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– A los lados tiene diamantes cuadrados y como puede ver tengo dos alianzas a juego.

– ¿Son las alianzas de boda?

Ella asintió.

– Pueden llevarse solas, si Pia lo prefiere.

Él agarró el anillo que resplandeció con la luz del techo y algo le dijo que a Pia le gustaría.

– Deje que le enseñe otras cosas para que pueda comparar.

Vieron las vitrinas, pero él ya había tomado una decisión.

– Quiero las primeras. Sí.

– Estoy de acuerdo. ¿Se va a desmayar cuando le diga el precio?

– No.

– Es un diamante de alta calidad.

– No pasa nada.

Quince minutos después, tenía los tres anillos en cajas dentro de sus vaqueros. Había rechazado la bolsa, ya que no quería que nadie lo viera con ella por el pueblo… se imaginaba cómo correría la voz.

Y ahora que tenía el anillo, había llegado el momento de ir a ver una casa.

Pia estaba delante de su calendario pizarra comprobando los eventos en su lista maestra. Algunos de los festivales requerían mínima preparación, pero otros llevaban semanas de planificación. Si hacía falta, decoración, había que sacarla del almacén e instalarla. Los trabajadores de mantenimiento de la ciudad agradecían que se los avisara con tiempo y ella sabía muy bien que no debía enfurecer al grupo musculoso de la operación.

Con Halloween a la vuelta de la esquina, tendría que pedir que cambiaran los banderines decorativos por los espantapájaros y los fardos de heno. Por cierto, habría que comprar heno fresco. El del año pasado ya no se podría utilizar.

Estaba levantando el teléfono cuando la puerta de su despacho se abrió y Liz Sutton y Montana entraron.

– ¡No me lo puedo creer! -gritó Montana-. ¿Nosotras aquí sentadas hablando de lo aburrida que es mi vida y tú tenías una noticia así? ¿Cómo has podido guardártelo? Jamás te perdonaré.

Pia no sabía de qué hablaba su amiga, pero el hecho de que estuvieran sonriendo como tontas significaba que no eran malas noticias.

Liz la abrazó.

– Felicidades. Parece muy dulce. Y está buenísimo, que siempre es algo positivo. Y yo eso lo sé, porque me entra un cosquilleo cada vez que veo a Ethan… y sobre todo cuando está desnudo.

– Eh, estamos hablando de mi hermano. No compartas los detalles.

– Lo siento -dijo Liz con una carcajada antes de dirigirse a Pia-. ¿Bueno?

– ¿Bueno, qué?

Montana y Liz se agarraron de la mano y empeoran a saltar. Pia dio un paso atrás, asustaban un poco.

– ¡Vas a casarte con Raúl!

– Voy a perdonarte no habérmelo contado si prometes darnos todos los detalles -dijo Montana-. Empieza por el principio y habla despacio.

¡Oh, no!

Pia se dejó caer en la silla y gruñó. Habían pasado… ¿cuatro horas? ¿Y ya se había corrido la voz?

Lo cierto era que apenas había asumido la proposición de Raúl y mucho menos el hecho de haber aceptado. La situación la había dejado demasiado confundida como para fingir que no había sucedido nada.

– ¿Pia? -le preguntó Liz-. ¿Estás bien?

– Estoy bien. Solo un poco confundida. ¿Cómo os habéis enterado?

Montana y Liz se miraron.

– Raúl ha ido a ver a Josh -dijo Liz- y Ethan estaba allí y se ha enterado de todo. Ha dicho que quería comprar una casa más grande, una con muchas habitaciones. Josh quería saber por qué y Raúl le ha dicho que ibais a casaros, pero que no se lo dijera a nadie. Josh y Ethan se lo han prometido y después Ethan me ha llamado.

Bueno, no era culpa suya. Seguro que había pensado que la información estaba a salvo con sus amigas.

– Me he cruzado con Montana de camino aquí y se lo he contado, pero no se te ve muy feliz. ¿Qué pasa?

Las dos amigas apartaron una silla y se sentaron, preocupadas. Pia quería salir corriendo, pero eran sus amigas. Si no podía explicarles la situación a ellas, ¿cómo podría asumirlo? Y no es que estuviera pensándoselo mejor… no. Solo que todo era muy complicado.

Respiró hondo.

– Crystal me ha dejado sus embriones -comenzó a decir antes de explicarles cómo había tomado la decisión de tener a los niños-. Al principio, Raúl se ofreció a ayudarme durante el embarazo.

– ¡Es muy dulce! -dijo Montana con un suspiro.

Pero Liz era más como Pia, menos romántica y más realista.

– ¿Por qué?

– Eso es lo que le pregunté. Resulta que conoció a Keith. Raúl estuvo allí con el equipo para animar a las tropas y Keith era parte de su escolta. Se hicieron amigos y Keith le habló de Crystal y de Fool’s Gold. Raúl estaba a su lado cuando murió.

– No lo sabía -dijo Montana con los ojos como platos-. ¿Por eso vino aquí?

Pia asintió.

– Hizo caso a nuestra invitación para participar es el torneo de golf porque reconoció el nombre del pueblo y quería visitarlo. Le gustó lo que vio y decidió mudarse aquí.

– ¿Habló con Crystal?

– No. No sabía qué decirle. Y no supo que estaba muriéndose y que me había dejado los embriones hasta que yo lo descubrí y tuve una especie de ataque de nervios delante de él. A partir de ahí todo ha ido muy rápido.

– Y ahora quiere casarse contigo -dijo Montana con un suspiro-. Es muy romántico.

Era más práctico que romántico, en realidad.

Pia se encogió de hombros.

– Quiere formar parte de esto y a mí me gustó la idea de no estar sola.

– No estás sola -le dijo Montana-. Nos tienes a nosotras.

– Lo sé y es genial… -vaciló.

Liz continuó por ella.

– Pero tener amigas con sus vidas no es lo mismo que tener a alguien que siempre estará a tu lado. Cuando me quedé embarazada de Tyler, estaba asustada y confundida. Y tú vas a tener trillizos.

– Intento no pensar en el número. Bueno, el caso es que Raúl ha estado conmigo cuando he tomado la decisión y me ha apoyado mucho. Y hoy, después de que la ecografía confirmara que los tres embriones se habían implantado, me ha pedido que me case con él.

– Vas a tener los bebés de Crystal -dijo Liz con los ojos llenos de lágrimas-. Es una bendición para los dos. Ella estaría emocionada.

Pia seguía confusa, pero sonrió de todos modos.

– Ahora estoy comprometida a hacerlo.

– Bebés -dijo Montana-. Y una proposición de matrimonio. ¿Ha sido bonito? ¿Se ha puesto de rodillas?

– Montana, no estamos enamorados. Raúl quiere casarse conmigo y formar parte de la vida de los niños porque quiere ser padre. Cuando le he preguntado por qué, me ha dicho que yo no soy la madre biológica y que nadie me está cuestionando. Estoy dispuesta a tenerlos por mi amiga, porque es lo correcto. Él quiere ser padre y que yo sea su mujer por Keith y porque es lo correcto.

Solo el hecho de pronunciar esas palabras ya era difícil… y más lo era creerlas.

– Al principio no sabía si aceptar, pero puede ser muy convincente. Nos gustamos y nos respetamos. Es un buen hombre y confío en él. No había podido decir eso de un hombre antes.

Liz la abrazó.

– Esto me da buena espina. Los matrimonios concertados han funcionado durante generaciones.

– Pero no estáis enamorados -dijo Montana-. ¿Es que no quieres estar enamorada?

– A veces hay que ser práctico -le dijo Liz-. El amor puede surgir entre ellos.

Pia no había pensado en eso.

– Puede que se enamore locamente de ti -le dijo Montana.

– No lo creo -dijo Pia con firmeza-. Hasta la fecha todos los hombres de mi vida me han engañado y prefiero saber la verdad de antemano. Raúl ha sido sincero y se lo agradezco.

– Supongo -sin embargo, Montana no parecía muy convencida-. Pero es que no es nada romántico.

– Lo romántico puede ser muy doloroso -le recordó Pia.

Liz se recostó en la silla.

– Entonces, ¿no está permitido el amor?

– No hemos hablado de las reglas -admitió Pia-, pero se da por hecho.

– Pues entonces tendrás que tener cuidado. El corazón es una bestia tramposa.