Выбрать главу

– ¿Puedes enseñarme a hacerlo? -preguntó Peter ansioso.

– Claro.

– ¡Genial! -el chico se rio y corrió hacia sus amigos.

Tal vez con eso bastaba por ese día.

– Deberías haber sido más claro con lo de la comida -dijo Pia mientras se servía kung pao en el plato y se relamía el dedo manchado de salsa.

Raúl estaba sentado frente a ella en la pequeña mesa de su cocina.

– ¿Porque te habrías subido al carro del compañero de embarazo?

– Absolutamente. Sé que no es sofisticado ni elegante, pero ofréceme algo de comer y soy prácticamente tu esclava.

– Es bueno saberlo.

Al ver la simpática expresión de los ojos de Raúl, Pia quiso sonreír… aunque mirarlo a la cara o a otras partes de su cuerpo hacía que quisiera hacer otras cosas… como pedirle que se desnudara. O dejar que él la desnudara. O que la acariciara. Hacer el amor con Raúl la había dejado hambrienta de más.

Incluso aunque él no hubiera sido muy explícito sobre la naturaleza temporal de su relación, ella no habría podido pedir que lo repitieran. No con los embriones pendiendo de un hilo… o de donde fuera que estaban pendiendo. Tal vez en unas cuantas semanas, cuando la doctora le dijera que todo marchaba dentro de la normalidad, podría pensar en hacer algo salvaje. Pero hasta entonces, sería todo pureza y pensamientos maternales.

– Puede que ésta sea la última comida china -dijo ella metiéndose un bocado de arroz frito en la boca-. He estado leyendo uno de esos libros de embarazo y tengo que vigilar mi ingesta de sal. Además, tengo que dejar el alcohol, la cafeína, los medicamentos y en seis o siete meses, olvidarme de mis tobillos. Los bebés son muy exigentes.

Él sonrió.

– ¿No dicen que merece la pena?

– Claro, pero es mucho más fácil escribirlo que vivirlo. Y eso que ahora estoy solo en el primer mes… si es que estoy embarazada…

– ¿Algún síntoma?

– Solo las voces.

Él sonrió.

Pia pinchó un rollito de huevo.

– No, nada, de verdad. Dicen que algunas mujeres saben cuándo están embarazadas en cuanto se quedan, pero supongo que yo no soy tan sensitiva. Y puede que eso sea algo positivo. Tengo la sensación de que voy a volverme loca preocupándome por todo.

Miró a su alrededor; la cocina de la modesta casa de Raúl estaba remodelada y tenía nuevos electrodomésticos y encimeras, pero su tamaño no parecía encajar con la etiqueta de «deportista famoso».

– ¿Cómo era tu casa en Dallas?

– Grande.

– ¿Dos habitaciones? ¿Cinco?

– Tres plantas y algunas habitaciones que no llegue a ver nunca -se encogió de hombros-. Fue una inversión.

Pia intentó recordar qué más había leído sobre él.

– ¿Hace mucho que te mudaste a Los Ángeles?

Él asintió.

– Como un año después de casarme. Cuando rompimos, volví a Dallas, pero nunca llegué a instalarme. Después me retiré y aquí estoy.

Ella se preguntó por la exseñora Moreno, pero no estaba segura de sentirse lo suficientemente cómoda como para hacer preguntas. Por lo que podía ver, Raúl se acercaba irritablemente a la perfección. ¿Por qué iba una mujer a dejarlo escapar?

Tal vez no había sido elección de ella. Tal vez había sido él el que la había abandonado.

– ¿Vas a comprarte una casa en el pueblo?

– He estado mirando. No tengo prisa. Esta casa me sirve.

– ¿Se la alquilas a Josh, verdad?

Raúl sonrió.

– Es como si fuera el dueño de casi todo el pueblo.

– Está metido en el negocio inmobiliario. Tenía que hacer algo con todo lo que había ganado -ladeó la cabeza-. ¿Es duro tener que compartir entre los dos el centro de atención? Quiero decir, por el tema de vuestros egos y todo eso.

Él enarcó una ceja.

– Tú has visto mi ego… así que dímelo tú.

– Muy gracioso. Supongo que si alguno tuviera problemas, ése sería Josh. Ha sido el hijo predilecto durante años, pero no creo que le importe que tú recibas más atención.

– Te cae bien Josh -dijo Raúl sin preguntar.

– Claro. Lo conozco de toda la vida. Iba unos años por delante de mí en el instituto. A todas nos gustaba.

– ¿Alguna vez los dos…?

Ella lo miró fingiendo confusión.

– ¿Alguna vez qué?

– Que si salisteis.

– Oh, ¿quieres decir que si he visto su ego?

Raúl se quedó mirándola sin hablar. Pia quería creer que su interés era una pista sobre lo que sentía por ella, que estaba a segundos de enamorarse.

O tal vez no. ¿De verdad necesitaba ahora mismo a un hombre en su vida? ¿No eran tres niños ya suficiente?

– Nunca salimos -dijo-. Nunca he visto su ego -sonrió-. Aunque su trasero aparece en un salvapantallas, así que lo he visto -bajó la voz-. El tuyo es mejor.

– No es una competición.

Pero él había preguntado, pensó ella divertida. Dio un sorbo de agua mientras lo observaba. Su cabello oscuro le caía sobre la frente.

– Necesitas un corte de pelo.

– No, gracias. Me resulta demasiado complicado, con eso de la guerra de las peluquerías…

– Yo te llevaré. Te luciré por todas partes.

– Gracias -se inclinó hacia ella-. ¿Le has hablado a alguien de los embriones?

– Marsha lo sabe. Puede que se lo haya dicho a Charity. Prefiero esperar, hasta que sea algo seguro. No quiero que la gente especule hasta que haya algo sobre lo que especular. Me parece que está mal. Es el momento de Crystal, no el mío.

– Eres tú la que va a quedarse embarazada.

– Dentro de unos días haré pis en un palito.

– Quiero estar allí.

– Mira, aunque es un gesto muy bonito, no estamos tan unidos.

Él sacudió la cabeza.

– Me refiero a estar en la misma casa, no en la misma habitación.

No estaba segura de poder hacer pis mientras alguien se lo ordenaba y esperaba, pero suponía que podía abrir el grifo del agua o hacer que Raúl tarareara en voz alta.

– De acuerdo.

– Bien.

Cuando él le dio el último rollito de huevo que quedaba, la luz captó la fina cicatriz de su mejilla.

– ¿Qué te pasó? Deja que adivine. Estabas ayudando a una señora mayor a cruzar la calle.

– ¿Te sentirías mejor si te dijera que tuve una pelea en un bar?

– Sí, pero pensaría que estás mintiendo.

– ¿Y si te digo que me caí entrenando y me clavé una valla?

– Mejor la historia del bar.

– Lo que te haga más feliz.

Después de la cena, él insistió en acompañarla a casa.

Ya estaba oscuro y la noche era fría. Pia se echó su jersey por encima y se cruzó de brazos.

– En noviembre tendremos nieve.

– ¿Te gusta el invierno?

– La mayor parte del tiempo. No tenemos mucha nieve y eso está bien. La estación está en lo alto de la montaña, y allí suelen alcanzar varios metros. Por lo menos, yo no tengo que preocuparme por quitar la nieve de mi camino de entrada. Puedo ir caminando a todas partes.

Él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí.

– Si tienes problemas con la pala y la nieve, avísame.

– ¿Más deberes de compañero de embarazo?

– Absolutamente.

– Deberías diseñar un folleto para saber qué esperarme de ti.

– Lo haré.

Acurrucada contra él se sentía segura; sentía todo lo que una mujer embarazada podía esperar de un hombre… o una mujer que no estuviera embarazada…

Una vez más pensó en la mujer con la que había estado casado y quiso preguntar qué había sucedido. Pero no lo hizo. Por razones que no podía explicar, Raúl quería ocuparse de ella y ya que llevaba sola desde los diecisiete años, eso la hacía sentir bien. Sobre todo ahora, pensó, posando la mano sobre su vientre.

Llegaron al edificio de apartamentos, donde él le sujetó la puerta y la siguió para subir las escaleras. Cuando llegaron a la puerta, se giró hacia ella.