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Sí, iba a decirle que no podía hacerlo, que era demasiado para él. Y no lo culpaba. Ella tampoco podía creerlo ni asumirlo, pero en su caso no había vuelta atrás. Los bebés estaban en su cuerpo.

Aunque una parte de ella quería suplicarle que no la abandonara, sabía que no era justo. Él ya había sido más que generoso y ahora lo correcto era dejarlo libre.

– No pasa nada -le dijo-. Lo comprendo. Yo misma me siento incómoda por donde me he metido e imagino lo que estarás sintiendo tú. Has sido genial y te doy las gracias por ello. Por favor, no te sientas obligado a hacer nada más.

– ¿De qué estás hablando?

– Te dejo marchar. No tienes que ser mi compañero de embarazo.

– ¿Por qué iba a hacer eso?

– Tienes pinta de querer salir corriendo. Lo entiendo.

Él rodeó el coche y se situó frente a ella.

– No pienso irme a ninguna parte, pero tienes razón en una cosa. Ya no quiero ser tu compañero de embarazo.

Pia esperaba no reflejar su decepción; se negaba a pensar que tendría que pasar ella sola por el embarazo. Una vez que llegara a casa, tendría un ataque de nervios, pero por el momento mantendría el control.

– Lo comprendo.

Él volvió a tomarle la mano. Parecía hacerlo mucho y el problema era que a ella le gustaba… mucho. Y ahora iba a perderlo.

– No. Pia. Quiero más. Quiero casarme contigo.

Capítulo 11

Raúl no había planeado proponerle matrimonio, pero tampoco estaba absolutamente sorprendido por lo que le había dicho. Últimamente había estado pensando mucho en ella, en los bebés y en su futuro. La admiraba y la respetaba porque, a pesar de sus miedos y preocupaciones, había seguido adelante. Su deseo de ayudar era algo que él había aprendido de Hawk.

Por otro lado, tampoco había podido sacarse a Keith de la cabeza. Ese hombre había muerto por su país. Habría dado por hecho que Crystal seguiría adelante y tendría a sus hijos, habría pensado que su familia seguiría adelante. Y ahora, gracias a Pia, así sería. Pero no era correcto que ella lo hiciera todo sola.

Pia lo miraba con los ojos como platos y la boca abierta. Intentó hablar, tragó saliva y dijo:

– ¿Cómo dices? ¿Qué?

– Quiero casarme contigo.

Ella sacudió la cabeza ligeramente, como si no estuviera segura de lo que había oído. Parecía impactada y un poco mareada. Él se preguntó si debería meterla en el coche para que pudiera sentarse, pero Pia solucionó el problema abriendo la puerta y dejándose caer en el asiento.

Él fue al otro lado y entró.

– Lo digo en serio, Pia. Cásate conmigo.

– ¿Por qué?

Una pregunta razonable, pensó.

– Admiro lo que estás haciendo. La mayoría de la gente habría salido corriendo, pero tú no lo has hecho. Y no digas que tenías dudas y preguntas porque si no las tuvieras, no serías competente para tener a los niños. En mi vida me he encontrado con muchas clases de personas, los que dan y los que reciben. Las que piensan en los demás y los que piensan en sí mismos. Te he hablado de mi entrenador y de cómo me cambió la vida. Nicole me abrió su casa y su corazón. Me enseñaron lo que es importante y quiero hacer lo que ellos hicieron; hacer algo importante par otra persona.

La expresión de Pia pasó a una que se parecía mucho al enfado.

– Gracias, pero no me interesa ser tu obra de caridad de la semana.

– No, no es lo que quiero decir.

– Pues es lo que estás diciendo.

Él le agarró las manos, pero ella las apartó.

– No.

Estaba enfadadísima. Maldita sea. Lo había estropeado todo.

– Pia, quiero cuidar de ti. Eso es todo. Quiero estar a tu lado y al lado de los bebés. Quiero formar parte de vuestras vidas.

– Si tantas ganas tienes de ser marido y padre, ve a casarte con otra y ten tus propios hijos.

– Lo he intentado y fracasé.

– Un divorcio, eso le pasa a más de la mitad de los matrimonios. ¿Y qué? Inténtalo de nuevo.

– Eso es lo que quiero hacer. Contigo.

Eran unas palabras que Pia jamás se había imaginado que oiría. Una proposición de matrimonio. Pero la situación que la rodeaba no era la adecuada… Ni tampoco el hombre. Era increíble, sí, pero no quería que le pidiera matrimonio de ese modo, movido por un extraño sentido de la obligación hacia un antiguo mentor. No quería ser el proyecto de alguien.

– No puedes solucionar lo que te haya pasado casándote conmigo. Ve a terapia.

Pensó que esas palabras lo molestarían, pero Raúl sonrió.

– ¿De verdad crees que eso es lo que estoy haciendo?

– Sí. Tú no me quieres. Ni siquiera hemos salido -habían compartido aquella única noche, pero eso no era suficiente para cimentar una relación.

Suponía que en cierto modo debería sentirse halagada, pero más bien se sentía engañada. Aunque nunca había llegado al punto de «te quiero, cásate conmigo» en ninguna de sus relaciones, siempre había soñado que algún día sucedería. Que el hombre de sus sueños le pediría matrimonio.

Pero eso tendría que ser algo romántico, un momento mágico. No un ofrecimiento movido por la compasión en un aparcamiento.

– Pia, me gustas mucho -dijo él-. Te respeto y admiro. Eres inteligente, divertida, encantadora y te mueves por el corazón. Has renunciado a tu vida por tener los hijos de tu amiga. ¿Cuánta gente haría eso?

Él cambio de tema la sorprendió.

– Crystal me dejó sus embriones. ¿Qué iba a hacer? ¿Ignorarlos?

– Eso es lo que quiero decir. No podías. Tuviste que cuidar de tu amiga incluso después de que muriera. Puede que yo no conociera a Crystal, pero sí que conocí a su marido. No puedo explicarlo, pero sé que se lo debo. También son sus hijos y quiero cuidar de ti y de ellos.

Lo de Keith tenía sentido, pero lo del matrimonio…

– Apenas me conoces -aunque tenía que admitir que el modo en que la había descrito había sido de lo más halagador.

– Sé lo suficiente. ¿Lo dices porque tú no me conoces a mí? Pregúntame lo que sea. ¿Qué quieres saber?

Pia se sentía como si se hubiera adentrado en un universo paralelo.

– No sé qué preguntar.

– Pues entonces yo te lo diré -y en esta ocasión, cuando fue a tomarle la mano, ella se lo permitió-. Conoces partes de mi pasado, ya te he contado que tuve una novia en el instituto y que estuve loco por ella. Ni siquiera miré a otra chica mientras estuve con ella. Jamás la engañé. Sí, después de romper, tuve una época salvaje, pero Hawk me devolvió al buen camino y me calmé. Salí con muchas mujeres, pero de una en una. Cuando Caro y yo empezamos a salir, ahí terminó todo. Me volqué en ella.

Se movió como si quisiera acercarse a ella, como si las palabras no fueran suficientes para convencerla y necesitara el magnetismo de su presencia.

– Cuando me comprometo, me entrego al cien por cien. No importa si es en el fútbol americano, en el matrimonio o en los negocios. Estaré a tu lado.

Ella se sintió abrumada. Todo estaba sucediendo muy deprisa y lo peor de todo era que estaba tentándola. Oír que un hombre se volcaría en ella era suficiente como para dar el salto sin pararse a pensar.

No era amor. Eso Pia lo comprendía. Raúl quería una familia sin el trauma de tener que entregar su corazón. Quería ayudarlos a ella y a Keith y a cambio tener una familia sin arriesgarse mucho.

– Tengo mis defectos. Puedo ser impaciente, no tengo muy buen humor por las mañanas y puedo ser muy testarudo para salirme con la mía, pero también soy razonable -le acarició una mejilla-. Yo jamás te haría daño.

Pia tenía la sensación de que hablaba en serio, pero nadie podía prometer no hacerle daño a otro. Las cosas no funcionaban así.

– Raúl, estás siendo muy agradable, pero esto no va a suceder.

– ¿Por qué no?

– ¿El matrimonio? Es un gran paso y apenas nos conocemos.