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Fue al otro lado del escenario y miró a los chicos.

– El diccionario nos dice que un mentor es un guía en el que se confía. Sed lo que queréis ver en los demás. Implicaos con alguien más joven que os necesite. Es como lanzar una piedra a un lago. Las ondas se extienden para siempre.

Habló un poco más sobre la importancia de hacer lo correcto, y después dijo que respondería preguntas.

Formularon las típicas preguntas sobre sus partidos con los Cowboys y lo que había supuesto lograr que su equipo de la universidad venciera durante dos temporadas seguidas.

– Yo no lo hice -dijo sinceramente-. Era miembro de un excelente equipo. Todo el mundo hacía su parte y por eso ganamos. El fútbol americano no es el golf. No estás solo tú y el balón. Te rodea mucha gente. Todo equipo es tan fuerte como su jugador más débil.

Una pequeña chica de la tercera fila alzó la mano.

Él la señaló.

– ¿Sí?

– ¿Alguna vez has ejercido de Hermano Mayor? Mi tío lleva ayudando a un chico dos años.

– Bien por él -dijo Raúl-. En cuanto a lo de ser un Gran Hermano, es difícil para un tipo como yo porque la prensa lo descubre enseguida y todo se complica. Por eso colaboro de este modo, doy charlas en escuelas, comparto ideas, trabajo con los profesores.

Siguió charlando un par de minutos más y quedó aliviado al ver que los estudiantes estaban haciéndole caso y que los profesores presentes asentían ante lo que decía.

Quería que se levantaran y le gritaran porque, ¿en qué planeta un antiguo jugador de fútbol americano sería tan famoso como para no poder llevar a un muchacho a la bolera? Hombres mucho más famosos que él tenían vida privada.

La verdad no era tan bonita. No quería involucrarse personalmente. No quería preocuparse. El precio era demasiado alto. Mejor que las cosas fueran superficiales; así, nadie salía herido, incluyéndolo a él.

Una filosofía con la que Pia no estaría de acuerdo, pensó mientras terminaba el discurso. Ella era de las que se lanzaban primero y luego hacían preguntas. Eso era lo que estaba haciendo con los embriones. Eso sí que era una mujer con convicción y valor, pensó mientras terminaba y sonrió cuando lo aplaudieron. Tres noches antes se había quedado con ella y desde entonces su cama había estado un poco más fría, un poco más vacía.

Pero conocía el valor de estar solo y el peligro de hacer que algo fuera más de lo que era en realidad. De algún modo volvería a pasar por eso.

Pia esperó nerviosa sobre la mesa acolchada.

– No pasa nada -le dijo el técnico-. Las ecografías no duelen.

– Tienen que tener algo malo.

– Lo siento, pero no. Incluso calentamos el gel que utilizamos sobre tu barriga. Es una de las pruebas médicas más sencillas.

– Mejor que un enema de contraste.

La otra mujer, Jenny según decía su etiqueta, se rio.

– ¿Alguna vez te han hecho un enema de contraste?

– He oído rumores. No son divertidos.

– No, no lo son, pero esto es sencillo.

Jenny alzó el camisón de papel de Pia y extendió gel sobre su vientre.

No dolía en absoluto; no era más que una sensación cálida moviéndose sobre ella. Bien, pensó. «Las ecografías no duelen».

Unos minutos después, Jenny la cubrió y se disculpó. Pia se quedó allí en la habitación suavemente iluminada, haciendo todo lo que podía por respirar. Pronto descubriría si estaba preparada para la implantación. Si lo estaba, llegaría el momento. Una vez que los embriones estuvieran descongelados, ya no habría vuelta atrás.

Antes de poder levantarse de la camilla y salir corriendo del edificio, la doctora Galloway apareció allí.

– He oído que estás lista -dijo la doctora con una sonrisa-. Vamos a ver.

Estudió el monitor.

– Muy bien -murmuró-. Sí, Pia, diría que mañana podemos implantarte los embriones, si tú quieres -le acarició un brazo-. También podemos esperar un mes, si necesitas más tiempo.

¿Preparada? ¿Como para hacerlo ya?

Pia abrió la boca y volvió a cerrarla. Se le encogió el pecho, como si algo muy pesado estuviera presionándolo. Sintió náuseas y mareo. Preparada.

– ¿Los óvulos pueden estar listos mañana? -preguntó apenas con voz.

– Sí. Te citaríamos justo después de almorzar. No tienes que decidirlo hoy. Estarás igual de preparada el mes que viene.

Cierto, pero un mes era mucho tiempo de espera. Pia temía asustarse incluso más, o intentar convencerse a sí misma de no seguir adelante.

Respiró hondo y se preparó para decir:

– ¿A qué hora mañana?

Al parecer, la definición de la doctora Galloway de «indoloro» y la de Pia no eran exactamente lo mismo. Que te insertaran un catéter era una experiencia horrorosa, pero Pia hizo lo que pudo por relajarse y seguir respirando.

– Hecho -le dijo la doctora unos segundos después. Se levantó y le bajó el camisón a Pia antes de cubrirla con una sábana.

– Quédate aquí tumbada unos veinte minutos para que todo se asiente. Después, podrás irte.

– ¿Y no tengo que hacer nada? ¿Evitar actividades extenuantes o cosas así?

– Yo me quedaría quieta unas cuantas horas. ¿Tienes las vitaminas que te di?

La doctora Galloway le había dado muestras los días anteriores, junto con una receta. Se había tomado su primera vitamina prenatal esa mañana junto con un desayuno de lo más sano.

– Sí.

– Entonces es todo lo que necesitas por ahora.

La doctora bajó las luces y salió de la sala. Pia intentó ponerse cómoda sobre la camilla, cerró los ojos y colocó las manos sobre su vientre bajo.

– Hola -susurró-. Soy Pia. Conocí a vuestra madre. Era increíble y maravillosa y os habría encantado.

Pensar en su amiga hizo que se le saltaran las lágrimas. Parpadeó para apartarlas de sus ojos y respiró hondo.

– Ella… murió hace unos meses. Durante el verano. Fue muy triste y todos la echamos de menos. Vuestro padre también se fue, pero ambos querían tener hijos. Especialmente vuestra madre. Quería teneros a los tres, pero no pudo porque murió.

Gruñó. ¡Vaya forma de estropear la conversación!

– Lo siento -murmuró-. Debería haber planeado esto mejor. Lo que estoy diciendo es que de verdad quería esto. Quería que nacierais. Sé que no soy ella, pero voy a hacerlo lo mejor que pueda, lo juro. Voy a leer libros y a hablar con mujeres que son buenas madres. Estaré ahí para vosotros.

Pensó en su madre abandonándola para mudarse a Florida.

– Jamás os dejaré -les juró-. Pase lo que pase, estaré siempre a vuestro lado. No me marcharé ni me olvidaré de vosotros -presionó su vientre-. ¿Lo sentís? Soy yo. Estoy aquí.

El miedo pendía como telón de fondo, la posibilidad de un castigo cósmico por haber deseado abortar en la universidad, pero lo cierto era que no podía cambiar el pasado. Solo podía rezar para que las almas de los inocentes estuvieran protegidas. Y si alguien tenía que ser castigado, fuera ella únicamente.

– Lo siento también -susurró-. Me equivoqué -a pesar de la promesa de la doctora Galloway de que no había sido culpa suya, no podía evitar preguntarse si lo era.

Oyó una llamada en la puerta.

– Adelante.

Raúl entró, se le veía increíblemente alto y masculino.

– Ey, la doctora dice que ya está.

Pia intentó sonreír.

– Eso me han dicho. No me siento distinta.

– ¿No oyes voces? -preguntó con una sonrisa.

– No creo que oír voces sea una buena señal.

Él se sentó en un taburete y le tomó las manos.

– ¿Asustada?

– Aterrorizada. Estaba diciéndoles que se agarrara bien y que estaría a su lado.

La miró a los ojos.

– Voy a decirte lo mismo, Pia. Estaré a tu lado en esto.

Ella contuvo las lágrimas otra vez.

– ¿Por Keith?