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– ¡Oh, no!

Cuando había dejado de prestar atención, su cuerpo había respondido. Empapó el palito, lo posó sobre un pañuelo de papel, se levantó, se sonrojó y se subió la ropa interior. Después de lavarse las manos, salió a buscar a Raúl.

– Por fin -dijo él cuando ella abrió la puerta-. ¿Lo has logrado?

– He hecho pis.

– Estoy orgulloso de ti.

– Sé simpático o te haré tocarlo.

Ella volvió a entrar en el cuarto de baño y sacó el palito envuelto para dejarlo sobre la encimera de la cocina.

– ¿Cuánto hay que esperar?

– Unos minutos.

Miraron la pequeña pantalla mientras ella podía oír el tic tac de un reloj y sentir los latidos de su corazón. Según la prueba, el resultado diría «embarazada» o «no embarazada». Tan sencillo como todo eso.

No se dio pie a especular. Una parte de ella temía haber perdido a los bebés de Crystal, pero otra parte estaba aterrorizada de que hubieran sobrevivido.

Raúl le echó un brazo por encima y ella se apoyó contra él.

La pantalla cambió y vio una única palabra: embarazada.

No había manera de malinterpretarlo.

Se quedó congelada, le dio un vuelco el estómago y tuvo la sensación de ir a vomitar. El peso de la realidad se cernía sobre ella, como una gran tormenta, pero no podía asumirlo. Embarazada. Estaba embarazada.

– ¡Lo has conseguido! -exclamó Raúl antes de agarrarla por la cintura y darle vueltas-. Vas a ser mamá.

Él parecía encantado y ella tuvo la sensación de ir a desmayarse.

¿Mamá? ¿Ella?

– No puedo -susurró.

Él la dejó en el suelo.

– Claro que puedes. Esto es genial, Pia. Los embriones se han implantado. Es una gran noticia.

Podía estar de acuerdo con él porque eso era lo que Crystal deseaba, pero por dentro estaba aterrorizada de estropearlo todo.

– Tengo que sentarme -dijo. Cerró los ojos y se centró en respirar.

Embarazada. Ahora mismo había bebés creciendo en su interior. Bebés que nacerían y se convertirían en niños, en gente de verdad. Bebés que dependerían de ella y esperarían que los cuidara.

Raúl sacó una silla y se sentó frente a ella. Le agarró las manos.

– ¿Qué pasa?

– No creo que pueda hacerlo. No puedo tener hijos, no sé cómo.

– ¿No hacen ellos todo el trabajo duro?

– Puede que en lo que respecta a formarse y crecer sí, pero ¿después qué? No estoy preparada para esto.

Él se inclinó hacia ella.

– Tienes ocho meses y medio y yo te ayudaré.

– Vas a ser mi compañero de embarazo -se levanto-. No me malinterpretes, agradezco tu apoyo, pero me preocupa menos lo de estar embarazada que lo que viene después. Voy a tener que comprar cosas y no sé qué. Debe de haber alguna lista por alguna parte, ¿no? ¿En Internet?

– Claro que sí.

– Y tendré que mudarme. Este lugar es demasiado pequeño. Necesitaré una casa -ganaba dinero, pero no una fortuna. ¿Podía permitirse tener una casa?-. Y está la universidad. Debería empezar a ahorrar, pero no sé en qué invertir. No entiendo de acciones.

Él se acercó y posó las manos sobre sus hombros.

– Cada cosa a su tiempo. Relájate, respira. Puedo ayudarte con todo esto. Te encontraremos una casa genial y te buscaré el mejor asesoramiento de inversión. Todo saldrá bien, Pia. Te lo prometo.

Ella asintió porque eso era lo que se esperaba que hiciera y claro que él la ayudaría y se lo agradecería, pero cuando nacieran los bebés ahí acabaría el trabaja de Raúl. Se iría y ella se quedaría sola. Con trillizos.

– Esto es divertido -dijo Jenny mientras desliaos la vara sobre el vientre de Pia-. Nunca hago ecografías tan pronto -no dejaba de mirar al monitor-. No podremos ver nada específicamente, solo que los embriones se han implantado.

– Lo sé -susurró Pia agarrándose con fuerza a la mano de Raúl. No le preocupaba hacerle daño, era un jugador de fútbol americano. Seguro que podía soportarlo.

Además, se había ofrecido a ir con ella al médico, así que si algo lo asustaba, tendría que aguantarse.

Pia había tenido menos de cuarenta y ocho horas para acostumbrarse a la idea de estar embarazada y había estado pasando del impacto al pánico… unas sensaciones nada cómodas.

Había intentado leer libros de embarazo, pero eso no había hecho más que empeorar las cosas. Conocer las probabilidades de que en el último trimestre te salgan hemorroides no era la clase de información que estaba buscando.

– De acuerdo -dijo Jenny con alegría-. Voy a buscar a la doctora.

Pia esperó a que la técnico se marchara y después se giró hacia Raúl.

– ¿Sabíamos que iba a hacer eso? ¿No pasa nada porque llame a la doctora?

Él se agachó y le acarició el pelo.

– No pasa nada. Antes de que empezáramos ha dicho que la doctora vendría. Es todo rutina, Pia. Lo estás haciendo genial.

¿Todas las madres sentían así el peso de la responsabilidad? Porque lo que fuera que pasara no la implicaba solo a ella, sino también a Crystal y a Keith.

– Quiero que estén bien. Los bebés. Odio estar asustada todo el tiempo.

– Tienes que relajarte. Sigue respirando.

Ella lo hizo lo mejor que pudo y por suerte, la doctora Galloway volvió enseguida y se situó junto al monitor.

– Ahí están. Tenemos tres -sonrió-. Bien por ti Pia. Todos están en su sitio.

Pia miró la pantalla intentando ver a qué señalaba. Para ella todo estaba borroso, pero no le importaba. Por el momento le bastaba con saber eso, que todo marchaba según lo planeado.

Aunque, sinceramente, la idea de tener trillizos era suficiente como para que le diera un ataque. Dos meses atrás, había tenido un gato al que había caído mal y ahora estaba embarazada de trillizos.

– Puedes vestirte. Nos veremos en mi consulta para hablar de lo que sucederá a partir de ahora.

Pia asintió.

Raúl la ayudó a sentarse y esperó a que se pusiera de pie.

– Estaré ahí mismo -le dijo Raúl.

Pia asintió porque hablar le parecía imposible.

Después de vestirse, salió al vestíbulo, donde Raúl la esperaba. La agarró de la mano y juntos fueron a la consulta de la doctora.

Ella entró primero intentando sonreír.

– Ya has iniciado el viaje -le dijo la otra mujer-. Estoy muy orgullosa de ti, Pia. No mucha gente haría lo que tú estás haciendo.

Probablemente porque estaban cuerdos, pensó ella mientras tomaba asiento. Raúl se sentó a su lado.

– ¿Y ahora qué? -preguntó él.

– Muchas cosas -dijo la doctora mientras sacaba papeles y folletos-. Un parto múltiple genera mucha alegría, pero también supone ciertos desafíos. Pero como lo sabemos con anterioridad podemos estar preparados. Pia, tienes que comer bien y dormir bien. Eres una mujer sana y no creo que vaya a haber problemas, pero tomaremos precauciones.

Le entregó unos papeles.

– Quiero verte dentro de un mes. Te vigilaré más que si trajeras solo un niño. Lee lo que te he subrayado y puedes llamarme cuando quieras si tienes alguna duda. Todo saldrá bien.

Pia estuvo a punto de decir que era imposible que la mujer estuviera tan segura, pero ¿de qué habría servido? Raúl y ella se despidieron y llegaron al aparcamiento. Una vez allí, parados junto al elegante coche rojo, Pia lo miró y al verlo tan impactado dijo:

– Así que no soy solo yo. Eso me hace sentir mejor.

– Estaba fingiendo. Vaya, trillizos. ¿Los has visto en la pantalla?

– No, pero tampoco estaba mirando demasiado. Ya estoy bastante aturdida.

– Son de verdad. Antes los bebés no eran más que una idea, pero ahora van a nacer. Vas a tener trillizos.

Ella asintió, deseando que la gente dejara de decirlo. No necesitaba tanta presión. Lo miró fijamente a los ojos y en ellos vio algo extraño.