– Y por ti. Tengo que hacer esto.
Pia logró esbozar una sonrisa.
– ¿Entonces se trata únicamente de ti? Muy típico de los hombres.
– Así soy yo -se inclinó y la besó en la frente-. ¿Qué pasa ahora?
Ella intentó no centrarse en la calidez de su piel ni en lo segura que se sentía a su lado. Incluso aunque Raúl se quedara a su lado durante el embarazo, no había forma de que se quedara después. Acostumbrarse a tenerlo cerca no sería una opción.
– Me quedaré aquí hasta que la enfermera me eche a patadas. En teoría, puedo volver al trabajo, pero me iré a casa. Voy a pasar la tarde tirada en el sofá por eso de la gravedad.
– Vale. ¿Qué te apetece?
Durante un segundo, ella pensó que se refería al sexo, esa parte de ella que se había quedado encantada y saciada quiso suplicarle que lo repitieran, pero no era posible. No, después de la implantación.
– ¿Italiano? ¿Mejicano? Iré a por comida.
Oh, claro, comida.
– Me da igual. No tengo hambre.
– La tendrás en unas horas y tienes que comer.
– Por los bebés -dijo ella con la mano sobre el vientre-. ¿Crees que debería cantarles algo?
Él se rio.
– ¿Quieres hacerlo?
– No se me da muy bien.
– Podrías animarlos. ¿Te acuerdas de alguna del instituto?
Ella se rio.
– Te lo agradezco, pero es demasiado extraño para mí.
Él le acarició la mejilla.
– Mírate. ¿Qué van a decir tus amigas?
– Mis amigas me apoyarán por completo. Las que lo saben ni siquiera se han sorprendido, pero mis amigas de antes… -suspiró-. Como te he dicho, en el instituto no fui muy simpática. Demasiado dinero y genio y nada de compasión.
– ¿Cuándo cambió eso?
– En mi último año.
La puerta se abrió y una enfermera se asomó.
– Puedes irte, Pia. Cuando estés vestida, pásate por recepción. Volveremos a verte dentro de dos semanas.
– Gracias.
Se incorporó y Raúl la besó.
– Esperaré fuera.
– De acuerdo.
Lo vio marcharse y con cuidado se puso de pie y comenzó a vestirse. Mientras se ponía los vaqueros, se dio cuenta de que confiaba en Raúl. Al menos por el momento. Después de tanto tiempo, era agradable tener a alguien en quien poder confiar.
Capítulo 9
Pia estaba sentada en una mesa frente al escenario del instituto.
– ¿Estás de broma, verdad? -le preguntó a la alcaldesa.
Marsha apoyó los codos sobre la mesa y bajó la cabeza hasta sus manos.
– Ojalá. Fui al baño y cuando volví habían votado para tener un concurso de talentos de las mujeres solteras del pueblo. Supongo que quieren autobuses llenos de hombres que puedan echarle un buen vistazo a la mercancía disponible.
Cuando se le había pedido a Pia que acudiera a una audición, no había tenido ni idea de dónde se metía.
Allí había por lo menos cincuenta mujeres, lo cual le pareció increíble, y no de un modo positivo. Llevaban desde tutus hasta disfraces de pastoras. Algunas querían empezar diciendo todo lo que sabían cocinar e incluso una mujer sonrió ampliamente para demostrar que tenía todos los dientes.
– ¡Como si eso la convirtiera en buen material de cría! Dime que esto no está pasando.
– Ojalá pudiera.
– ¿Cuándo nos hemos vuelto tan desesperadas? Siempre he sabido que había escasez de hombres, pero ¿tanto? Somos felices como estamos. Hay más mujeres desempeñando los trabajos tradicionalmente relacionados con los hombres. ¿No es eso positivo?
Marsha alzó la cabeza y suspiró.
– Me han dicho que hay mujeres que quieren sentar cabeza, casarse y tener familia. Eso es más difícil aquí. Tienen que elegir entre el surtido limitado que tenemos a mano o trasladarse.
– ¿Surtido que tenemos a mano? -y luego las mujeres se quejaban de que los hombres las trataban como si fueran objetos-. No lo comprendo.
– Yo tampoco, pero es demasiado tarde para deshacerlo. Llegan hombres todos los días.
Una joven veinteañera subió al escenario. Llevaba un leotardo rosa claro y una falda corta. Asintió y comenzó a sonar una música. En cuestión de segundos la participante estaba cantando y haciendo la coreografía de un famoso musical de Broadway.
– Es buena -murmuró Pia-. ¿Qué tengo que hacer? ¿Tomar notas sobre las que más me gustan? ¿De verdad vamos a tener un concurso de talentos?
– No veo el modo de evitarlo, pero me resulta humillante.
– Em, no. Ese honor se lo concederemos a la mujer que hacía malabares con las tartas que había cocinado.
Pia siempre había adorado Fool’s Gold. El pueblo tenía tradiciones y educados residentes. La gente se preocupaba la una de la otra. ¿Y ahora, un capítulo de una tesis y un autobús cargado de hombres iban a cambiarlo todo?
Tal vez había algo en el aire que avisaba de un cambio. No había más que verla a ella. Dos días antes le habían implantado unos embriones. Después, se había pasado la tarde en el sofá y aún no había podido dejar de pensar en ello. Estar embarazada era más un concepto que una realidad. ¿Cómo era posible que estuviera embarazada?
De cualquier modo, le habían implantado los embriones. ¿Estarían aferrándose a ella como les había pedido? ¿Estaban creciendo y haciéndose más fuertes y grandes?
Se acarició el vientre, como si pudiera sentirlos en su interior.
Unos aplausos la devolvieron a la realidad y aplaudió también antes de girarse y ver a Marsha mirándola.
– ¿Dónde estabas? -le preguntó la alcaldesa-. Era muy buena, así que no ha podido ser por el baile.
– Lo siento. Prestaré atención -agarró su boli y se acercó la libreta-. ¿Quién es la siguiente?
– ¿Va todo bien?
– Estoy muy bien.
La alcaldesa no parecía muy convencida.
Pia respiró hondo.
– Crystal me ha dejado sus embriones.
El rostro de Marsha se relajó en una sonrisa.
– ¿Sí? Sabía que se los cedería a alguien. Debes de estar conmovida y aterrorizada a la vez. Es mucha responsabilidad.
– Y que lo digas. Crystal espera que tenga a sus bebés.
Marsha asintió.
– Es pedirle mucho a una amiga. ¿Vas a hacerlo?
– Yo… Me los he implantado hace dos días. Había tres embriones. Todos han sobrevivido a la descongelación, aunque supongo que no es lo que suele pasar. En dos semanas sabremos si se han implantado.
Marsha pareció quedarse impactada un momento y después la abrazó.
– Bien por ti. Es algo increíble. Estoy muy orgullosa.
Esas palabras hicieron que Pia se sintiera bien.
– Estoy impactada. Nada de esto me parece real.
– Te llevará tiempo.
– Tengo nueve meses. Supongo que incluso ahora mismo mi cuerpo podría estar cambiando, pero no me siento distinta.
– Te sentirás. Sobre todo si tienes trillizos.
– No me digas eso. No puedo asumir lo de un bebé, y mucho menos lo de tres. Voy a tener a estos niños sola.
Marsha le apretó la mano.
– Todos estaremos a tu lado, Pia. Lo sabes, ¿verdad?
Ella asintió.
– Todo es surrealista. No dejo de volver a hacerme la misma pregunta. ¿Por qué me eligió Crystal?
– Porque te quería y confiaba en ti.
– Supongo.
La alcaldesa sonrió.
– Tengo una petición personal que hacerte.
– Claro.
– Por favor, ¿puedes tener varones?
Pia se rio.
– Ya está decidido todo. Lo siento. Deberías haberlo hablado con Crystal.
– Odio llegar siempre tarde para todo -se giró hacia el escenario donde un par de chicos estaban colocando unos árboles de cartón-. Dios mío, ¿qué vendrá ahora?
Raúl atravesó el edificio principal del campamento. Un mes antes, los últimos campistas del verano se habían marchado a casa y la cuadrilla de mantenimiento se había puesto a preparar las instalaciones para el invierno. Ahora, varios cientos de niños llenaban las distintas salas, pegaban carteles en las paredes y mataban el silencio con sus carcajadas.