– Te deseo.
– No, solo quieres hacer una buena causa.
– ¿Así que tú eres alguien que quiere a su amiga y yo no soy más que un tipo haciendo una buena acción? No eres la madre biológica de estos niños, pero estás renunciando a tu vida para cuidarlos. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo? Eso es lo que ofrezco. Necesitas apoyo y un compañero. Yo quiero una mujer e hijos. Quiero ser su padre. Para siempre. Sí, casarnos es la solución más práctica para los dos, pero eso no la hace menos real.
Ella lo miró a los ojos deseando poder ver dentro de su corazón. ¿Hablaba en serio?
– Define «real» -dijo ella en voz baja.
– Un anillo, un juez, un pedazo de papel. Viviremos juntos, criaremos a esos niños juntos. Me gustaría que tomaras mi apellido, pero me parecerá bien si no lo haces. Apareceremos como los padres en las partida de nacimiento. Compraremos una casa, haremos el amor, discutiremos, haremos las paces, criaremos a lo» niños, compraremos un perro y envejeceremos juntos. No hablo de algo temporal, Pia. Te ofrezco todo lo que tengo. Seré un marido para ti y un padre a tiempo completo para esos niños. Y si decidieras dejarme, podrás hacerlo.
Estaba diciendo lo correcto y lo mejor de todo era que parecía creerlo… con lo que ella deseaba creerlo más aun.
Tenía que admitir que se veía tentada; desde el punto de vista práctico, tener a alguien de quien depender mientras criaba a los trillizos sería increíble. Raúl ya le había mostrado que era un hombre responsable y que le daba todo su apoyo. A nivel personal sí que le gustaba… probablemente más de lo que debiera. La idea de compartir una cama con él durante los próximos cincuenta años era bastante excitante.
Él no estaba ofreciéndole amor y al menos en eso estaba siendo sincero. Ella siempre había esperado enamorarse desesperadamente en algún momento, pero aún no había sucedido. Y una vez que tuviera a los niños, ¿qué probabilidades tendría? ¿Tan malo era un matrimonio práctico basado en una necesidad mutua?
– ¿Y qué pasa con tener hijos propios? -le preguntó ella.
– Espero que estés de acuerdo en tenerlos dentro de unos años. ¿No te gustaría tener tu propio bebé?
Ella asintió lentamente. Eso también había sido parte de su fantasía y Raúl le ofrecía unos genes magníficos.
– Hablo en serio. Estoy volcado al cien por cien, Pia. Estaré a tu lado pase lo que pase. Seré tu marido y compañero en todos los aspectos posibles. Te doy mi palabra. Podrás contar conmigo hasta que muera.
Ella sabía lo suficiente como para reconocer que era esa clase de hombre en quien se podía confiar. Le estaba ofreciendo todo… menos su corazón. Pia creía que la cuidaría y después de todo por lo que había pasado en la vida, eso era algo casi imposible de rechazar. Comparado con la seguridad, el amor quedaba en un segundo lugar.
Pero no se trataba solo de ella.
– Una cosa es casarse sin estar enamorado, pero lo de los niños es distinto. No puedes actuar de manera distinta con ellos solo porque no sean biológicamente tuyos.
– Lo sé. Ellos también tienen mi palabra. Cásate conmigo, Pia. Di que sí.
Ella lo miró a los ojos y supo que estaría a su lado en todo momento. Que por razones que no podía explicar, ese hombre quería cuidar de ella y de tres niños que no tenían ninguna relación con él.
La idea de no tener que hacerlo todo sola, de saber que alguien estaría ayudándola era de lo más tentadora. Y el hecho de que ese hombre en cuestión fuera Raúl, hacía que resultara irresistible.
– Sí -susurró ella.
Él la miró.
– ¿Sí? ¿Estás aceptando?
Pia asintió y una vez más se sintió como si fuera a desmayarse. Tal vez no era por el embarazo, tal vez era por él.
Y entonces Raúl la besó y ella ya no pudo pensar más. Solo pudo sentir la calidez y el afecto e incluso algo de pasión.
– No lo lamentarás. Voy a comprarte la casa más grande que haya, el diamante más grande. Me ocupare de todo.
Ella se apartó ligeramente y lo miró.
– ¿No irás a convertirte en uno de esos tipos controladores, verdad?
Él sonrió.
– No. ¿Estás poniéndole pegas al diamante o a la casa?
– Ha sido eso de «me ocuparé de todo» lo que me ha puesto un poco nerviosa.
– ¿Y qué tal sí te digo que me ocuparé de todo después de que tú tomes las decisiones?
– Eso me parece bien.
– Bien.
Volvió a besarla y después se puso recto y se abrochó el cinturón. Ella hizo lo mismo. Arrancó el coche y salieron del aparcamiento.
Pia observaba la carretera y se decía que todo iría bien, que esa sensación que tenía en el estómago no era temor, sino emoción. Casarse con Raúl era algo bueno. Jamás podría cansarse de mirarlo y a pesar de la fama y la fortuna, era un buen tipo. Y eso importaba mucho en los matrimonios.
Funcionaría, se dijo. Es más, estaba teniendo mucha suerte y estaba haciendo lo correcto para los bebés. Lo de su sueño de enamorarse y encontrar a su príncipe… bueno, dado todo lo que había sucedido en su vida, esto era lo que más podría acercarse a su fantasía.
Después de dejar a Pia en la oficina, Raúl volvió a su casa. Recorrió la vivienda de dos dormitorios y supo que ahí no podría vivir una familia de cinco. Había estado pensando en comprar una casa, pero antes no había tenido ninguna prisa. Ahora todo eso había cambiado. Ahora tendría una familia a la que darle un hogar.
Estaba emocionado con la idea. Estaba preparado para casarse otra vez, preparado para ser padre. Si las cosas con Caro hubieran salido bien, ya sería padre de al menos un hijo.
Cierto, su acuerdo con Pia no era nada tradicional, pero pocas cosas en su vida lo habían sido. Era un chico de la calle que había sido bendecido con la habilidad de pensar con los pies y lanzar un balón a metros de distancia. Por otro lado, Hawk y Nicole estarían emocionados de ser abuelos de trillizos. Hawk estaría orgulloso de que hiciera lo correcto.
Salió de su casa alquilada y se dirigió al centro. De camino, pasó por una joyería situada en una zona de tiendas exclusivas. Probablemente había pasado por allí cientos de veces y jamás se había fijado. Ahora, sin embargo, entró.
El interior era todo cristal y luz. Elegante y sofisticado, era la clase de lugar que te hacía sentir como si todo lo que compraras fuera especial.
Una guapa rubia se acercó.
– Hola. ¿Puedo ayudarle?
La última vez que se había comprometido, él mismo había diseñado el anillo movido por la idea de que tenía que representar quién era él y lo que quería que fuera su matrimonio con Caro. El anillo tenía que ser como una declaración de principios.
«Menudo chasco», pensó.
– ¿Se le da bien guardar secretos?
La mujer sonrió.
– Vendo anillos de compromiso. Tengo que saber hacerlo.
– Bien. ¿Conoce a Pia O’Brian?
Los azules ojos de la mujer mostraron sorpresa y alegría.
– Sí, claro. La aprecio mucho.
– Yo también. Quiero un anillo para ella. Algo que vaya con su gusto. Algo que le encante.
– Entiendo. ¿Y puedo preguntar para qué es el anillo?
– Ha accedido a casarse conmigo.
La mujer ladeó la cabeza y sonrió.
– Entonces es usted un hombre muy afortunado.
– Eso creo.
– Tengo un anillo. El diseño es único, pero clásico, Deje que vaya a por él.
Desapareció en la trastienda unos minutos y después volvió con tres anillos sobre una bandeja de terciopelo lavanda.
– Este es el anillo de compromiso -dijo sosteniendo un anillo de diamantes-. El centro tiene dos quilates y está rodeado por cuentas de diamante -lo giró-. Fíjese cómo la piedra refleja la luz, y como el borde evita que se enganche con cualquier cosa, por ejemplo con un jersey.
«O que arañe a un bebé», pensó él.
La mujer volvió a darle la vuelta al diamante para mostrarlo de perfil.