– ¿Estarás bien sola?
– Llevo años viviendo aquí. Puedo apañármelas.
– Si necesitas algo, llámame.
– No quiero interrumpir tu cita.
– Tú eres mi cita.
Esas palabras hicieron que su corazón latiera más deprisa, pensó, sabiendo que ceder ante la tentación emocional le traería problemas.
– Raúl…
Antes de poder decir nada más, él la besó.
Fue un beso suave y tierno más que apasionado durante el que él no intentó tocarla y aun así, la sensación fue devastadora para ella. No por un deseo sensual, sino porque tanta delicadeza despertó un anhelo que ella apenas se dejaba experimentar. El beso la hizo soñar con lo que sería enamorarse, arriesgar su corazón, creer que podía tener a alguien. Alguien que no se marcharía.
Unas inesperadas lágrimas brotaron de sus ojos. Se apartó, se sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta.
– Gracias por la cena -dijo ella-. Sobre todo por el último rollito de huevo.
– ¿Me avisarás cuando vayas a hacer pis en el palito?
A pesar de lo vacía que se sentía por dentro, se rio.
– Es algo que nunca me había pedido nadie, así que tengo que decirte que sí.
– Buenas noches, Pia.
– Buenas noches.
Esperó hasta que él bajó las escaleras, cerró la puerta con llave y se apoyó contra la pared.
– No vayas por ahí -se dijo-. No creas en él. Ya sabes lo que pasará si lo haces.
Lo que siempre pasaba. Que él se marcharía. Tenía la sensación de que decirse que estaba acostumbrada a estar sola no la haría sentirse mejor cuando se viera sin él.
Capítulo 10
– Fue algo extrañísimo -dijo Pia mientras Montana y ella estaban en su despacho, repasando los detalles de la subasta de solteros.
– No lo comprendo -dijo Montana frunciendo el ceño-. ¿No es suficiente la subasta?
– Al parecer, no. Habrá casi treinta mujeres que se suban al escenario a actuar con un tiempo límite de tres minutos. He crecido aquí. ¿Cuándo se han agobiado las mujeres tanto por la falta de hombres?
– Algunas mujeres quieren tener una relación.
– Estoy de acuerdo, pero no así. ¿Te has fijado en los hombres que hay en el pueblo?
Montana asintió.
– Ayer tres tipos que iban en un coche me silbaron. Fue extraño, pero agradable.
Pia se estremeció.
– Dime que no vas a estar recibiendo al autobús.
Montana se rio.
– Apenas puedo mantener un trabajo, así que mucho menos encontrar y mantener un novio.
– Dímelo a mí. Nunca he logrado que un tipo se quede a mi lado y no sé por qué. ¿Es por mí? ¿Los espanto? ¿Me pasa algo?
– No. Eres genial. Inteligente y divertida.
– Bueno, tú también.
Montana arrugó la nariz.
– Yo estoy dispersa. Me siento como si a mí me hubiera costado más crecer. Tal vez por eso no he encontrado al hombre adecuado.
– Yo no tengo excusa -aunque ahora ya no importaba.
Sin pretenderlo, se vio pensando en Raúl. Agradecía su apoyo, pero hablaría seriamente con él sobre lo de besarse. No podían seguir haciéndolo. Le estaba resultando muy confuso. No el beso en sí mismo… sino el deseo que venía a continuación. Le parecía bien desear sexo, pero desear algo más… eso sí que era un peligro.
– Quiero saber adónde pertenezco -dijo Montana y suspiró-. No te rías, pero tengo una entrevista de trabajo.
– ¿Por qué iba a reírme?
– Vale, no quería decir eso. Estoy emocionadísima, pero nerviosa.
Pia le dio una palmadita en el brazo.
– Mientras no sea en el porno, me parece bien.
– Vaya, mierda.
Pia la miró.
– Oh, Dios, ¿de verdad vas a ser una estrella del porno?
Montana se rio.
– Estoy de broma.
– Muy graciosa. ¿Qué es?
– Hay un tipo llamado Max que vive fuera del pueblo y entrena a perros para terapia. Son los que lleva a los hospitales y a residencias. Estar a su lado hace que la gente se sienta mejor. Además, entrena a perros para un programa de lectura. Han hecho estudios y los niños que tienen problemas para leer mejoran mucho más leyéndole a un perro que a una persona. Supongo que sienten que nadie los juzga. Bueno, el caso es que busca a alguien que lo ayude a entrenar a los perros para los distintos programas, tengo mucho que aprender. Cuando hablé con Max, me dijo que tendría que tomar unas clases online y sacarme el certificado de entrenador de perros y que mientras tanto, trabajaría en la perrera y me familiarizaría con los perros. Me va a dar cuatro meses de prueba. Si todo va bien, me pondrá a trabajar con la terapia. Tengo la entrevista en un par de días.
– Se te ve emocionada.
– Lo estoy. Me gusta la idea de trabajar con los perros y de ayudar a la gente, pero no sé si éste trabajo es el correcto. Dakota y Nevada sabían lo que querían hacer con sus vidas y yo soy su trilliza, ¿no debería saberlo también?
– Tú tienes que seguir tu propio camino y descubrir que es lo mejor para ti. Puede que lo hayas encontrado ya.
– Eso espero. Estoy cansada de meter la pata.
– Montana, no te tortures. ¿Cuándo has metido la pata.
Su amiga se encogió de hombros.
– Acabo de rechazar un trabajo a tiempo completo y con buen sueldo. ¿Quién hace eso?
– Alguien que está pensando con vistas al futuro.
– Quiero ser buena en algo. Mírate. Tú eres genial en tu trabajo.
– Organizo festivales, no es que esté salvando el mundo.
– Eres parte fundamental de la comunidad. Lo que haces marca el paso del tiempo y genera recuerdos. Los padres desean llevar a sus hijos a su primer Festival del Otoño o al Sábado de Donaciones. La gente planea sus viajes para coincidir con los festivales y están en sus favoritos. Lo que haces cambia la forma de vivir de las personas.
Pia la miró.
– ¡Vaya! Debería pedir un aumento.
Montana se rio.
– Lo digo en serio.
– Y yo también -siempre había adorado su trabajo, pero nunca le había parecido tan importante-. Siempre me había centrado en el hecho de que traigo turistas al pueblo, lo cual significa más dinero para los negocios locales.
– No se trata solo del dinero.
– Tienes razón. Y por eso mismo no deberías sentirte mal rechazando el trabajo en la biblioteca. Tienes que pensar en lo que es verdaderamente importante para ti.
– Quiero hacer algo que signifique algo. He visto algunos vídeos sobre esos perros y son maravillosos. Yo podría formar parte de ello.
– En ese caso, espero que te den el trabajo.
– Yo también. Me gustaría encontrar mi lugar. Quiero ser más que mi apellido.
– No infravalores ser un Hendrix. Con eso ya estás formando parte de algo maravilloso.
– Lo sé, pero son familia, nada más.
Pia pensó en la vida relativamente solitaria que tenía y en cómo ahora sería responsable de tres niños… o eso esperaba.
– La familia puede ser lo más importante -dijo pensando lo triste que era que Keith y Crystal solo se hubieran tenido el uno y al otro y que ahora los niños solo la tuvieran a ella.
Montana volteó los ojos.
– Ahora hablas como mi madre.
– Denise es maravillosa, así que gracias por el cumplido.
– De nada.
– No necesito cortarme el pelo -le dijo Raúl mientras caminaban por la calle.
– Hablas como un crío y me espero un poco más de madurez de mi compañero de embarazo. No me decepciones.
– ¿Cuándo te has vuelto tan mandona?
– Siempre lo he sido -dijo ella con una carcajada-. Creía que te habrías dado cuenta.
El día era frío. Pia se había puesto una chaqueta roja con los vaqueros y un jersey. Sus botas la hacían parecer un poco más alta, lo cual significaba que tenia la estatura perfecta para besar, pensó él.
Le gustaba besar a Pia. También le había gustado hacer más cosas con ella, pero dadas las circunstancias, eso no era posible. Era posible que estuviera embarazada y ninguno haría nada que pudiera hacer daño a los bebés por mucho que quisieran repetir lo que habían hecho la última vez que estuvieron juntos.