sus lenguas se entrelazaron en una erótica danza y después él pasó a moverse por su cuello, como había hecho antes. Ese hombre era muy hábil, pensó ella como en una ensoñación y sintiendo cómo cada parte de su cuerpo ardía y se derretía. Cuando él tomó su lóbulo en su boca, Pia tuvo que morderse el labio inferior para evitar gritar. Y cuando ella sintió su peso tendiéndose junto a su cuerpo, tuvo que controlarse para no separar las piernas a modo de descarada invitación. Lo quería… lo quería todo de él… dentro… encima… dándole placer a ambos hasta la locura.
Cuando él acarició sus pechos, fue tan placentero como al principio y con cada roce de su lengua contra sus pezones sintió un cosquilleo entre las piernas. Podía sentir cómo estaba inflamándose para él.
Él bajó la boca y se detuvo lo suficiente para quitarle las braguitas con un suave y sencillo gesto. Ella quería sentir sus besos sobre su vientre, pero la calidez de sus labios la sintió en la cara interna de los tobillos.
– ¿Que estás haciendo?
Lo notó reírse.
– Y yo que creía que eras guapa e inteligente.
Fue subiendo dejando un rastro de besos por su pierna hasta situarse entre sus muslos.
Ella separó más las piernas sabiendo que si no lo hacía acabaría suplicando. Entonces la boca de Raúl se posó sobre la parte más sensitiva de su ser y un cálido placer la invadió.
Él se movía lentamente, como si estuviera descubriéndola. Era una caricia perfecta, lo suficientemente rápida como para excitar y lo suficientemente delicada como para hacer que todo lo que él hacía fuera magia. Se detuvo para decirle cuánto le gustaba mirarla así y esas palabras la excitaron casi tanto como el dedo que se hundió en su interior.
Mientras la acariciaba, posó la boca sobre un terso e inflamado punto que rozó con su lengua, provocándole un espasmo de placer. Movía la lengua al mismo tiempo que el dedo, hacia delante y hacia atrás, dentro y fuera. Pia no podía recordar la última vez que un hombre le había hecho algo así, la última vez que había sentido ese calor líquido fluyendo por su cuerpo, la promesa de liberarse en cuestión de segundos.
Intentó contenerse, al querer saborear el momento el máximo tiempo posible y aunque el final sería genial, ese momento de espera y anticipación tampoco tenía precio. Pero era como nadar contra corriente. Agotador e imposible. Cada movimiento de su lengua la acercaba más al borde del placer y cuando él cerró los labios alrededor de ese punto, ella se perdió y se produjo un fuerte estallido de placer.
Los músculos se tensaron y se relajaron y cada célula de su cuerpo tembló según el placer iba abriéndose paso en su cuerpo. Se rindió a las sensaciones, arqueando la cabeza hacia atrás y jadeando una y otra vez.
Cuando logró pensar de nuevo, abrió los ojos y vio a Raúl sonriéndole con expresión de satisfacción.
– No eres todo eso -le dijo ella apenas sin respiración.
– Claro que sí.
Raúl se inclinó y le lamió un pezón. Ella se estremeció y tuvo que resistir las ganas de llevarlo hacia sí para que volvieran a hacerlo. En lugar de eso, abrió el cajón de la mesilla y sacó la caja de preservativos.
– ¿Es esto? -preguntó él frunciendo el ceño.
– ¿Qué quieres decir? ¿Es que no son buenos?
Él esbozó una media sonrisa.
– Solo hay tres.
– ¿Solo?
– Se supone que es tu última noche de sexo, ¿no debería ser memorable?
– Pensé que con uno bastaba.
Él sacó un preservativo y metió el paquete en la mesilla.
– Pues tendré que demostrarte que no.
El instituto de Fool’s Gold estaba situado en la carretera que conducía a la estación de esquí. El campus solo tenía cinco años de antigüedad, con un edificio dedicado a la ciencia, un gran estadio y un auditorio que podía albergar a quinientas personas.
Raúl se encontraba sobre el escenario frente a los estudiantes. Había apartado el pódium, ya que preferí caminar de un lado para otro.
– Cuando empecé no era rico y famoso -les dijo a los muchachos-. Cuando tenía vuestra edad, estaba en una casa de adopción luchando contra el sistema responsable de alimentarme y vestirme. Sabía que no le importaba a nadie, no como persona. Yo no era más que un número para los trabajadores sociales y un ingreso constante para mi familia adoptiva.
Se detuvo y miró a los ojos a varios de los jóvenes del público.
– Algunas familias se preocupan verdaderamente por los chicos a los que acogen y los aplaudo. Los trabajadores sociales que conocí estaban agobiados de trabajo, intentaban hacer lo mejor, pero no tenían ni las herramientas ni los recursos apropiados. Por eso me implique en algunas cosas que debería haber evitado.
Caminó hasta el borde del escenario y miró a los alumnos.
– Las bandas pueden parecer muy chulas en la fantasía. Te dan un lugar al que pertenecer y crees que adquieres estatus. Estás rodeado de gente que te acepta. Si están lo suficientemente locos, nunca sabes lo que va a pasar y eso también puede ser divertido -se encogió de hombros-. Pero también puede dejarte peor de lo que podrías imaginarte nunca. Embarazada. En la cárcel. O muerto -dejó que esas palabras pendieran en el aire un momento.
– Cuando tienes dieciséis años, el futuro parece estar muy lejano, pero yo estoy aquí para hablaros del valor de pensar a largo plazo. De saber lo que quieres y de ir tras ello, independientemente de cuánta gente te diga que es imposible. Pasé los primeros meses de mi primer año de carrera en la calle, viviendo en un edificio abandonado. Tenía amigos que me ayudaron, pero la gran diferencia la marcó el encontrar a alguien que creía en mí. Y que me enseñó a creer en mí mismo. Eso es lo que tenéis que hacer. Creed que podéis hacerlo.